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decisivas en la elaboración de la presente edición.

      El resultado es un texto que trata de enfatizar más si cabe la claridad expositiva y la interrelación de los diversos capítulos. En este sentido, es especialmente destacable la tarea de coordinación de los ejercicios prácticos realizada por el editor del libro y por los profesores José Honrubia y Salvador Gil Pareja.

      En suma, el libro ha ganado en nervio pedagógico y ha permitido repensarlo de acuerdo con las nuevas exigencias derivadas de la convergencia en el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Recordemos que en el EEES se distingue claramente entre el trabajo discente de dentro y el de fuera del aula. Este libro está pensado para el trabajo del estudiante fuera del aula, en perfecta conexión con la docencia que los profesores imparten dentro de ella.

      Finalmente, agradecemos el buen trabajo de Publicacions de la Universitat de València, sin el que la materialización de este libro hubiera sido imposible en el breve tiempo y con la calidad de edición en que se ha confeccionado.

       Rocafort (l’Horta), febrero de 2009

      VICENT SOLER

      Universitat de València

      Vicent Soler

      Universitat de València

      Europa occidental –el marco natural de análisis de la economía española y del País Valenciano– ha experimentado un crecimiento económico en los últimos dos siglos que no tiene precedentes en la historia de la humanidad (Maddison, 2001), tal y como muestra el gráfico 1.1.

      Crecimiento, pero también cambio estructural, por el hecho de que es sustituida la base agraria de la economía por otra en la que la presencia de la industria, primero, y de la industria y los servicios, después, se ha hecho determinante. La combinación de ambos fenómenos ha supuesto un aumento importante de la renta per cápita en esta parte del planeta, que permite hablar de un proceso de desarrollo económico.

      Además, este cambio ha incluido el pleno reconocimiento de la propiedad privada y un papel creciente del mercado como asignador de recursos (de los bienes, de los servicios y de los factores de la producción: trabajo y capital). Estos dos aspectos (propiedad privada y mercado) son los ingredientes básicos del sistema económico que convenimos en llamar capitalista.

      Así pues, industrialización y capitalismo serán las formas en las que se concreta el desarrollo en nuestro entorno económico –y, por extensión, en todo el mundo occidental–, es decir, las formas en las que se concreta el cambio estructural que acompaña al crecimiento económico inusitado de la época contemporánea.

       Crecimiento económico de la Europa occidental, en términos de PIB per cápita (en miles de dólares y a precios de 1990)

      Fuente: The Economist, 31-12-99.

      Este proceso lo abre una ingente cantidad de innovaciones técnicas y de organizatión de la producción, a las que se suman otras de carácter social y político que convenimos en llamar revolución industrial. La máquina de vapor es el paradigma del inicio de estas innovaciones técnicas. Es, pues, la era de la máquina y la producción seriada, pero también la de patrones, por una parte, y de obreros asalariados, por otra, y de nuevas formas de sociedades mercantiles, como la sociedad anónima.

      A pesar de las semejanzas que al final tienen las sociedades industriales, el camino seguido ha sido muy diferente. No hay un prototipo de revolución industrial. No es adecuado tomar como único referente el vivido por algunos núcleos de Gran Bretaña (el modelo manchesteriano) a finales del siglo XVIII, por haber sido históricamente el primero y el más estudiado. Al contrario, debemos admitir que las circunstancias históricas en las que tienen lugar las diversas revoluciones industriales son diferentes, como también son diferentes, por lo tanto, las formas socioeconómicas que toman.

      Es decir, históricamente, las posibilidades que ha ofrecido el avance científico y tecnológico no han sido aprovechadas en todos los lugares por igual. Ahora bien, los factores de crecimiento son bastante similares en todas partes: la acumulación de capital (físico o de cualquier otra clase, como el financiero o el humano), el progreso técnico, la apertura al exterior o la mejora de la igualdad de oportunidades en la sociedad. La progresiva acumulación de estos medios de producción ha representado para los países también la progresiva desvinculación de las restricciones impuestas por la naturaleza.

      No hay mejor futuro que un buen pasado. De hecho, para disfrutar de altos niveles de productividad y renta hay que mantener en el tiempo la inversión en los diversos tipos de capital. Por otro lado, es falaz la visión del crecimiento a escala internacional como un juego de suma cero, en el que un participante debe perder lo que gana otro. Otra cosa muy distinta es que, cada día más, las interrelaciones entre los países crecen y la competencia también, o que las estrategias competitivas en este marco sean diversas y cambiantes (Pérez, 2007: 25-29).

      En todo caso, como los países han recorrido caminos diferentes, los historiadores distinguen entre unos y otros, e intentan hacer tipologías al respecto. Una muy útil es la que distingue entre first comers (los primeros países industrializados) y second comers.

      Los países del sur de Europa son países retrasados en el cambio estructural en comparación con los del centro y norte europeo (Gran Bretaña, Francia o Alemania). Es decir, son second comers, como lo demuestra el hecho de que la convergencia en términos de renta per cápita en los del sur ha sido lenta e incompleta (a excepción de Italia) y muy tardía. Prácticamente, hasta la segunda mitad del siglo XX no hay un claro acercamiento socioeconómico, un catch-up, de la Europa mediterránea (e Irlanda) a la Europa central y septentrional.

      Tanto España como el País Valenciano siguen, pues, la senda mediterránea hacia la sociedad industrial, es decir, son claramente casos de second comers, si bien se constata la existencia de núcleos industriales sólidamente implantados desde principios del XIX.

      En el marco español, tendríamos el caso vasco (particularmente Vizcaya y Guipúzcoa) y el catalán (particularmente Barcelona y Gerona). En el caso valenciano, la comarca de l’Alcoià y, a finales de ese siglo, la Conca del Vinalopó, la Foia de Castalla, l’Horta y la Plana. Sin esta base industrial preexistente, todo hay que decirlo, difícilmente el arranque industrial generalizado posterior habría sido posible. Un arranque que deberá esperar a la segunda mitad del siglo XX y, por ello, hablamos de second comers.

      Además, la economía española ha estado siempre por debajo de las economías centrales europeas, en términos de producto real per cápita. Las causas de este menor ímpetu

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