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con sus guerreros desperdigados a su alrededor.

      —¿Hay esclavos o sirvientes de la Primera Piedra aquí? —exigió.

      Algunos dieron un paso adelante. ¿Cómo iban a hacer otra cosa? Irrien los había abandonado aquí. Tal vez, querría encontrarlos en el mismo lugar cuando regresara. Tal vez, sencillamente no le importaba. Ulren examinó a los hombres y mujeres que estaban allí. Imaginó que Irrien estaría disfrutando del miedo de sus rostros ahora mismo. Había pasado el tiempo suficiente cerca de la Primera Piedra para saber exactamente qué tipo de hombre era su rival.

      A Ulren, sencillamente, le daba igual.

      —Desde este momento, todos vosotros sois mis esclavos. Mis hombres decidirán a cuáles de vosotros vale la pena mantener y cuáles serán entregados a los templos para el sacrificio.

      —Pero yo soy un hombre libre —se quejó uno de los sirvientes.

      Ulren fue hacia allí y lo apuñaló con una espada serrada, desde el esternón hasta que salió por la espalda.

      —Un hombre libre que escogió el bando equivocado. ¿Alguien más desea morir?

      En su lugar, se arrodillaron. Ulren los ignoró, se dirigió hacia las grandes puertas dobles que marcaban la entrada principal a la sala del consejo. Había otras entradas, una para cada una de las Piedras. Su propósito era mostrar su independencia. Realmente, les proporcionaba un modo de escapar si era necesario.

      Pero no pensaba que ellos escaparan de esto. No si él hacía las cosas bien. Ulren hizo una señal a su gente para que no pasaran y esperaran. Había modos de hacer estas cosas. Era algo que Irrien jamás había entendido, al ser un bárbaro del polvo. Esta era una ventaja que la Segunda Piedra tenía por encima de la Primera, y él intentaba sacarle el mayor provecho.

      Extendió la mano y uno de los sirvientes le pasó su túnica de alto cargo oscura. Ulren se la puso por encima, con la capucha hacia atrás y se dirigió hacia las puertas. La espada sangrienta todavía estaba en su mano. Era mejor dejar claro de qué iba esto.

      Fue hacia una de las ventanas altas que había allí y echó un vistazo a la ciudad. Con el polvo era difícil ver algo, pero podía imaginar qué estaba sucediendo allá abajo. Los guerreros se estarían desplazando por las calles, capturando a los que Irrien había dejado atrás. Los pregoneros les seguirían, anunciando el cambio. Los matones les estarían diciendo a los comerciantes a quién debían sus impuestos ahora. La ciudad estaba cambiando bajo ese polvo, y Ulren se había asegurado de que cambiaría a su manera.

      Aun así, iba con cuidado. Una vez ya había estado dispuesto a tomar el asiento de la Primera Piedra. Había preparado a los mercenarios más fuertes, se había abastecido de secretos, para encontrarse con un engreído que tomó el trono antes de que él pudiera llegar hasta él.

      ¿Quién era la Primera Piedra por aquel entonces? ¿Maxim? ¿Thessa? Era difícil recordarlo, el gobierno de la ciudad había cambiado muy a menudo durante aquellos días. Lo único que importaba era que Irrien había venido y se había llevado lo que debía ser suyo. Ulren había sobrevivido aceptándolo. Ahora, la Primera Piedra se había excedido y era el momento de hacer algo más.

      Entró en la sala donde las Cinco Piedras tomaban sus decisiones. Los demás ya estaban allí, tal y como él esperaba que fuera. Kas se acariciaba su barba en forma de tridente preocupado. Vexa estaba leyendo un informe. Borion tenía la bravuconería de un hombre que sabía que había problemas.

      —¿De qué se trata? —preguntó.

      Ulren no malgastó el tiempo con cumplidos.

      —He decidido retar a Irrien por su asiento.

      Observó las reacciones de los demás. Kas continuó acariciándose la barba. Vexa levantó una ceja. Borion fue el que más reaccionó, pero Ulren ya lo esperaba. ¿De cuántos contrincantes había alertado Irrien al vanidoso? ¿Cuántas veces había ayudado al hombre con sus deudas de juego?

