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      Pero en la época carolingia, la Sippe como principio de organización social había perdido importancia. Al formarse el Estado de federación de personas basado en el feudalismo, habían surgido nuevos vínculos sociales. Sin embargo, en el siglo IX todavía se tenía conciencia de la monstruosidad de la lucha entre padre e hijo, que según la concepcion cristiana era considerada como «acto cainita» (Schmidt-Wiegand, 1978: 151), precisamente a la vista de los enfrentamientos bélicos entre el emperador Ludovico Pío y sus hijos, que amenazaban el orden jurídico y de paz, como lo muestra el interés en poner por escrito el Cantar de Hildebrand:

      La puesta por escrito en un manuscrito de Fulda sucede, no por casualidad, en una época en la que un conflicto entre padre e hijo devasta el reino carolingio «al más alto nivel» y que alcanza un punto culminante en 883 en el Lügenfeld junto a Colmar, con la prisión y la destitución del emperador Ludovico Pío por sus hijos (Schlosser, 1998: 61).

      la suma de todo lo que conformaba la posición de una persona en los diferentes órdenes de la vida, que, no en último lugar, eran órdenes de rango, formados por la distinción, los cargos, las posesiones, las cualidades y relaciones personales (Althoff, 1995: 63).

      En el Cantar de Hildebrand aparece claramente este significado de la honra. El viejo Hildebrand da a entender a su adversario Hadubrand que probablemente es un amigo, y demuestra que conoce bien las relaciones entre las tribus cuando dice a Hadubrand: «Si me nombras sólo a uno, ya sé quiénes son los demás, yo conozco a todo el pueblo». Y después de haber oído quién es su adversario, a saber, su propio hijo, le da una clara señal: le ofrece como signo de su amistad unos valiosos brazaletes de oro. Estos gestos, según la concepción medieval, no sólo eran de amistad o de cortesía, sino que fundamentalmente tenían un significado jurídico. Si Hadubrand hubiera aceptado el regalo, eso habría equivalido a un pacto, al establecimiento de una paz, es decir –en época germánica–, a la reincorporación a la Sippe. Pero Hadubrand insulta a Hildebrand llamándole mentiroso taimado y le reta a luchar. Con ello, a Hildebrand se le presenta la peor situación posible. Al reprochársele la mentira y la estratagema, su honra ha sido vulnerada. Tiene que aceptar la lucha con Hadubrand; si no, ha perdido su honra, su identidad completa como persona. Naturalmente que con ello, Hildebrand se encuentra ante un enorme dilema: ¿Cómo puede luchar contra su propia Sippe, incluso contra su propio hijo? Con ello lucharía en contra de y cuestionaría la base de su existencia, de su identidad como persona y como miembro de una Sippe. Pero si no lo hace, actúa también en contra de toda honra, vulnera el deber de luchar por la propia honra y el propio derecho. El deber de luchar resultará ser más fuerte. Hildebrand decide demostrarse a sí mismo su honra, en último término a todo el mundo, y sobre todo a su hijo. Por ello acepta la lucha, incluso aunque ésta pueda significar su propia muerte o la de su hijo.

      En la época en que se puso por escrito el Cantar de Hildebrand, la migración germánica, sin embargo, ya era historia. Con el reino de los francos había surgido un Estado que estableció un nuevo orden, donde las antiguas Sippen germánicas habían perdido en gran parte su importancia como federaciones de paz. El afianzamiento de la paz y la creación de derecho se habían convertido, en teoría, en tareas del rey franco. Pero el rey solía estar muy lejos. En la práctica, cada cual tenía que preocuparse de su propio derecho, debía luchar por el restablecimiento de la propia honra, legitimando así también su pertenencia al estamento de la nobleza. El derecho a la venganza familiar vigente en la época germánica se convierte en el curso de la Edad Media en el derecho y en el deber de lucha, de Fehde, es decir, en el derecho legítimo de perseguir las propias reivindicaciones haciendo uso de la violencia. Esta permanente amenaza de la paz era una experiencia cotidiana para la nobleza del reino carolingio, y muestra un paralelismo con la omnipresencia de la violencia en la época de las migraciones. La puesta por escrito del Cantar de Hildebrand en el siglo IX parece unir el recuerdo colectivo de la época de Teodorico con las experiencias del presente. En la persona de Dietrich aparece también el recuerdo de la época del reinado de Teodorico, que, como se ha indicado más arriba, estuvo marcado por una seguridad jurídica relativamente amplia, atípica para la época, con lo cual, como ejemplo positivo, podía ser contrapuesto al caos de las luchas dentro de la familia real carolingia del siglo IX.

      Existe un interesante enfoque crítico que, en mi opinión, todavía no ha tenido suficiente eco, y es el de Carola L. Gottzmann en su artículo «Warum muss Hildebrand vor Otachres nid fliehen» (Gottzmann, 2003). Según Gottzmann no se puede hablar de una ceguera trágica en Hadubrand. El contexto sería el siguiente:

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