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Combinar divulgación con rigor nunca es tarea fácil en filosofía; la historia de la filosofía es materia harto inexpugnable, campo abonado a pedanterías e incluso academicismos. Pero es posible acercarlos partiendo de una auténtica experiencia filosófica que todos hayamos vivido ya, la del amor, la experiencia más cercana al abismo de la filosofía.
Eso a lo que llamamos «follar» encierra profundidades metafísicas y existenciales abrumadoras y, sin embargo, no es una experiencia reservada a una elite de elegidos destinados a convertirse en catedráticos de estética, sino que es algo que todo el mundo ha experimentado y que, además, el pueblo ha reflexionado sin descanso en un sin fin de variaciones musicales, plasmadas en lo que llamamos canciones de amor. Hay que comenzar por los Chichos o por Conchita Piquer para que tenga sentido alguna vez entender a Hegel o a Schelling sin que ello se convierta en una estafa del narcisismo académico. Sin tomarse en serio a los Chunguitos o al Tijeritas, no hay ninguna posibilidad de lograrlo con Derrida o con Badiou. Para entender cosas tan serias, hace falta haber corrido el riesgo de haber hecho algo serio alguna vez. Y pocas cosas más serias que el amor.

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En sus últimas publicaciones conjuntas, Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero han insistido en la necesidad de replantear un posible diálogo entre marxismo e Ilustración. Para ello, era preciso repensar la articulación entre Mercado, Derecho y Capital, reconstruyendo el concepto de ciudadanía. Y había que hacerlo de modo que no se le hiciera el favor a la ideología liberal de otorgarle el derecho de propiedad sobre los conceptos fundamentales de la tradición republicana. El marxismo no pudo hacer un peor negocio que el de regalar al enemigo la idea de Estado de Derecho, vetándose así las mayores conquistas teóricas del pensamiento de la Ilustración, al tiempo que se enredaba sin remedio en la tarea insensata de inventar un «hombre nuevo» más allá de la ciudadanía. Por el contrario, lo interesante habría sido demostrar, por una parte, la incompatibilidad del capitalismo con los principios jurídicos del estado civil republicano y, por otra, la posible realización de estos bajo condiciones socialistas de producción. Ahora bien, independientemente de la oportunidad política de este planteamiento, ¿se trata realmente de una tesis marxista? No hay otra forma de decidirlo que emprendiendo la lectura en su conjunto de la obra clave de Marx. La tarea de este libro es mostrar que la estructura de «El capital» es ininteligible si se arranca a Marx de la tradición republicana. Y que, en cambio, los más famosos enigmas y cuentas pendientes de esta obra inacabada adquieren una nueva luz si se le restituye al pensamiento de la Ilustración el papel que ahí le corresponde. Al mismo tiempo, se trata también de ofrecer aquí una lectura fácil y sin presupuestos de los tres libros de «El capital», mostrando su cada vez más inquietante actualidad.

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