      —Irrien no está aquí para retarle —puntualizó Borion.

      Como si no hubiera un precedente para ello. ¿Pensaba que Ulren no había visto todas las transformaciones del consejo en el tiempo que llevaba como una de sus Piedras?

      —Entonces esto debería hacerlo más fácil, ¿no es cierto? —dijo Ulren. Se adelantó para tomar el asiento de Irrien.

      Ante su sorpresa, Borion se puso delante de él y desenfundó una espada fina.

      —¿Y tú crees que te proclamarás a ti mismo Primera Piedra? —dijo—. ¿Un anciano que tomó su posición hace tanto tiempo que nadie puede recordarlo? ¿Qué mantiene el lugar de Segunda Piedra sobre todo porque Irrien no quiere interrupciones?

      Ulren se dirigió hacia un espacio abierto del suelo, se despojó de su túnica formal y se rodeó un brazo con ella de forma holgada.

      —¿Crees que me aferro a eso? —dijo—. ¿De verdad quieres probarme, chico?

      —Lo he querido durante años, pero Irrien siempre me decía que no —dijo Borion. Levantó su espada con la postura de un duelista. Ulren sonrió al ver eso.

      —Esta es la última oportunidad que tienes para vivir —dijo Ulren, aunque lo cierto es que esto fue después del momento en que el hombre levantara la espada contra él. —Fíjate que Kas y Vexa tienen más sensatez como para no intentarlo. Aparta tu arma y toma tu asiento. Incluso deberías poder escalar una posición.

      —¿Por qué escalar una cuando puedo matar a un anciano y escalar tres? —replicó Borion.

      Se lanzó hacia delante y Ulren tuvo que admitir que el chico era rápido. Seguramente Ulren había sido más rápido en su juventud, pero de aquello hacía mucho tiempo ahora. Sin embargo, había tenido el tiempo suficiente para aprender las técnicas de la guerra, y un hombre que calculaba bien la distancia no necesitaba para nada ser rápido. Hizo un barrido con su túnica enrollada para girar y enredarse con la espada de Borion.

      —¿Esto es lo único que tienes, anciano? —exigió la Quinta Piedra—. ¿Trucos?

      Ulren rio al escuchar eso y, a continuación, atacó en el centro. Borion fue lo suficientemente rápido para saltar hacia atrás, pero sin que la espada de Ulren le arañara el pecho.

      —No subestimes los trucos, chico —dijo Ulren—. Un hombre sobrevive como puede.

      Se echó hacia atrás, a la espera.

      Borion se lanzó a toda prisa. Evidentemente, se lanzó a toda prisa. Los jóvenes reaccionaban, se movían de acuerdo con sus emociones. No pensaban. O no pensaban lo suficiente. Borion intentó una medida de astucia, con fintas que Ulren ya había visto cien veces. Este era el peligro de ser joven: pensabas que habías inventado cosas que habían matado a muchos hombres antes que tú.

      Ulren se apartó y lanzó su túnica sobre el joven al pasar con su verdadero golpe. Borion sacudía la tela para intentar sacársela de encima y, en aquel momento, Ulren atacó. Se acercó, agarró el brazo de Borion con fuerza para que no pudiera resistirse con su espada y empezó a apuñalarlo.

      Lo hacía de forma metódica, regularmente, con la paciencia que había forjado tras años de lucha. Ulren veía que la sangre se filtraba por la túnica con la que estaba envuelto Borion, pero no se detuvo hasta que el hombre cayó. Había visto a hombres recuperarse de la peor de las heridas. No iba a correr ningún riesgo.

      Se quedó allí, respirando con dificultad. Ya le había costado bastante subir todas las escaleras. Al matar a un hombre parecía que sus pulmones podían explotar por el esfuerzo, pero Ulren lo ocultó. Fue hacia el asiento de Irrien y primero se colocó detrás de él.

      —¿Alguno de vosotros desea oponerse? —preguntó a Kas y a Vexa.

      —Solo al caos —dijo Kas—. Pero imagino que los esclavos están para estas cosas.

      —¡Viva la Primera Piedra! –dijo Vexa, sin especial entusiasmo.

      Era

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