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decirlo brevemente, no existe algo que pueda ser positivo y negativo al mismo tiempo; en todo caso puede ser parcialmente positivo y parcialmente negativo. Pero no estamos hablando de partes, sino de la totalidad del sentimiento, como la unidad que es, indivisible: el conjunto de sensaciones que ese sentimiento contiene. (Como un vermut, dulce y amargo simultáneamente, no por partes).

      Como quiero subrayar, ese tipo de fenómeno mental, cuya formación acabamos de contemplar, no es posible que tenga cabida en nuestra mente consciente y, por lo tanto, sólo podemos conocerlo con nuestra consciencia, sólo podemos hablar de él con nuestra consciencia, deduciéndolo de los efectos que ese fenómeno inconsciente tiene para nuestra consciencia, que es con la que estoy escribiendo (y tu leyendo) estas líneas.

      A nuestra consciencia sí llegan las sensaciones que forman parte de un sentimiento; pero llegan de forma separada: calor, hambre, presión, sonido, sabor, etc. Lo que no llega a nuestra consciencia es que, simultáneamente, esas sensaciones están unidas indisolublemente a, por ejemplo, un sentimiento de atracción y repulsión, de amor y odio, de miedo y deseo.

      Cuando llegan a la consciencia dos sentimientos opuestos y simultáneos, sentimos un conflicto, que es un problema para la consciencia. En lo inconsciente no hay tal conflicto (no hay problemas inconscientes: es lo que es y nada más, sin preguntas).

      Todo esto que ocurre en nuestra mente no consciente, inconsciente, nos es tan desconocido para nuestro pensamiento consciente (el único que re-conocemos), que llevó a Freud a afirmar que se trata de la verdadera realidad psíquica; realidad incognoscible (para la consciencia) que equivale a lo que había afirmado el filósofo Immanuel Kant, en su Crítica de la Razón Pura, respecto a la cosa en sí (la realidad misma) que sólo podemos conocer a través de los efectos que esa realidad produce en nosotros (mediante los sentidos); esos efectos que cobran en nuestra cabeza la dimensión de fenómeno (el fenómeno es eso que nuestra cabeza kantiana, nuestra Razón, construye con sus formas a priori de: espacio, tiempo y causalidad).

      Dicho de modo más sencillo: lo que nosotros conocemos del mundo (incluido nuestro cuerpo) es lo que ocurre en nuestros sentidos. Por ejemplo, conocemos el color, no las ondas electromagnéticas que inciden en nuestra retina. Conocemos nuestra fobia a las mariposas nocturnas, no el enlace inconsciente de ellas con una determinada experiencia del pasado (que se hace presente ante la mariposa, sin que conozcamos esa experiencia que, no obstante se hace presente ahora sin saberlo).

      Advertencia: no retrocedamos ante el hecho de que podamos hablar sobre algo que no podemos conocer directamente, ante algo de lo que sólo podemos saber (sin conocerlo); pues continuamente estamos haciendo eso mismo en muchas actividades científicas, cuyo valor y utilidad nadie pone en duda: nadie conoce el interior del sol, sólo sus efectos; ni podemos conocer un agujero negro, ni muchas otras cosas sobre las que investigamos con notable éxito práctico.

      Es más, yo diría que, cuando hablamos de nuestra mente inconsciente, estamos hablando de algo que sí sentimos directamente; pero esas sensaciones que experimentamos de primera mano, las experimentamos bajo la forma que les da nuestra consciencia, de ninguna otra forma (aunque sea dolor de tripas, que es consciente, debido a una rabia inconsciente al líder).

      La forma que cobran en nuestra consciencia es el sentimiento que padecemos o disfrutamos; sentimiento que podemos reconocer y asumir conscientemente, aunque nos duela o guste; pero que muchas veces nos resistimos a reconocer como propio de nosotros mismos; en cuyo caso operamos con él de diferentes formas, mediante diversos procedimientos (que no me gusta llamar ‘mecanismos’) tales como atribuirlo a otra persona (lo que se llama, inadecuadamente, ‘desplazamiento’, ‘proyección’, etc.), u operamos sobre ese sentimiento de forma tal que impedimos que se muestre en nuestra consciencia (lo que se dice, también inadecuadamente, ‘represión’, como si se tratase de un fluido al que se le pone una barrera o presa), operación ésta que podemos comprender mejor si hablamos de ‘retirar la atención’ desviándola a otra cosa.

