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la nieve es más suave, y es más fácil caminar.

      Miro por encima del hombro, inspecciono el valle que se extiendo abajo y veo que las carreteras son parcialmente visibles de nuevo en el sol de la mañana. Esto me preocupa, pero luego me reprendo a mí misma, molesta por permitirme ser alterada por los presagios. Debería ser más dura. Más racional, como papá.

      Tengo puesta la capucha, pero conforme bajo la cabeza al viento, que se hace más fuerte mientras voy más arriba, desearía haber llevado mi nueva bufanda. Junto mis manos y las froto, deseando tener guantes también, y acelero mi velocidad al doble. Estoy resuelta a llegar allá rápidamente, inspeccionar la cabaña, buscar a ese ciervo, y regresar rápidamente con Bree. Tal vez voy a obtener también más frascos de mermelada, que animarán a Bree.

      Sigo mis huellas de ayer, todavía visibles en la nieve que se derrite, y esta vez, la caminata es más fácil. En aproximadamente veinte minutos, estoy de vuelta a donde estaba el día anterior, alrededor de la meseta más alta.

      Estoy segura de que estoy en el mismo lugar que ayer, pero cuando busco la cabaña, no la encuentro. Está tan bien escondida que, aunque sé dónde buscar, todavía no puedo verla. Empiezo a preguntarme si estoy en el lugar correcto. Sigo adelante, siguiendo mis huellas, hasta que llego al punto exacto donde estuve el día anterior. Estiro el cuello, y finalmente la veo. Estoy sorprendida de lo bien oculta que está, y estoy aún más animada a vivir aquí.

      Me detengo y escucho. Todo está en silencio, salvo por el sonido del goteo del arroyo. Inspecciono la nieve cuidadosamente, buscando cualquier señal de huellas entrando o saliendo (además de las mías) desde ayer. No encuentro ninguna.

      Me acerco a la puerta, me paro delante de la casa y giro 360 grados, explorando los bosques en todas direcciones, inspeccionando los árboles, en busca de cualquier señal de alteración, cualquier evidencia de que alguien más ha estado aquí. Me detengo durante al menos un minuto, escuchando. No hay nada. Absolutamente nada.

      Finalmente, estoy satisfecha, aliviada de que este lugar sea verdaderamente nuestro, y sólo nuestro.

      Abro la pesada puerta, atascada por la nieve, y una luz brillante inunda el interior. Agacho la cabeza y entro, me siento como si la viera por vez primera a la luz. Es tan pequeña y acogedora como la recuerdo. Veo que el piso tiene tablones anchos de madera originales, que parecen tener al menos cien años de antigüedad. Es tranquilo aquí. Las pequeñas ventanas abiertas a cada lado, también dejan entrar mucha luz.

      Exploro la habitación a la luz, en busca de cualquier cosa que podría haber pasado por alto, pero no encuentro nada. Miro hacia abajo y encuentro la manija de la puerta de la trampilla, me arrodillo y la abro de un golpe. Se abre con un remolino de polvo, que nada en la luz del sol.

      Trepo por la escalera, y esta vez, con toda la luz reflejada, tengo una visión mucho mejor del alijo que hay aquí abajo. Debe haber cientos de frascos. Veo varios frascos más de mermelada de frambuesa, y tomo dos de ellos, metiendo uno en cada bolsillo. A Bree le va a encantar esto. Lo mismo ocurrirá con Sasha.

      Hago una revisión somera de los otros frascos, y veo todo tipo de alimentos: pepinillos, tomates, aceitunas, chucrut. También veo varios sabores diferentes de mermeladas, con al menos una docena de frascos cada uno. Hay aún más en la parte de atrás, pero no tengo tiempo para revisar con detenimiento. Tengo a Bree constantemente en mi mente.

      Subo la escalera, cierro la puerta de la trampilla y salgo rápidamente de la cabaña, cerrando la puerta firmemente detrás de mí. Me quedo parada y contemplo mi entorno nuevamente, preparándome por si cualquier persona pudo haber estado mirando. Todavía tengo miedo de que todo esto sea demasiado bueno para ser verdad. Pero una vez más, no hay nada. Tal vez sólo me he vuelto muy nerviosa.

