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que está envuelto por el dolor mientras viene de camino a casa. Será trabajo tuyo hacerle olvidar todo esto. No mío, tuyo. Haz un buen trabajo, Angelica —la Viuda encogió los hombros—. Ahora lárgate. Tengo cosas que hacer. En primer lugar, tengo que asegurarme de que realmente acabaste con Sofía.

      El despido fue tan brusco que fue grosero. Con cualquier otra persona, hubiera bastado para justificar un castigo. Con la Viuda, Angelica no podía hacer nada y eso solo lo empeoraba.

      Aun así, haría todo lo que la anciana requiriera. Haría que Sebastián fuera suyo cuando volviera a casa. Pronto sería de la realeza por matrimonio y esa elevación sería suficiente recompensa.

      Mientras tanto, las dudas de la Viuda acerca de Sofía la carcomían. Angelica la había matado; estaba segura de ello, pero…

      Pero no haría ningún daño ver que podía descubrir de los acontecimientos en Ishjemme, solo para estar segura.

      A fin de cuentas, por lo menos tenía un amigo allí.

      CAPÍTULO SEIS

      Sofía sentía el flujo rítmico del barco en algún lugar por debajo de ella, pero era algo distante, en el límite de su conciencia. A menos que se concentrara, costaba recordar que hubiera estado jamás en un barco. Sin duda, no podía encontrarlo, a pesar de que era el último lugar en el que podía recordar haber estado.

      En cambio, parecía estar en un lugar sombrío, lleno de una neblina que cambiaba y se hinchaba, una luz fracturada se colaba a través de ella de modo que parecía más el fantasma de un sol que su realidad. Dentro de la neblina, Sofía no tenía ni idea de en qué dirección era adelante o en qué dirección se suponía que debía ir ella.

      Entonces oyó el lloro de un niño, cortando la niebla con más claridad que la luz del sol. De algún modo, el instinto le decía que el niño era suyo y que tenía que ir hacia él. Sin dudarlo, Sofía salió de la neblina y fue corriendo hacia él.

      Este continuaba llorando, pero ahora la neblina distorsionó el ruido, haciendo que pareciera que venía de todas direcciones a la vez. Sofía escogió una dirección, se lanzó de nuevo hacia delante pero, al parecer, cada dirección que escogía era la equivocada y no se acercaba.

      La neblina centelló y parecían formarse unas escenas a su alrededor, presentadas con tanta perfección como las representaciones encima de un escenario. Sofía se vio a sí misma gritando durante el alumbramiento, su hermana le cogía la mano mientras ella traía una vida al mundo. Se vio a sí misma cogiendo a aquel niño en sus brazos. Se vio a sí misma muerta, con un médico de pie a su lado.

      —No estaba lo suficientemente fuerte, después del ataque —le dijo este a Catalina.

      Pero eso no podía ser así. No podía ser verdad si las otras escenas eran ciertas. Podía suceder.

      —Tal vez nada de esto es verdad. Tal vez es solo la imaginación. O tal vez son posibilidades y nada está decidido.

      Sofía reconoció la voz de Angelica al instante. Dio la vuelta rápidamente y vio a la mujer allí, con un cuchillo ensangrentado en la mano.

      —Tú no estás aquí —dijo—. No puede ser que estés.

      —¿Pero tu hijo sí que puede? —replicó ella.

      Entonces dio un paso adelante y apuñaló a Sofía, provocándole un dolor que se le clavaba como el fuego. Sofía gritaba… y estaba sola, de pie en medio de la neblina.

      Oyó a un niño que lloraba en algún lugar a lo lejos y fue hacia allí porque sabía por instinto que se era suyo, su hija. Corrió, tratando de alcanzarla, aunque tenía la sensación de que había hecho esto antes…

      Vio que a su alrededor había escenas de la vida de una niña. Una niña pequeña jugando, feliz y a salvo, Catalina estaba riendo con ella porque ambas habían encontrado un buen escondite debajo de las escaleras y Sofía no podía encontrarlas. Una niña pequeña a la que sacaban del castillo justo a tiempo, Catalina luchando contra una docena de hombres, ignorando la lanza que tenía a su lado para que Sofía pudiera escapar con ella. La misma niña sola en una habitación vacía, sin ningún progenitor por allí.

