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Читать онлайн.—Me gustaría volver a ver a tu madre. Siempre me cayó bien.
—Trabaja en la ferretería, media jornada. Podrías acercarte a saludarla.
—Lo haré.
Cuando Kari y Gage habían estado saliendo, Edie la había recibido con los brazos abiertos. No sabía si lo hacía con todas las novias de su hijo, pero le gustaba pensar que su relación con ella había sido especial. Por supuesto, estaba segura de que a Edie no le había gustado que dejara a Gage sólo con una nota como explicación.
—¿Sigue enfadada conmigo por lo que hice?
Gage la observó, con mirada burlona.
—Parece que al fin se ha recobrado de ello.
—Bien. Entonces, me pasaré a verla y le felicitaré por su próxima boda. Creo que es genial que encontrara a alguien. Nadie debería estar solo.
Tan pronto como dijo aquellas palabras, Kari deseó no haberlo hecho. Era obvio que tanto Gage como ella estaban solos. Ella conocía sus circunstancias, pero ¿y las de él? era el tipo de hombre que siempre había atraído a las mujeres, así que debía de estar soltero por decisión propia. ¿Por qué?
Kari estuvo a punto de preguntar, pero él se adelantó.
—¿Y por qué no te has casado, Kari? —preguntó él y, antes de que ella respondiera, se encogió de hombros y añadió—: No importa. Se me olvidó. No te interesaba tener un hogar. Tenías cosas que hacer y sitios que ver.
—Eso no es cierto. Claro que quiero casarme y tener hijos. Siempre he querido hacerlo.
—¿Pero no conmigo?
—Pero no a tu ritmo —contestó ella y suspiró—. Hace ocho años tú ya tenías tu vida encaminada. Habías visto mundo y estabas preparado para sentar la cabeza. Yo acababa de salir del instituto y tenía muchos sueños por realizar. Era joven y estaba llena de esperanzas y, aunque me importabas mucho, me asustaba tu plan de vida. Me parecías mucho mayor, mucho más seguro. Todo lo que decías era razonable, pero no me pareció el momento. No quise ser como mi madre y mi abuela, que se casaron nada más salir del colegio y tuvieron hijos enseguida. Quería tener la oportunidad de ver mundo y realizar mis sueños.
—Pensé que yo era uno de tus sueños.
—Y así era. Pero no ese momento. Cuando me enteré de que ibas a pedirme que me casara contigo, entré en pánico, por eso huí. Pensé… Lo tenías todo tan claro. Pensé que me perdería entre tanta seguridad.
Gage estaba sentado tan cerca que Kari podía sentir el calor de su cuerpo y oler su aroma. Su corazón estaba dividido entre la opción de recostarse en él y de salir corriendo a las montañas. Las confesiones nocturnas solían ser peligrosas. ¿Cuál sería la consecuencia de aquélla?
—Tienes razón —dijo Gage.
—No esperaba que dijeras eso —comentó ella, sorprendida.
—Por aquel entonces, creía que lo sabía todo —admitió él, encogiéndose de hombros—. Eras lo que buscaba en una esposa, nos amábamos… ¿por qué no casarnos? Me hablaste sobre ir a Nueva York y convertirte en modelo, pero no creí que lo dijeras en serio. Fue muy arrogante por mi parte. Lo siento, Kari. Debí haberte escuchado. En vez de eso, me concentré en lo que yo quería y en imponer mis deseos.
Su confesión la tomó con la guardia baja.
—Gracias —murmuró ella—. Ojalá hubiéramos tenido esta conversación hace ocho años.
—Sí. Quizá hubiéramos encontrado una manera de que funcionara.
Kari asintió, pero no dijo nada. En el fondo, lo dudaba mucho. Incluso después de tanto tiempo, la verdad seguía lastimándola. Podía ser que Gage hubiera querido casarse, pero no la había amado lo suficiente como para ir tras ella y pedirle que volviera a casa con él. No la había amado lo suficiente como para seguir en contacto con ella y prometerle que la esperaría. Ella se fue y él se limitó a continuar con su vida sin más.
