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o no lo compró solamente para su uso, por favor devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. Imagen de la cubierta Derechos reservados Leafsomen, utilizada bajo licencia de istock.com.

      ÍNDICE

       CAPÍTULO UNO

       CAPÍTULO DOS

       CAPÍTULO TRES

       CAPÍTULO CUATRO

       CAPÍTULO CINCO

       CAPÍTULO SEIS

       CAPÍTULO SIETE

       CAPÍTULO OCHO

       CAPÍTULO NUEVE

       CAPÍTULO DIEZ

       CAPÍTULO ONCE

       CAPÍTULO DOCE

       CAPÍTULO TRECE

       CAPÍTULO CATORCE

       CAPÍTULO QUINCE

       CAPÍTULO DIECISÉIS

       CAPÍTULO DIECISIETE

       CAPÍTULO DIECIOCHO

       CAPÍTULO DIECINUEVE

       CAPÍTULO VEINTE

       CAPÍTULO VEINTIUNO

       CAPÍTULO VEINTIDÓS

       CAPÍTULO VEINTITRÉS

       CAPÍTULO VEINTICUATRO

       CAPÍTULO VEINTICINCO

      Dedicado a la memoria de Rebekah Barrett.

      Un alma maravillosa y cariñosa, cuya vida en esta tierra fue demasiado corta –y una verdadera guerrera por derecho propio. Que Dios conceda paz a tu alma y paz al alma de Shania y a la de tu maravillosa madre, Rhonda.

      CAPÍTULO UNO

      A Irrien le encantaba el placer de la batalla, la emoción de saber que era más fuerte que un rival; sin embargo, ver las secuelas de su conquista era mucho mejor.

      Caminaba dando largos pasos entre las ruinas de Delos, observando el saqueo, escuchando los gritos de los débiles mientras sus hombres mataban y desvalijaban, violaban y destrozaban. Hileras de esclavos nuevos caminaban encadenados hacia los muelles, mientras en una de las plazas ya se había formado un mercado con bienes saqueados y campesinos capturados. Se obligaba a ignorar el dolor de su hombro mientras caminaba. Sus hombres no podían verlo débil.

      Ahora, buena parte de la ciudad estaba destrozada, pero a Irrien eso no le importaba. Lo que estaba roto, podía reconstruirse con suficientes esclavos trabajando bajo el látigo. Podía reconstruirse en la forma que él quisiera.

      Por supuesto, había otros que tenían sus propias peticiones. En estos momentos, lo seguían como tiburones siguiendo el rastro de la sangre, guerreros y otros. Había representantes de las otras Piedras de Felldust, que parloteaban sobre los papeles que sus maestros podían jugar en el saqueo. Había comerciantes, deseosos de ofrecer los mejores precios para transportar los bienes saqueados de Irrien hacia las tierras del polvo interminable.

      Irrien los ignoraba en su mayoría, pero continuaban viniendo.

      —Primera Piedra —dijo un tipo. Vestía una túnica de sacerdote, completada con un cinturón hecho de huesos de dedo y símbolos sagrados enredados en su barba con alambre de plata. Un amuleto plagado de heliotropos lo señalaba como uno de los más altos de su orden.

      —¿Qué es lo que desea, padre? —preguntó Irrien. Se frotaba el hombro distraídamente mientras hablaba, con la esperanza de que nadie adivinara la razón.

      El sacerdote extendió las manos, tatuadas con palabras mágicas que bailaban a cada movimiento de los dedos.

      —No se trata de lo que yo quiero, sino de lo que los dioses reclaman. Nos han ofrecido la victoria. Lo correcto es que se lo agradezcamos con un sacrificio adecuado.

      —¿Está diciendo que la victoria no se debió a la fuerza de mi brazo? —exigió Irrien. Dejó que la amenaza calara en su voz. Utilizaba a los sacerdotes cuando le venía bien, pero no permitiría que lo controlaran.

      —Incluso los más fuertes deben agradecer el favor de los dioses.

      —Pensaré en ello —dijo Irrien, respuesta que había dado ya a muchas cosas en el día de hoy. Peticiones de atención, peticiones de recursos, un desfile entero de personas que querían llevarse parte de lo que él había ganado. Esta era la maldición de un líder, pero también un símbolo de su poder. Cada hombre fuerte que venía suplicando su favor a Irrien era un reconocimiento de que no podía simplemente llevarse lo que quería.

      Empezaron a caminar de vuelta al castillo e Irrien se puso a planear, a calcular dónde harían falta reparaciones y dónde se podrían colocar monumentos a su poder. En Felldust, robarían o destrozarían una estatua antes de terminarla. Aquí, podría permanecer como un recordatorio de su victoria por el resto de los tiempos. Cuando estuviera curado, habría mucho que hacer.

      Echó un vistazo a las fortificaciones del castillo mientras él y los demás se dirigían hacia allí. Era fuerte; lo suficientemente fuerte como para resistir al mundo entero si lo deseara. Si alguien no hubiera abierto las puertas a su pueblo, realmente hubiera podido frenarlo hasta que los inevitables conflictos de Felldust se apoderaran de él.

      Chasqueó los dedos hacia un sirviente.

      —Quiero los túneles que hay bajo este lugar tapados. No me importa cuántos esclavos mueran haciéndolo. Después, empezad con los que hay dentro de la ciudad. No permitiré ni que una rata se escape por donde la gente se pueda escabullir sin que yo lo sepa.

      —Sí, Primera Piedra.

      Continuó hacia el castillo. Los sirvientes ya estaban colocando los estandartes de Felldust. Sin embargo, había otros que parecían no haber entendido el mensaje. Tres de sus hombres estaban arrancando tapices, arrancando las piedras de los ojos de las estatuas y metiendo el botín resultante dentro de la faltriquera de su cinturón.

      Irrien

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