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      Qué paradoja; la idea de unos niños creativos que viven en un lugar donde está prohibida la diversión se me ocurrió un día excepcionalmente entretenido. De hecho, resulta curioso –por no decir contradictorio– lo mucho que hemos disfrutado construyendo el grisáceo universo de Tediópolis. ¿Quién iba a pensar que es tan estimulante escribir sobre una sociedad que rinde culto al aburrimiento? Buena parte de ese mérito se lo debo a mi amigo Diego Chozas, que no dudó en aceptar mi invitación de incorporarse a un proyecto que necesitaba de su humor absurdo, de su ironía. Diego es capaz de mirar como lo hace un niño que sueña, como mira un niño feliz. (Algo imperdonable en Tediópolis, claro).

      También hemos contado con la habitual complicidad de mis expertos insustituibles: Alberto Baeyens, Pepe Trívez, Esther Rodrigo, Susana Berdejo y Begoña Oro. De nuevo nos han obsequiado con sus valiosas aportaciones. La conspiración se completa con dos apoyos de lujo: David Guirao, que tuvo la generosidad de ofrecer unos primeros bocetos del mundo que estábamos diseñando, y Nerea González, que también de forma desinteresada nos propuso diversos experimentos reales que incorporar al proyecto. A todos ellos quiero manifestar mi más cariñoso agradecimiento. Con vosotros da gusto imaginar, embarcarse en desafíos fantásticos. Como recompensa, contad con una parcela en Tediópolis, a la altura de la plaza del Hastío.

      DAVID LOZANO

      Geografía

      Situada en el Mar Mota, la pequeña isla de Tediópolis no presenta un relieve significativo. Su punto más alto es el Monte Nariz, de 36 metros. Como no hay viento en la isla, las nubes no se mueven de su lugar ni cambian de forma, por lo que los habitantes de Tediópolis les han dado nombres propios. Las principales de ellas son, al Norte, la Gran Nube de la Vaca, y al Este, la Nube del Bostezo. Fuera de la capital, el paisaje consiste en interminables llanuras y terrenos deprimidos cubiertos de un pasto gris verdoso donde pacen las vacas.

      Historia

      En Tediópolis no ha ocurrido nada desde que la fundara don Tedi Osho I en la solemne Declaración sobre el Monte Nariz. Todos los años son iguales. Tediópolis se mantiene tradicionalmente aislada del mundo, y los viajes al exterior están prohibidos.

      Cultura en Tediópolis

      Museo Nacional de Arte Aburrido (MNAA). Visitas guiadas a diario de 9:00 a 13:00 y de 15:00 a 18:00. Descuentos para grupos y para visitantes habituales. El 29 de noviembre, día de la Fiesta Nacional, en las plazas públicas se baila la tabarra, pintoresca danza tradicional con pesados y rígidos ropajes.

      Gastronomía tediopolitana

      En general, la comida de Tediópolis es típicamente sosa. Tediópolis es famosa por sus Semanas Gastronómicas del Color: en la Semana Verde se toman todos los días judías verdes con guisantes; en la Semana Roja, tomates con pimientos rojos, y en la Semana Blanca, coliflor con patatas hervidas y arroz.

      Tediocola

      Producto estrella de la industria tediopolitana, es una bebida aún más insípida e incolora que el agua. Se debe servir a temperatura ambiente para evitar sensaciones excesivamente estimulantes. Ni siquiera quita la sed. «Tan deprimente como beberse un muerto», ha dicho un crítico local elogiando el refresco. No se ofrece tediocola light porque es imposible quitarle más ingredientes a este líquido.

      Cómo divertirse en Tediópolis

      Está terminantemente prohibido divertirse en Tediópolis. Divertirse, reírse e incluso sonreír son delitos graves castigados con penas de cárcel. Las soporpatrullas recorren incansables las calles de la capital vigilando cualquier posible señal de diversión. También existe un complejo sistema de cámaras y micrófonos ultrasensibles que detectan risas y sonrisas. En caso de que se active alguna alarma, las soporpatrullas acuden rápidamente adonde se ha producido el incidente.

