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manera: «la violencia cultural y estructural causan violencia directa» (Galtung, 2004, p. 3). Asimismo, Galtung afirma que «[g]eneralmente, puede ser identificada la existencia de un flujo causal de la violencia cultural, a través de la violencia estructural, hacia la violencia directa» (nuestra traducción) (1990, p. 295).

      Así como Bourdieu reconoce que la violencia simbólica tiene efectos en la realidad, Galtung reconoce que «la violencia directa refuerza la violencia estructural y cultural» (2004, p. 4).

      La violencia cultural es identificable en cierta medida con la violencia simbólica de Bourdieu, debido a que define a la primera como

      aquellos aspectos de la cultura, la esfera simbólica de nuestra existencia —ejemplificada por la religión y la ideología, el lenguaje y el arte, la ciencia empírica y la ciencia formal (lógica, matemáticas)— que pueden ser usadas para justificar o legitimar la violencia directa o estructural» (nuestra traducción) (Galtung ,1990, p. 291).

      Galtung afirma que se habla más de violencia directa que de la violencia estructural (1969, p. 173). Esto responde a las propias características de la violencia directa y de la violencia estructural, lo que genera que una sea normalizada y, la otra, no:

      La violencia personal, que a una mayor extensión es vista como los deseos de individuales, debería mostrar menor estabilidad. Por lo tanto, la violencia personal puede ser notada de una manera más fácil, aun cuando las «aguas tranquilas» de la violencia estructural puedan contener mucha más violencia (nuestra traducción) (Galtung, 1969, pp. 173 y 174).

      Lo anterior evidencia que la violencia estructural también se normaliza en la sociedad a tal nivel que es entendida como el sistema en sí mismo:

      El objeto de la violencia personal percibe la violencia, usualmente, e incluso puede quejarse —el objeto de la violencia estructural puede ser persuadido de no percibirla de ninguna forma—. La violencia personal representa el cambio y dinamismo —no solo perturbaciones en olas, pero olas en aguas por lo demás tranquilas—. La violencia estructural es silenciosa, no se muestra —es esencialmente estática, es las aguas tranquilas— (nuestra traducción) (Galtung, 1969, p. 173)

      El «ser» las aguas tranquilas significa que «[p]uede que no haya ninguna persona que directamente haga daño a otra persona en la estructura. La violencia está entrelazada en la estructura social y se manifiesta como inequidad de poder y, en consecuencia, como opciones de vida inequitativas» (nuestra traducción) (Galtung, 1969, p. 171). La violencia por razones de género, en efecto, se encuentra tan enraizada en el sistema que resulta difícil comprender a la misma sociedad sin la existencia de este tipo de violencia. ¿Cómo entender a la sociedad actual sin tomar en cuenta que el sistema político excluye a las mujeres y que las pocas que participan se ven expuestas a actos de violencia (política)? ¿Cómo entender la vida de una mujer sin tomar en cuenta el constante miedo a ser victimizada por razones de género y todas las decisiones de vida que se toman (o no) sobre la base de este temor?

      Respecto al patrón de interacción acíclica, elemento de la violencia estructural (Galtung, 1969, p. 176), la «vía correcta» es el binomio dominación/subordinación. En relación con el rango y la centralidad, pero también respecto a la congruencia entre los sistemas y la concordancia entre los rangos, casi todas las posiciones de poder han estado tradicionalmente ocupadas por varones (blancos, occidentales, cisgénero y heterosexuales), siendo estos los sujetos hegemónicos. Por todas estas razones podemos sostener, al menos teóricamente, que:

      Esta violencia estructural de género, materializada mediante distintas clases de agresión, articula la estructura de poder para mantener la dominación masculina, con el objetivo de reprimir la potencialidad de las mujeres o de reconducir dicha potencialidad hacia determinados ámbitos (la familia, el hogar, la naturaleza), de tal forma que no interfiera en la hegemonía masculina (Pérez Beltrán citada en Munévar Munévar & Mena Ortiz, 2009, p. 362).

      Estas nociones sociológicas (violencia simbólica y violencia estructural), al ser abordadas desde una lectura del género, nos permiten entender los mecanismos de dominación y opresión que atraviesan los cuerpos de las mujeres y, por ende, los tipos de violencia a las que se encuentran expuestas al ser esta necesaria para legitimar y (re)afirmar la estructura social.

      Violencia por razones de género y victimología: una aproximación incompleta

      La evidencia empírica muestra que la violencia contra las mujeres no se manifiesta como episodios aislados en los que existen desvíos de una normalidad no violenta (Kelly, 1988). Por el contrario, hay una normalización de la violencia por razones de género que es ejercida contra las mujeres (Scheper-Hughes & Bourgois, 2004; Sigríður, 2015). Sin embargo, esta se agrava, varía y cobra un matiz particular cuando se interseca con variables como el origen étnico, la clase, la orientación sexual, la identidad de género, entre otras (Crenshaw, 1991; Thiara & Gill, 2010; Balfour, 2013; Dell & Kilty, 2013; Pollack, 2013).

      Los patrones de victimización en la violencia de género contra las mujeres

      Las investigaciones existentes sobre violencia de género contra las mujeres han evidenciado la prevalencia y la extensión del fenómeno (Russo & Pirlott, 2006; Fríes & Hurtado, 2010; Walby, Tower & Francis, 2014; 2016). Por ello, ha sido catalogada incluso como un problema de salud pública (Krug y otros, 2002; OPS, 2005; ONU Mujeres, 2012, p. 1).

      Los estudios victimológicos realizados en torno a esta problemática han sido contundentes al evidenciar que la victimización por razones de género experimentada por las mujeres durante su vida se muestra como un patrón de constante presencia más que como episodios aleatorios (Kelly, 1988; Bensley, Van Eenwyk & Wynkoop, 2003; Finkelhor, Ormrod & Turner, 2007; McKinney y otros, 2009; Boesten, 2008). Estos eventos se inscriben y reproducen al interior de un «contínuum de la violencia» (Kelly, 1988). Las experiencias de violencia se presentan en todos los espacios en los que las mujeres nos movilizamos e interactuamos (Kelly, 1988; Bensley, Van Eenwyk & Wynkoop, 2003; Finkelhor, Ormrod & Turner, 2007; McKinney y otros, 2009; Boesten, 2016) y se entrelazan en patrones de victimización que se presentan de manera más o menos frecuente o grave (Lenton y otros, 1999; Tjaden & Thoennes, 2001; Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014).

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