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lado. Los contenidos cayeron y se desparramaron por el asiento.

      –¿Sabes quién es Des Whiteley? —continuó James.

      –Creo que lo he visto en copia en los correos —dijo Olivia, haciendo un intento desesperado por coger su vaporizador de perfume mientras el taxi volvía a zigzaguear.

      –Es el CEO. El director ejecutivo.

      –¿De Valley Wines? —preguntó ella.

      –No, no. De su sociedad de cartera, Kansas Foods. Me pidió que te hiciera llegar sus felicitaciones personales. Las ventas se han disparado.

      –Eso es increíble. —Olivia se estiró para coger su cartera, su pintalabios y un clínex solitario.

      Su sombra de ojos, la pequeña polvera que siempre llevaba encima, estaba debajo del clínex.

      El color era Carbón brillante.

      Eso le dio una idea a Olivia.

      Abrió la cajita y frotó un dedo en la sombra de ojos. Después lo frotó sobre la pierna que estaba al descubierto.

      Un éxito. El Carbón brillante volvió su pierna del color de las medias. Camufló el daño de manera que era casi indetectable.

      –Yo le dije que tu enfoque para esta campaña representaba los valores de nuestra empresa —continuó James—. Metódico y organizado.

      –Organizado —repitió Olivia, llenándose otro dedo de sombra de ojos.

      –Creativamente disciplinado y centrado en los resultados.

      –Centrado en los resultados —repitió conforme Olivia, frotando el polvo de carbón en el agujero.

      –Planificado para cualquier eventualidad —dijo James.

      –Claro. Planificado.

      Olivia decidió que debería colorear una zona más amplia, ya que las medias podían moverse cuando anduviera, o la carrera podría subir más. Con cuidado, metió el dedo debajo del nailon.

      –Mañana hablamos. Estaré en el despacho a las siete de la mañana, así que empezaremos entonces. Necesitaremos por lo menos dos horas aparte. Tendremos una breve sesión informativa a solas y después una reunión de grupo en la sala de juntas.

      ¿De qué puede tratarse?, se preguntaba Olivia.

      –Nos vemos allí —dijo ella y él cortó la conexión.

      Olivia cerró la polvera y la puso de nuevo en su bolso.

      El éxito de la campaña los había sorprendido a todos, ella incluida. Como la única mujer en el equipo ejecutivo experimentado, a pesar de sus años de duro trabajo, se había acostumbrado a aplaudir mientras se alababan los logros de los demás. Nunca había pensado que le llegaría el turno de estar al frente de un éxito arrollador. En cierto sentido, esta campaña había dado mucho la sensación de camuflar el daño de sus medias.

      Se sentía como si hubiera tenido suerte al lanzarla y realmente no lo mereciera o incluso no lo deseara para nada.

      –¿Me decía algo? —El conductor del Uber interrumpió sus pensamientos, mirando hacia atrás hacia ella—. Me iba a preguntar una cosa cuando sonó su teléfono.

      –Ah. No, ahora ya está. Pensaba que tendría que parar antes, pero al final resultó que no.

      Él asintió.

      –Mencionó Valley Wines. ¿Trabaja para ellos?

      –Directamente no —dijo Olivia—. Trabajo para una agencia que les lleva la contabilidad.

      –¿Y son buenos? A mi mujer le gusta una de las marcas de California. Nunca me acuerdo del nombre, pero tiene una etiqueta bonita. Últimamente no lo hemos podido encontrar, así que le dije que deberíamos probar otro.

      Olivia sintió una puñalada de culpa. El espacio en las estanterías era limitado y las ganancias hechas por Valley Wines significaban que otras marcas habían salido perdiendo.

      Por un momento, consideró dar una respuesta estándar de que los vinos eran excelentes y que, sin duda, su mujer debía probarlos. Después decidió no hacerlo. Al fin y al cabo, el conductor de Uber y ella eran extraño y siempre era más fácil ser sincera con los extraños.

      –¿Mi opinión personal? —dijo—. Valley Wines ni tocarlos. Son horribles, están fabricados a precio bajo y no valen lo que se paga por ellos.

      Habían llegado. El taxi paró fuera de Villa 49.

      –Gracias por el consejo —dijo el conductor—. Buscaremos un vino diferente.

      –De nada. Gracias por el viaje. —Olivia bajó.

      Con el desastre de vestuario bajo control, era el momento de pensar qué quería decirle a Matt.

      –Estoy segura de que te sorprenderá, pero soy realmente infeliz.

      Ese iba a ser el punto de partida.

      Dando vueltas a lo que debería decir a continuación, Olivia entró en el restaurante.

      CAPÍTULO DOS

      Olivia se quedó quieta por un instante dentro de Villa 49, acostumbrándose a la tenue iluminación, escuchando el murmullo de voces y inhalando los aromas que le venían de una mesa de por allí cerca.

      Los toques aromáticos de ajo tostado, tomillo y romero. El rico aroma de jugo de carne mezclado con un suave toque de vino. El olor a pan crujiente, recién salido del horno, que hace la boca agua.

      Por primera vez en el largo y estresante día, se sentía verdaderamente contenta. Si cerraba los ojos, se podía imaginar a ella misma bajo un olivo en una trattoria rústica de la misma Toscana, lejos de la presión de su trabajo y de las sucesivas reuniones y del constante sonar de su teléfono.

      Incluso podía olvidarse de la delicada conversación que iba a tener con Matt.

      –Buenas noches, signora. Bienvenida a Villa 49. ¿Tiene una reserva?

      El educado recibimiento del metre le hizo volver a la realidad.

      –Sí, debe de estar a nombre de Matthew Glenn.

      –Sígame.

      Lo siguió zigzagueando por todo el restaurante.

      La mesa en la esquina que Matt había reservado estaba vacía. Momentáneamente, Olivia se sorprendió. Él siempre era puntual y ella había llegado cinco minutos tarde. Ella esperaba que él estuviera allí, esperándola.

      Aun así, el tráfico podía ser impredecible.

      Rápidamente, miró su teléfono. Había dos mensajes más de sus compañeros felicitándola. Cada uno de ellos le provocó un pinchazo de culpa idéntico. Al final, había un mensaje de su asistente, Bianca.

      «James dijo que tengo que asistir a una reunión urgente mañana. ¿Sabes de qué va? ¿He hecho algo malo?»

      Olivia podía imaginar a la joven y esbelta mujer mordiéndose las uñas con ansiedad mientras esperaba. Olivia había intentado ayudarla a romper este hábito nervioso tanto como podía. Incluso le había regalado una manicura, pero Bianca se había mordido sus uñas acabadas de pintar con la misma desesperación. Al final, Olivia había decidido dejarlo estar. A fin de cuentas, había hábitos peores que morderse las uñas. Una de las otras asistentes había empezado a comer dónuts para aliviar el estrés y había ganado nueve quilos en tres meses.

      Olivia escribió una respuesta.

      «¡No es nada malo! Es una reunión de grupo, así que seguramente sea evaluación y novedades.

      Añadió una cara sonriente y mandó el mensaje. Después dirigió su atención a la lista de vinos.

      Hojeando el menú, Olivia volvía a sentirse feliz de nuevo. Le encantaban los vinos italianos y este menú se especializaba en marcas de la región de la Toscana. No había oído hablar de algunos de ellos, pero estaba fascinada con la música de sus nombres. Su mente visualizaba unas colinas verdes ondulantes bañadas por el sol, con hileras

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