      Me dirijo a la dirección donde vi a los ciervos, a unos treinta metros de distancia. Cuando lo encuentro, saco el cuchillo de caza de papá y lo mantengo a mi lado. Sé que es difícil que lo vea de nuevo, pero tal vez este animal, como yo, es un animal de costumbres. No hay manera de que yo sea lo suficientemente rápida como para perseguirlo, ni tengo la suficiente velocidad para abalanzarme -- ni tengo una pistola o cualquier arma de caza. Pero tengo una oportunidad, y me refiero a mi cuchillo. Siempre he estado orgullosa de mi capacidad de dar en el banco a veintisiete metros de distancia. Lanzar el cuchillo era una de mis habilidades, de las que mi papá siempre parecía estar asombrado -- por lo menos lo suficientemente impresionado como para no tratar de corregirme ni de mejorarme. En cambio, se adjudicaba el crédito, diciendo que mi talento era gracias a él. Pero, en realidad, él no podía lanzar ni medio cuchillo tan bien como yo.

      Me arrodillo en el lugar en el que estuve antes, escondiéndome detrás de un árbol, mirando la meseta, con el cuchillo en la mano, esperando. Rezando. Todo lo que oigo es el sonido del viento.

      Imagino lo que voy a hacer si veo al ciervo: me voy a levantar poco a poco, apuntaré, y lanzaré el cuchillo. Creo que la primera vez voy a apuntar a su ojo, pero luego decidiré apuntar a su garganta: si fallo por algunos centímetros, entonces todavía habrá una oportunidad de clavarlo en algún otro lugar. Si mis manos no están demasiado congeladas, y si tengo tino, imagino que tal vez, sólo tal vez, podré herirlo. Pero me doy cuenta de que todo es un gran "tal vez".

      Los minutos pasan. Me parecen diez, veinte, treinta... El viento cesa, a continuación, vuelve a haber ráfagas, y mientras eso sucede, siento los finos copos de nieve que soplan en los árboles y caen en mi cara. A medida que pasa más tiempo, siento más frío, estoy más entumecida, y empiezo a preguntarme si esto es una mala idea. Pero siento otro dolor agudo por hambre, y sé que tengo que intentarlo. Voy a necesitar toda la proteína que pueda obtener para poder hacer esta mudanza, sobre todo si voy a empujar esa motocicleta cuesta arriba.

      Después de casi una hora de espera, estoy completamente congelada. Me pregunto si debo darme por vencida y bajar la montaña. Tal vez debería mejor tratar de pescar.

      Decido levantarme y caminar, hacer circular mis extremidades y mantener mis manos ágiles; si tuviera que usarlas ahora, probablemente no serían útiles. Cuando me levanto, me duelen mis rodillas y espalda por la rigidez. Empiezo a caminar en la nieve, dando pequeños pasos. Me levanto y doblo mis rodillas, tuerzo la espalda a la izquierda y a la derecha. Vuelvo a meter el cuchillo en el cinturón, y luego froto mis manos una sobre otra, soplando sobre ellas una y otra vez, tratando de recuperar la sensación.

      De repente, me congelo. A lo lejos, una ramita se quiebra y presiento que hay movimiento.

      Me vuelvo lentamente. Allí, sobre la cima de la colina, aparece un ciervo. Da unos pasos lentamente, con vacilación, en la nieve, levantando suavemente sus cascos y bajándolos. Baja la cabeza, mastica una hoja, y después, cuidadosamente da otro paso hacia adelante.

      Mi corazón late con emoción. Rara vez siento que mi papá está conmigo, pero hoy sí. Puedo oír su voz en mi mente: Tranquila. Respira lentamente. No dejes que sepa que estás aquí. Concéntrate. Si puedo abatir a este animal, será la comida – comida de verdad -- para Bree, Sasha y para mí - durante al menos una semana. Necesitamos esto.

      Necesito dar unos cuantos pasos más en el claro y para tener una mejor visión de él: es un gran ciervo, que está como a unos veintisiete metros de distancia. Me sentiría mucho más segura si estuviera parada a unos nueve metros o incluso dieciocho. No sé si puedo pegarle a esta distancia. Si hiciera más calor, y si no se moviera, entonces sí. Pero mis manos están adormecidas, el ciervo se mueve, y hay muchos árboles estorbando. No lo sé. Lo que sé es que si fallo, nunca va a volver aquí otra vez.

      Espero, analizándolo, con miedo de asustarlo. Desearía que se acercara más. Pero no parece querer hacerlo.

      Me pregunto qué debo hacer. Puedo atacarla, acercándome lo más que pueda, luego tirarle. Pero eso sería una estupidez: después de apenas noventa centímetros, seguramente se iría corriendo. Me pregunto si debería tratar de acercarme sigilosamente. Pero dudo que va a funcionar. Con el menor ruido, se habrá ido.

      Así que me quedo allí parada, indecisa. Doy un pequeño paso hacia adelante, me posiciono para lanzar el cuchillo, en caso de que sea necesario. Y ese pequeño paso fue un error.

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