      También están prohibidas las aglomeraciones de personas, a no ser en filas y en actos oficiales. Existe un único canal de televisión, la cadena oficial Matraca TV, que dedica las 24 horas del día a aburrir y entristecer a la población con programas como La hora de Tedi Osho, informativos sobre la meteorología de Tediópolis, programas de bricolaje y de «hazlo tú mismo» o, para el público infantil, dibujos desanimados.

      Turismo en Tediópolis

      Museo Nacional de Arte Aburrido (ver «Cultura en Tediópolis»). Subida al Mirador del Monte Nariz.

      •PRÓLOGO

      NADIE SE RÍE en Tediópolis.

      Nadie, porque reírse es algo muy poco serio. Está muy feo que se te escape una risa en público, pero es que además está prohibido. La risa es un bajo instinto que se corrige con educación. Y con castigos de cárcel, incluso. Lo educado en Tediópolis es aburrirse y bostezar bastante cuando te hablan. Abúrrete mucho y llegarás a ser alguien importante.

      Por supuesto, contar chistes es inconcebible, salvo que no tengan ninguna gracia.

      Así es Tediópolis, una población de inmensos edificios que se levantan sobre las aceras como moles viejas agujereadas. Y es que las ventanas de las casas son tan pequeñas y sombrías que parecen agujeros. Desde ellas, los habitantes se asoman a calles muy rectas y tan largas que uno se deprime solo de pensar en salir a pasear. Hasta el horizonte es gris. Las nubes flotan a media altura aunque nunca llueva –una tormenta resultaría demasiado emocionante–, así que las fachadas parecen estar siempre sucias.

      Ese es el ambiente que se respira y donde viven nuestros tres protagonistas: Julio, Salomón y Alba. Julio es grandote, pelirrojo, despeinado, travieso y soñador. Se mueve con la energía de un huracán. Le apasiona vivir aventuras y va siempre con media camisa por fuera, lo que para él es un acto de rebeldía. Desde muy pequeño le fascina todo lo asqueroso y maloliente, aunque él dice que su interés en mocos, cucarachas aplastadas, excrementos y gusanos es puramente científico.

      Por el contrario, Salomón (pequeño, serio, repeinado, siempre con el uniforme escolar impecable) es prudente, meticuloso, nunca pierde la calma y le repugnan los «experimentos científicos» de Julio. De tez morena, está tan flaco que parece un fideo con peluca. El problema de Salomón, aparte de la repulsiva compañía de Julio, es que sufre de narcolepsia, un trastorno muy bien visto en Tediópolis que provoca sueños repentinos. A Salomón le llegan así, de pronto, aunque por suerte con poca frecuencia. Está haciendo cualquier cosa y, sin previo aviso, se queda dormido. ¡Incluso se ha llegado a dormir de pie! En una ocasión estuvo a punto de ahogarse porque le entró sueño mientras nadaba en una piscina.

      Esos estados de letargo súbito suelen durarle varios minutos, y terminan siempre cuando abre los ojos de golpe y suelta en voz alta la palabra «pedúnculo». Nadie sabe por qué es esa palabra, y no otra, la que pronuncia, y por qué lo hace al volver en sí. Pero no falla: cada vez que recupera la consciencia después de uno de sus sueños bruscos, lanza a plena voz un «PEDÚNCULO» que ha llegado a oírse bastante lejos. Él tampoco se lo explica, aunque no puede evitarlo y le da mucha vergüenza. Se duerme, se despierta y... ¡pedúnculo!

      Alba es la tercera de este grupo. Ni alta ni baja, ni gorda ni flaca, suele mediar cuando sus dos amigos discuten. Lleva gafas de pasta, es muy curiosa, valiente y segura de sí misma. Tiene la manía de calcularlo todo, lo que consigue gracias a una mente capaz de ejecutar intrincadas operaciones matemáticas en apenas unos segundos. Por ejemplo: Julio se coge un mechón de pelo y, tras una simple mirada, Alba sabe cuántos pelos ha atrapado: trescientos cuarenta y siete. Hace poco, a su padre se le cayó un paquete de arroz y, antes de que se agachara a limpiarlo, Alba ya había calculado el número de granos que había por el suelo: quinientos doce. Su problema es que, en cuanto se pone nerviosa, le entran ganas de hacer pis. Y, para su desgracia, se pone nerviosa a menudo, por lo que tiene la sensación de que se pasa la vida buscando baños. Buscando baños y haciendo cálculos. Sin duda, no hay

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