ТОП просматриваемых книг сайта:
.
Читать онлайн.Cuando lucho con temores, a menudo conduzco unos pocos kilómetros hasta la orilla del lago Míchigan, el cual se encuentra en la Región de los Grandes Lagos, y paso un tiempo escuchando las olas y reflexionando acerca del asombroso poder de Dios. Cuando se produce una tormenta, las olas se enfurecen y amenazan con dañar los veleros y yates que están ahí anclados; sin embargo, el agua del puerto permanece relativamente tranquila debido al rompeolas. Los barcos que reposan en el puerto están seguros porque la pared de roca está diseñada para contener las olas amenazantes.
En ese sentido, el hecho de vivir en el puerto no nos protege de las experiencias de aflicción y dolor, pero sí nos permite tener paz en medio de las tormentas, porque tenemos acceso al poder protector de Dios. Ya no estamos a merced de las circunstancias, sino que nos aferramos a la misericordia de Dios. A través de imaginería de olas, James Bruce escribe acerca de la realidad del dolor que produce la aflicción, y acerca de la esperanza que uno puede tener cuando tenemos un ancla firme:
La aflicción real no es fácil de consolar. Es como las olas del mar que avanzan hacia la arena y retroceden sólo para avanzar de nuevo. Estas olas pueden variar en tamaño, frecuencia, e intensidad. Algunas son tan pequeñas que simplemente pasan alrededor de tus pies. Otras son tan fuertes que espuman el agua a tu alrededor y te hacen tambalear. Pero también hay olas tan implacables que pueden poner tu mundo de cabeza y arrastrarte a las aguas profundas. Y en tiempos como esos, aquellos que están en aflicción necesitan desesperadamente un ancla.7
Esa ancla a la que debemos aferrarnos es Dios. A medida que confiamos en Él, nos mantenemos firmes, resguardados, y seguros en Su tierno cuidado. Sin importar cuán difíciles puedan ser las tormentas, es posible soportar las con calma y gozo en el interior. El autor del Salmo 46 escribe: “Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, las moradas santas del Altísimo” (versículo 4 LBLA). Y una vez más, se nos asegura que la presencia del Señor está con nosotros en todas partes: “Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana” (versículo 5). La ciudad de Dios, en donde Él habita, es un lugar apacible. Y si nosotros habitamos con Dios, sabemos que, incluso cuando las circunstancias se salen de nuestro control, estamos exactamente en el lugar en el que Dios quiere que estemos. En medio de nuestra aflicción, aprendemos a confiar en Él, en Aquel que se deleita en venir en nuestra ayuda.
2. Debido a que Dios es nuestro amparo, nosotros somos libertados de la ansiedad (versículos 8-11). A la luz de esta seguridad de la protección de Dios, el salmista nos dice en el versículo 10 que debemos “estar quietos, o “dejar de luchar”, como se traduce en la versión en inglés NASB. Esa es la segunda lección del salmo. La palabra hebrea que se traduce como “estar quieto” o “dejar de luchar” puede significar “hundirse”, “relajarse”, “dejarse llevar” o “abandonar”. “Luchar” es un término que típicamente se refiere a la guerra, de modo que la amonestación del versículo 10 podría expresarse de la siguiente manera: “Estén en paz.”
De acuerdo con Filipenses 4:6-7, el medio para alcanzar esa paz protectora de Dios es la oración: “Por nada estéis afanosos [no se inquieten], sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” Cuando llevamos nuestros temores y preocupaciones ante Dios en oración, Él nos envía Su paz como si ésta fuera un centinela que hace guardia a la puerta de nuestro corazón y nuestra mente. La paz de Dios es el cerrojo más seguro en contra de la ansiedad.
La paz de Dios llega a nosotros a medida que recordamos las poderosas obras de Dios. Eso nos provee de una de las armas esenciales para la batalla en contra del temor. Los versículos 8 al 10 nos dan la siguiente instrucción:
Venid, ved las obras de Jehová, Que ha puesto
asolamientos en la tierra.
Que hace cesar las guerras hasta los fines de la
tierra.
Que quiebra el arco, corta la lanza, Y quema los
carros en el fuego.
Estad quietos, y conoced que yo soy Dios.
En otras palabras, “¡Dejen de preocuparse! Yo soy Dios; ustedes no. Yo obtendré la victoria. Dejen de actuar como si ustedes estuvieran a cargo. Deténganse, cálmense, y descansen en Mí. Yo soy su Dios. Yo seré su paz.” Este descanso espiritual no es algo que nosotros experimentamos pasivamente; más bien es una demostración de una fe activa. Escribiendo acerca de nuestro “descanso” en Dios y en Sus palabras para con nosotros, Walter Kaiser enseña lo siguiente: “La palabra “descanso” (manoa) se relaciona en el hebreo con la palabra “consuelo” (manahem) y es una palabra que posee un considerable peso teológico. El “descanso” en Dios es un estado del alma en el que entramos por medio de creer.”8 En otras palabras, a diferencia del descanso físico, el descanso espiritual en Dios implica una elección activa. Debemos ponerle fin a nuestra preocupación y debemos reemplazarla por la confianza de que Dios es Dios, y, por lo tanto, Él tiene el control absoluto. Cuando los temores nos amenazan con sobrepasarnos y destruir nuestra paz, nosotros debemos descansar activamente en Dios por medio de la fe.
Y en ese sentido, nosotros descansamos por medio de recordar Sus poderosas obras: “Venid, ved las obras de Jehová”. Cuando somos tentados a preocuparnos, debemos recordar las grandes obras que Dios ha hecho (no sólo aquellas cosas que ha hecho en la tierra, sino las que ha hecho en nuestras propias vidas). Descansar implica reflexionar en todas las maneras en las que Dios providencialmente ha tenido cuidado de nosotros, cubriendo nuestras necesidades, y demostrándonos Su poder, amor, y gracia. Ese es el antídoto directo para nuestras preocupaciones, y es el mismo principio que Jesús les enseñó a Sus discípulos en Mateo 6:25-34:
“Por tanto [debido a que ninguno puede servir a dos señores] os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo [¡contemplen las obras de Dios!], que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?
Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen [¡contemplen las obras de Dios!]: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así [¡contemplen las obras de Dios!], ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.”
La preocupación obstaculizará nuestra fe, nublará nuestro entendimiento y nos robará la capacidad de ver claramente las buenas obras del Señor. De manera que, la preocupación no produce ningún beneficio. Alguien dijo de manera muy acertada: “La preocupación es como una mecedora. La cual podrá mantenerte ocupado, pero no te llevará a ningún lugar.”9 Y lo peor de todo