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En el presente volumen, dedicado a El lenguaje que los órganos hablan, Luis Chiozza retoma un «diálogo» inconcluso con Donald Meltzer y André Green, dos insignes psicoanalistas, con una extensa y prestigiosa trayectoria, que constituyen referentes obligados en el ámbito de la especialidad, en donde brillan el more geométrico de Wilfred Bion y el more lingüístico de Jacques Lacan.
Desde allí, en la última parte, titulada «¿Dónde estamos hoy?», el autor explora el panorama actual del psicoanálisis y de la psicosomatología que con Freud ha nacido, en su interrelación con los desarrollos que han surgido en diversas disciplinas que transformaron, en el último siglo, el universo cognoscitivo y el mundo de la especie Homo sapiens.
Se trata de una obra de consulta imprescindible en la biblioteca de todo psicoterapeuta, sea cual fuere la posición que adopte frente a la cuestión psicosomática que se debate. Su autor, testigo presencial, durante su trayectoria en la Asociación Psicoanalítica Argentina, de los distintos vaivenes teóricos de su especialidad, une a su prolongada experiencia en la investigación, en la clínica y en la docencia, la discusión de sus ideas en diversos ámbitos y la publicación de numerosos trabajos y libros en varios idiomas.

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Freud comenta que, en un diálogo publicado en un semanario humorístico de Múnich, un hombre se quejaba del carácter de las mujeres, que las convierte en complicadas y difíciles, y que su interlocutor le responde: «Sí, pero es lo mejor que tenemos en ese tipo de cosas». Freud utiliza el comentario para afirmar, a continuación, que, para formar psicoanalistas, lo mejor que tenemos son los médicos. Lo que el personaje del semanario decía de las mujeres podría también decirse de los hombres, y lo que Freud decía de los médicos podría decirse de muchas otras cosas. Si bien es cierto que el psicoanálisis es una empresa cuyas dificultadesexigen un insospechado esfuerzo, y que trascurre perturbada por inevitables momentos de malestar en el paciente y en su psicoanalista, es lo mejor que tenemos para lograr lo que con él intentamos. Pero ¿qué es lo que intentamos? ¿De qué tipo de cosas se ocupa el psicoanálisis? Podemos preguntarnos también: ¿para qué sirve el tratamiento psicoanalítico? Y ¿cómo podemos disminuir los disgustos que el proceso ocasiona? Estas dos últimas preguntas, que han merecido la atención del psicoanálisis desde sus mismos albores y que, dada su índole, han permanecido siempre abiertas hacia nuevas indagaciones, iniciaron el camino que condujo a escribir este libro.

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Frente al acoso de dos perniciosas enfermedades del espíritu, el materialismo y el individualismo, cabe preguntarse si podremos desandar el camino equivocado que conduce a sobrevalorar –muchas veces en secreto– el sexo desaprensivo y el dinero fácil. La mayor parte de la sexualidad, más allá de la finalidad de reproducir individuos de la misma especie, trasciende la búsqueda del placer para alimentar los sentimientos de amistad y de simpatía que nos permiten convivir en una comunidad civilizada. Además, dado que en los asuntos de la vida el óptimo nunca coincide con el máximo, nadie debería acumular una suma de dinero que supere demasiado la cantidad que su ingenio le permite emplear como un medio para alcanzar otros fines. No todas las cosas que se anhelan son cosas que se pueden comprar, y las desmesuradas ansias de poder menoscaban los influjos del deber y del querer en nuestra convivencia cotidiana. De nada vale pensar cómo se vive si no se está dispuesto a vivir como se piensa. Aunque funcionamos indisolublemente unidos a un sentimiento de identidad y a un derecho de autodeterminación que son inalienables, la vida de uno es demasiado poco como para que uno le dedique, por completo, su vida. Vivimos «cableados» con las personas que son «copropietarias» del entorno afectivo que, abusivamente, consideramos nuestro. Sólo disponemos de un punto de vista determinado por el lugar que ocupamos. Podemos comprender entonces que otros ojos nos ayuden a contemplar dónde estamos, y que los necesitemos para saber quiénes somos. Así, con el anhelo de encontrar quien nos conozca y nos acepte, nace la pregunta: ¿alguien sabe quién soy?

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El Dr. Luis Chiozza es sin duda un referente en el campo de los estudios psicosomáticos, cuyo prestigio ha trascendido los límites de nuestro país. Medicina y psicoanálisis es el tomo inaugural de sus Obras completas, a la vez que una guía y manual de uso de las mismas, cuyos quince tomos se presentan completos en un CD incluido en este libro. Este volumen está pensado con el objetivo de facilitar el acceso al fruto de la labor profesional y académica del Dr. Chiozza, a la vez que permitir una inmediata aproximación a sus principales enfoques y temas de interés.
En primer lugar, el lector encontrará una serie de textos introductorios, entre los cuales figura uno del autor, titulado «Nuestra contribución al psicoanálisis y a la medicina». Le sigue el índice de las Obras completas, tal como aparece en cada uno de los tomos que la integran (disponibles en el CD). Luego, la sección «Acerca del autor y su obra», compuesta por un resumen de la trayectoria profesional de Chiozza, un listado de las ediciones anteriores de sus publicaciones y su bibliografía completa. Un índice analítico de términos presentes en los quince tomos cierra el volumen.
Esta obra, referencia obligada para los profesionales de la disciplina, sienta un precedente ineludible en los anales de la psicología argentina.

