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no hay ningún registro sobre él —insistió Jan—. Oli lo hubiera mencionado si realmente hubiera un hijo de los Danse. A ti y a Catalina os mencionó bastante.

      —Parte de esconderme era esconder los rastros de mí —dijo Lucas—. Supongo que dicen que morí de bebé. No te culpo por no creerme.

      Sofía culpaba un poco a Jan, a pesar de que lo entendía. Ella quería que esto fuera bien. Quería que todo el mundo aceptara a su hermano.

      —Lo llevaremos al castillo —dijo Sofía—. Si alguien sabrá sobre esto es mi tío.

      Jan pareció aceptarlo y se dispusieron a dirigirse de vuelta a Ishjemme, pasando por delante de las casas de madera y los árboles que crecían entre ellas. Para Sofía, la presencia de Lucas le encajaba de algún modo, como si un fragmento de su vida que no sabía que le faltaba había vuelto de alguna manera.

      —¿Cuántos años tienes? —preguntó Sofía.

      —Dieciséis —dijo. Eso lo situaba entre ella y Catalina, no era el primogénito, pero el chico mayor. Sofía podía entender cómo eso hubiera hecho peligrar las cosas en el reino de la Viuda. Pero que Lucas marchara no los había mantenido a salvo, ¿no?

      —¿Y has estado viviendo en las Tierras de la Seda? —preguntó Jan. Había una nota de interrogatorio en ello.

      —Allí y en un par de lugares de sus islas periféricas —respondió Lucas. Le mandó una imagen a Sofía de una casa que era de lujo pero sosa, las habitaciones se dividían con sedas en lugar de paredes sólidas—. Pensaba que era normal crecer educado por tutores. ¿Fue así para vosotras?

      —No exactamente. —Sofía dudó por un momento y después le mandó una imagen de la Casa de los Abandonados. Vio que Lucas, su hermano, apretaba la mandíbula.

      —Las mataré —prometió y tal vez su intensidad mejoró las cosas con Jan, pues su primo asintió también con el sentimiento.

      —Catalina te ganó a eso —le aseguró Sofía—. Te gustará.

      —Por lo que decís, mejor espero gustarle yo a ella —contestó.

      Sofía no tenía ninguna duda de eso. Lucas era su hermano, y Catalina lo vería tan claro como ella. Por lo que veía, los dos también encajaban bien. No eran los polos opuestos que ella y Catalina a menudo parecían ser.

      —Si crecisteis… allí —dijo Lucas—, ¿cómo llegasteis hasta aquí, Sofía?

      —Es una historia larga y complicada —le aseguró Sofía.

      Su hermano encogió los hombros.

      —Bueno, parece que hay un largo camino de vuelta al castillo y a mí me gustaría saberlo. Parece que ya me he perdido demasiado de vuestra vida.

      Sofía hizo todo lo que pudo, exponiéndolo trozo a trozo, desde que escaparon de la Casa de los Abandonados, hasta que se infiltró en el palacio, se enamoró de Sebastián, tuvo que marcharse, la volvieron a capturar…

      —Parece que habéis pasado mucho —dijo Lucas—. Y aún no has empezado a contarme cómo todo esto os llevó a terminar aquí.

      —Había una artista: Laurette van Klett.

      —¿La que te pintó con la marca de los contratados incluida? —dijo Lucas. Parecía que ya la había colocado en la misma categoría que los demás que la habían martirizado y Sofía no quería eso.

      —Ella pinta lo que ve —dijo Sofía. Esa era una persona de su viaje por la que no sentía ninguna rabia—. Y vio el parecido entre mi madre y yo en un cuadro. Sin eso, no hubiera sabido por dónde empezar a buscar.

      —Entonces todos le debemos nuestra gratitud —dijo Jan—. ¿Y tú, Lucas? Antes hablaste de tutores. ¿En qué te instruyeron? ¿Para convertirte en qué te educaron?

      De nuevo, Sofía tuvo la sensación de que su primo estaba intentando protegerla de su hermano.

      —Me enseñaron idiomas y política, a luchar y por lo menos los principios de cómo usar los talentos que todos nosotros tenemos —explicó Lucas.

      —¿Te enseñaron a ser un rey a la espera? —preguntó Jan.

      Ahora Sofía entendía parte de su preocupación. Pensaba que Lucas estaba allí para intentar apartarla. Aunque sinceramente, sospechaba que su primo estaba más preocupado de lo que estaba ella. De hecho, ella no había pedido que la llamaran a ser la heredera del trono del reino de la Viuda.

      —¿Piensas que estoy aquí para reclamar el trono? —preguntó Lucas. Negó con la cabeza—. Me enseñaron a ser un noble, lo mejor que pudieron. También me enseñaron que no hay nada más importante que la familia. Por eso vine.

      Sofía podía sentir su sinceridad a pesar de que Jan no lo hiciera. Para ella era suficiente –más que suficiente. La ayudaba a sentirse… segura. Ella y Catalina habían confiado la una en la otra durante demasiado tiempo. Ahora, había una extensa colección de primos, su tío… y un hermano. Sofía no podía expresar la sensación que eso daba de que su mundo se había extendido.

      Lo único que lo haría mejor era que Sebastián estuviera allí. Esa ausencia parecía un agujero en el mundo que no se podía llenar.

      —O sea —dijo Lucas—, ¿el padre de tu hijo es el hijo de la mujer que ordenó que mataran a nuestros padres?

      —¿Piensas que eso complica demasiado las cosas? —preguntó Sofía.

      Lucas le contestó medio encogiendo los hombros.

      —Complicado, sí. ¿Demasiado complicado? Eso lo tienes que decir tú. ¿Por qué no está aquí él?

      —No lo sé —confesó Sofía—. Me gustaría que estuviera.

      Por fin, llegaron al castillo y se dirigieron al recibidor. Las noticias de la llegada de Lucas se les debían haber adelantado, pues todos los primos estaban en el recibidor, incluso Rika, que tenía una venda para tapar la herida en la cara que había recibido defendiendo a Sofía. Sofía se dirigió primero a ella y le cogió las manos.

      —¿Estás bien? —preguntó.

      —¿Y tú? —replicó Rika—. ¿Y el bebé?

      —Todo está bien —la tranquilizó. Miró alrededor—. ¿Catalina está aquí?

      Ulf negó con la cabeza.

      —Frig y yo no la hemos visto hoy.

      Hans tosió.

      —No podemos esperar. Tenemos que entrar. Padre está esperando.

      Hizo que pareciera serio, pero entonces, Sofía recordó cómo había sido cuando ella llegó allí, y lo precavida que había sido la gente con ella. En Ishjemme, eran muy prudentes con la gente que aseguraba ser uno de ellos. Sofía se sentía casi tan nerviosa estando allí esperando a que las puertas se abrieran como lo había estado la primera vez, cuando había sido ella la que reclamaba su herencia.

      Lars Skyddar estaba delante del asiento ducal, esperándolos con gesto serio como si estuviera preparado para recibir a un embajador. Sofía tenía la mano entrelazada con la de su hermano mientras avanzaban, a pesar de que eso provocó una mueca de confusión de su tío.

      —Tío —dijo Sofía—, este es Lucas. Es el que vino de las Tierras de la Seda. Es mi hermano.

      —Le he dicho que eso no es posible —dijo Jan—. Que…

      Su tío alzó una mano.

      —Había un niño. Pensaba… me dijeron, incluso a mí, que murió.

      Lucas dio un paso adelante.

      —No morí. Estaba escondido.

      —¿En las Tierras de la Seda?

      —Con el Oficial Ko —dijo Lucas.

      El

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