—Yo me fui al ejército cuando quise ver mundo y tú te fuiste a Nueva York. Supongo que tú lo pasaste mejor —comentó él, queriendo cambiar el tono de la conversación.
—Oh, no sé —replicó ella con voz triste—. Al menos tú podías comer.
—¿Tan justa andabas de dinero?
—Un poco. Al principio. Pero conseguí algunos trabajos a tiempo parcial y de vez en cuando un trabajo como modelo. El tema de la comida tenía más que ver con mantener la figura en el ideal de la modelo americana. No comía porque tenía que adelgazar. Era joven y decidida, pero no tuve en cuenta que no era una forma de vida muy saludable.
—Aparte del hambre que pasaste, ¿fue lo que esperabas?
—No lo sé. Creo que las chicas jóvenes quieren ser modelos porque tiene mucho glamour. ¿En qué otro trabajo podría una chica de dieciocho años hacer tanto dinero y viajar por todo el mundo? Recibes muchas invitaciones. Los hombres quieren salir con modelos. Ser modelo te da una identidad instantánea.
Kari acercó las rodillas a su pecho y se las abrazó.
—Pero lo cierto es que puede ser muy difícil. Miles de chicas van a Nueva York y sólo un pequeño porcentaje consiguen llegar a triunfar como modelos. Yo no llegué a tanto, sólo fui una modelo que ganaba lo suficiente para pagar mis deudas y mis estudios universitarios, también pude ahorrar un poco. La verdad es que nunca encajé en ese mundo. Descubrí que las fiestas pueden ser sitios peligrosos. No se me permitía comer y nunca fui bebedora. Y los hombres que suelen salir con modelos tenían expectativas con las que no me sentía cómoda —explicó Kari y sonrió—. Supongo que puedes sacar a una chica de Possum Landing pero no puedes sacar Possum Landing, de dentro de ella.
—Me alegro.
Mientras él la observaba, Kari se preguntó qué estaría pensando. ¿Le habría sorprendido lo que le había contado? Comparada con la mayoría de sus amigas, se había comportado casi como una monja, pero no iba a contarle eso a Gage. Sonaría como si quisiera poner excusas.
—Hablaste de encontrar un trabajo en Dallas —señaló él—. ¿Echarás de menos Nueva York?
—Algunas cosas. Pero estoy preparada para un cambio. Nací y crecí en Texas. Aquí están mis raíces.
—¿Qué planes tienes para la vieja casa?
Kari lo pensó un momento.
—Aún no lo he decidido. Oh —recordó—, revisé la casa e hice un inventario de todas las antigüedades.
Gage pareció interesado, pero no dijo nada.
Kari suspiró.
—Hay algunos muebles que quiero guardar para mí… la mayoría de ellos con valor sentimental. He preguntado a mis padres y ellos no quieren nada. Así que voy a vender el resto, menos lo que quieras quedarte tú.
—¿Qué quieres decir? —preguntó él con las cejas levantadas.
—No sabía si te interesaban las antigüedades. Si es así, me gustaría que fueras el primero en elegir algo entre las cosas de mi abuela.
—¿Por qué?
—Vamos, Gage, los dos sabemos lo mucho que la ayudaste. Siempre te ofreciste a ir a verla y a arreglar cualquier cosa que hiciera falta. Después de que yo me fuera, le hiciste compañía y la ayudaste, a pesar de que estabas muy enojado conmigo.
—No habría dejado que eso afectara mi relación con ella.
Kari se dio cuenta de que no había negado estar enojado con ella, lo que la hizo sentir incómoda. Era curioso cómo, después de tanto tiempo, la desaprobación de Gage aún la hacía sentir insegura.
—Es a lo que me refiero —continuó Kari—. Podías haber roto la