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Hay errores que nos importan mucho, porque nos conducen hacia un punto imprevisto que no deseamos y desde el cual sentimos, una vez que ingresamos, que ya no se puede volver. Es el error en el cual Meg, la protagonista del filme Una buena mujer, estuvo a punto de incurrir. Es sobre lo que se pregunta Warren cuando, en el filme Las confesiones del Sr. Schmidt, recuerda el período de su vida en que eligió trabajar en la empresa de la cual hoy se jubila. Es lo que conduce a Chieko, la japonesita de Babel, a una conducta sexual que agrava su desolación profunda, y es lo que estuvo a punto de sucederle a Tommi, el niño sensato que protagoniza el filme Libero, cuando torturado por una situación familiar muy penosa se imagina que puede pasar por encima del amor que lo une a su padre. Nuestros grandes errores surgen muy frecuentemente de motivos que se apoyan en creencias que el consenso avala, y que nos parecen «naturales». Vivimos inmersos en prejuicios, en pensamientos prepensados que se conservan y se repiten porque, cuando fueron creados, quedó asumido que funcionaron bien. Es claro que no podríamos vivir si tuviéramos, continuamente, que repensarlo todo. Pero también que hay prejuicios negativos que el entorno nos contagia, que también retransmitimos, y que más nos valdría repensar. Nuestros grandes errores fueron casi siempre el producto de una decisión que eligió el camino, más fácil, de lo ya pensado. Un camino que se conforma, con demasiada naturalidad, con la influencia insospechada que, en sus múltiples combinaciones, ejercen sobre nuestro ánimo y sobre nuestra conducta la rivalidad, los celos, la envidia y la culpa, cuatro gigantes del alma que, incautamente, reprimimos.

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Los antiguos distinguían tres formas de la sabiduría: el saber intelectual, lo que se capta de lo que se dice (scire), el saber emocional, lo que se ha saboreado alguna vez (sapere) y el saber consolidado, que se ha experimentado (experire). Vemos allí las diferencias entre «explicar» (aunque no se pueda comprender o creer), «comprender» (aunque no se pueda creer o explicar) y «creer» (aunque no se pueda explicar o comprender). Son tres maneras que suelen ser simbolizadas por el cerebro, el corazón y el hígado, y que iluminan algunos desequilibrios de la inteligencia que constituyen trágicos puntos de urgencia de nuestra época. Identificamos al hombre «frío», que «no tiene corazón», al intelectual apasionado que «le faltan hígados» para afrontar la realidad, y al hombre de buen corazón, esforzado y confiable, que «tiene poca cabeza» y vive inmerso en innumerables problemas. Cuando un ser humano «suelta su corazón» y se enamora «sin usar la cabeza», es muy posible que no «le alcance el hígado» para lidiar con la realidad.

Shakespeare hace decir a su Próspero que estamos hechos de la sustancia de los sueños. Esa sustancia de la cual estamos hechos, la «cuota» de «psicología» que constituye nuestras vísceras, la materia de nuestros órganos que es alma sin dejar de ser materia, es un enorme reservorio de alma del cual nuestra conciencia sólo conoce una minimísima parte. Cuando el Prometeo de Esquilo dice: «Fui el primero en distinguir entre los sueños aquellos que han de convertirse en realidad», vemos, en cambio, el camino de los sueños que pugnan hacia su materialización. ¿Pero cómo distingue Prometeo los sueños que han de convertirse en realidad si no es a través de la importancia con que gravitan en su ánimo? Allí nos encontramos con la sabiduría de Pascal: «Hay razones del corazón que la razón ignora».

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Este libro acerca de la hipertensión arterial fue escrito para los colegas cuya vocación los inclina hacia el ejercicio de una actividad médica, independientemente de que su formación provenga de una escuela de medicina o de psicología. Pero también para las personas que, sin ninguna formación en esas disciplinas, sienten la curiosidad y el deseo de comprender cuáles son los avatares de la vida que conducen a la enfermedad. La consiguiente obligación de escribir de un modo que sea claro condujo a la necesidad de exponer y fundamentar conceptos generales que trascienden el caso particular de la hipertensión arterial y pueden aplicarse a la comprensión de otras enfermedades. No fue escrito con el propósito ingenuo de que constituya una ayuda suficiente para «superar» la hipertensión. Se propone, en cambio, contribuir a que pueda ser contemplada en un panorama más amplio que ofrece posibilidades distintas.". Decimos de algunos pacientes que «son» diabéticos, y de otros que «están» con una insuficiencia cardíaca, afirmando de este modo la diferencia entre un estado que se considera permanente y otro transitorio. La pregunta «¿soy o estoy hipertenso?», que constituye el subtítulo de este libro, sugiere examinar la idea de que el diagnóstico de hipertensión descubre, en todos los casos, un modo de «ser» que durará toda la vida.

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¿Influyen en la aparición de un cáncer el agotamiento y la depresión, los disgustos, el stress y el estar atravesando un duelo? ¿Cómo puede decidirse hasta qué punto, o cuándo, es inevitable y necesario producir daños en el enfermo para combatir al crecimiento canceroso o infligirle una mutilación para salvarle la vida? ¿Por qué el sistema inmunitario que defiende mi identidad, entre todas las células que cotidianamente se transforman para crecer como cánceres y dejar de cumplir con la función que desempeñaban, sólo deja vivir algunas en un órgano y continúa matando a todas las demás? El tipo de cáncer y el lugar en donde se desarrolla ¿es consecuencia del azar? ¿Qué es un cáncer, un intruso, un desarrollo monstruoso que se comporta como se comporta un parásito, o es algo que me pertenece?