      Por ejemplo, es notable observar cómo personas aquejadas de lo que se llama ‘trastorno obsesivo compulsivo’, se sienten impulsadas a centrar toda su atención, con extraordinaria tensión, en asuntos o cosas que ellos mismos consideran triviales; mientras que se muestran incapaces de sentir unos u otros sentimientos (aunque frecuentemente puedan hablar de esos sentimientos en forma de pensamientos carentes de valor, como pensamientos neutros).

      Quiere decir esto, que nuestra cabeza es capaz de inhibir ciertos enlaces que implican sentir algo (como sentimiento), mediante el procedimiento de activar otros enlaces (de pensamiento, prioritariamente); pero no es capaz de anular las sensaciones que todo eso acarrea (tensión, ansiedad, etc).

      Los neurocientíficos han podido observar cómo unas vías neuronales pueden inhibir a otras de su proximidad. Tal vez por ahí podría encontrarse la explicación del cómo sucede eso (no el por qué, cuya explicación se hallará en la historia de la experiencia del individuo).

      A propósito de todo lo que vengo exponiendo sobre los sentimientos, sobre las sensaciones y el pensamiento, viene a cuento comentar, aunque sea de pasada, algo que creo muy interesante mencionar: se trata del título de un libro del filósofo español, nunca bastante destacado, Xavier Zubiri: Inteligencia Sentiente. Inteligencia y Realidad (Alianza Editorial, Madrid, 1980). El título lo dice todo respecto a lo que vengo diciendo. Trata del problema del saber, planteado en filosofía desde Aristóteles.

      Necesidad de saber a la que obedece este trabajo mío en el que me estás acompañando hasta ahora y espero que así continúes, pues también existe en mí la necesidad humana de compartir el saber.

      1. Wikipedia: En la especie humana y en muchos otros primates, existen tres tipos diferentes de conos, cada uno de ellos es sensible de forma selectiva a la luz de una longitud de onda determinada, verde, roja y azul. Esta sensibilidad específica se debe a la presencia de tres sustancias llamadas opsinas:

       La eritropsina tiene mayor sensibilidad para las longitudes de onda largas de alrededor de 700 nanómetros (luz roja).

       La cloropsina para longitudes de onda medias de unos 530 nanómetros (luz verde).

       La cianopsina con mayor sensibilidad para las longitudes de onda pequeñas de unos 430 nanómetros (luz azul).

      Los 3 tipos de conos mencionados más arriba son llamados:

      Tipo L: sensibles a longitudes de onda larga

      Tipo M: sensibles a longitudes de onda mediana

      Tipo S: sensibles a longitudes de onda corta (corta = short [en inglés])

      2. Rodolfo F. Llinás, El cerebro y el mito del yo (ed. Belacqua, Barcelona, 2002):

      3. Debo la idea de que los sentimientos están formados por sensación más pensamiento a un autor psicoanalítico, desgraciadamente poco conocido en nuestro país, tal vez por haber escrito su obra en inglés, a pesar de ser chileno, y de haber desarrollado una notable labor en Chile, (además de Londres, Milán y Roma) pero que se formó en Inglaterra. Se trata de Ignacio Matte Blanco, y su obra más destacada es ‘The Unconscious as Infinite Sets. An Essay in Bi-logic’, Ed. Karnac Books, London, 1975 (edición revisada, 1998). En dicha obra estudia las lógicas consciente e inconsciente, empleando la lógica matemática de Russell-Whitehead.

      4. Tomo este término metafórico de la obra antes citada de Matte Blanco

      2.

      ¿qué pone en movimiento a la mente?

      Recordemos que la mente es un sistema formado por un conjunto de elementos que hemos llamado cualia (cualidades sensibles, positivas, negativas y neutras) y que, por lo tanto, son de índole subjetiva – “y” de las relaciones entre ellos (que se originan por ser activados simultáneamente).

      Cada uno de esos conjuntos

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