      —¿Esto qué es? —preguntó Sofía.

      —Solo tú exigirías un significado para algo así —dijo Angelica, saliendo de nuevo de entre la neblina—. No puedes simplemente tener un sueño, tiene que estar lleno de presagios y señales.

      Esta dio un paso adelante y Sofía levantó la mano para intentar detenerla, pero eso solo sirvió para que le clavara el cuchillo bajo la axila, en lugar de a través del pecho de manera limpia.

      Estaba de pie en la neblina, los lloros de una niña sonaban a su alrededor…

      —No —dijo Sofía, negando con la cabeza—. No seguiré dando vueltas y vueltas a esto. Esto no es real.

      —Es lo suficientemente real como para que tú estés aquí —dijo Angelica, su voz haciendo eco desde la neblina—. ¿Qué se siente al estar muerta?

      —Yo no estoy muerta —insistió Sofía—. No puedo estarlo.

      La risa de Angelica hizo eco tal y como lo habían hecho antes los lloros de su hija.

      —¿Tú no puedes estar muerta? ¿Tan especial eres, Sofía? ¿Tanto te necesita el mundo? Deja que te haga memoria.

      Salió de la neblina y ahora no estaban dentro de la neblina, sino en el camarote del barco. Angelica dio un paso adelante, el odio en su rostro era evidente cuando le clavó el cuchillo a Sofía de nuevo. Sofía se quedó sin aliento y, a continuación, cayó, desplomándose en la oscuridad mientras oía que Sienne atacaba a Angelica.

      Entonces volvía a estar de nuevo en la neblina, de pie allí mientras esta brillaba a su alrededor.

      —Entonces ¿esto es la muerte? —preguntó, sabiendo que Angelica estaría escuchando—. Si es así, ¿qué estás haciendo tú aquí?

      —Tal vez yo también morí —dijo Angelica. Volvió a dejarse ver—. Tal vez te odio tanto que te seguí. O tal vez yo sea todo lo que tú odias en el mundo.

      —Yo no te odio —insistió Sofía.

      Entonces oyó reír a Angelica.

      —¿Ah, no? ¿No odias que yo creciera segura mientras tú estabas en la Casa de los Abandonados? ¿Qué todos en la corte me acepten cuando tú tuviste que escapar? ¿O que yo podría haberme casado con Sebastián sin problemas, mientras tú tuviste que huir?

      De nuevo, dio un paso adelante, pero esta vez no apuñaló a Sofía. Pasó de largo de ella, alejándose en la neblina. La neblina parecía cambiar de forma cuando pasó Angelica, y Sofía sabía que no podía ser verdaderamente ella, porque la verdadera Angelica no se hubiera cansado tan pronto de asesinarla.

      Sofía fue tras ella, para intentar encontrarle el sentido a todo.

      —Te mostraré unas cuantas posibilidades más —dijo Angelica—. Creo que te gustarán.

      Solo el modo en que Angelica lo dijo ya le decía a Sofía lo poco que le gustaría. Aun así, la siguió hasta dentro de la neblina, sin saber qué otra cosa hacer. Angelica desapareció pronto de la vista, pero Sofía continuó caminando.

      Ahora estaba en el centro de una habitación en la que se encontraba Sebastián, evidentemente intentando contener la lágrimas que caían de sus ojos. Angelica estaba allí con él y estiró la mano hacia él.

      —No debes reprimir tus emociones —dijo Angelica en un tono de perfecta compasión. Rodeó con sus brazos a Sebastián y lo abrazó—. No pasa nada por llorar a los muertos, pero recuerda que los vivos estamos aquí para ti.

      Ella miraba directamente a Sofía mientras abrazaba a Sebastián y Sofía veía su mirada triunfante. Sofía se dispuso a ir hacia allí con furia, con el deseo de apartar a Angelica de él, pero ni

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