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y revueltas, llegó al edificio administrativo en la Calle Palos Verdes. Se suponía que allí se encontraría con el enlace policial del puerto, quien le asignaría dos oficiales como respaldo cuando entrevistara a Brenner. La participación de la policía portuaria era necesaria puesto estaba en la jurisdicción de ellos.

      Normalmente a Keri le irritaba este tipo de requerimientos burocráticos, pero por una vez no le pareció mal tener respaldo. Por lo general, se sentía confiada cuando iba a por un posible sospechoso, entrenada como estaba en Krav Maga y habiendo incluso recibido algunas lecciones de boxeo por parte de Ray. Pero con su hombro chueco y sus costillas magulladas, no estaba tan segura como siempre. Y Brenner no sonaba como un pelele.

      De acuerdo al Detective Manny Suárez quien, allá en el precinto, hizo para Keri un chequeo de los antecedentes mientras estaba en camino, Coy Brenner era toda una pieza. Había sido arrestado media docena de veces en los pasados años, dos por conducir ebrio, una por robo, dos por asalto, y la más grave por fraude, que le había valido su estadía más larga tras las rejas, seis meses. Eso había sido hacía cuatro años y desde entonces se le había prohibido salir del estado por cinco, así que, técnicamente, había violado su libertad bajo palabra.

      Ahora era estibador en el muelle 400. Aunque había dado a entender a Becky y a Kendra que acababa de mudarse a San Pedro hacía unas pocas semanas, los registros mostraban que había estado viviendo en un apartamento de Long Beach por más de tres meses.

      El enlace de la policía portuaria, el Sargento Mike Covey, y sus dos oficiales, la estaban aguardando cuando llegó. Covey era un cuarentón, alto y con algo de calvicie, refractario a las necedades. Ella le informó por teléfono y él, obviamente, había hecho lo propio con sus hombres.

      —El turno de Brenner concluye a las cuatro y treinta—le dijo Covey después de hacer las presentaciones—. Como ya son las cuatro y cuarto, llamé al gerente del muelle y le pedí que no dejara salir temprano al personal. Es sabido que así lo hace.

      —Aprecio eso. Me parece que debemos ir ahora mismo. Quiero echar un vistazo al sujeto antes de entrevistarlo.

      —Comprendido. Si quiere, podemos hacer que su auto vaya de primero para levantar menos sospechas. Los oficiales Kuntsler y Rodríguez pueden seguirla aparte en la patrulla. Recorremos los muelles constantemente, así que tenerlos en el área no le parecerá extraño a su sospechoso. Pero si ve salir un rostro poco familiar de uno de nuestros vehículos, ello podría hacerle levantar las cejas.

      —Eso suena bien—coincidió Keri, agradecida de no estárselas viendo con una disputa territorial. Sabía que ello se debía posiblemente a que la policía portuaria detestaba la publicidad negativa. Ellos estarían felices de deshacerse de esta cosa en silencio, incluso si ello significaba ceder autoridad a otra agencia.

      Keri siguió las instrucciones del Sargento Covey para llegar al muelle 400: cruzar el Puente Vincent Thomas y el área del estacionamiento para visitantes. Le tomó a Keri más tiempo del que había supuesto y llegó a las 4:28. Covey hablaba por radio, diciéndole al gerente que podía dejar salir al personal.

      —Brenner debe pasar en cualquier instante por delante de nosotros en dirección al estacionamiento de los empleados —dijo. Mientras hablaba, la patrulla, pasó junto a ellos e inició un lento y largo viraje a lo largo del camino que circundaba el muelle. Lucía completamente normal.

      Keri observó a los estibadores salir del almacén del muelle. Un tipo se dio cuenta de que había dejado su casco de seguridad y regresó trotando a buscarlo. Otros dos corrieron a través de la amplia explanada, compitiendo entre sí por llegar de primero a sus respectivos autos.El resto caminaba en grupo, aparentemente sin prisa.

      —Ahí está su hombre—dijo Covey, señalando con la cabeza en dirección al sujeto que caminaba en solitario. Coy Brenner guardaba un ligero parecido con el hombre de la foto del prontuario, desde su arresto en Arizona hacía cuatro años. Aquel hombre tenía un aspecto flaco y demacrado, con el pelo castaño largo, desgreñado, además de una barba incipiente.

      El sujeto que ahora se movía con pesadez por el estacionamiento había subido casi diez kilos en los años intermedios. Su cabello era corto, y de incipiente su barba había pasado a ser muy poblada. Vestía blue jeans y camisa estilo leñador; caminaba además cabizbajo con una mueca pintada en su rostro. No le dio la impresión de que Coy Brenner fuera un hombre feliz con lo que le había tocado en la vida.

      —¿Puede quedarse aquí, Sargento Covey? Quiero ver cómo reacciona cuando sea confrontado a solas por una mujer policía.

      —Seguro. Por los momentos me iré al almacén. Diré a los muchachos que se mantengan al margen también. Háganos una señal cuando quiera que nos sumemos.

      —Lo haré.

      Keri salió de su auto, se puso un blazer para ocultar su arma, y siguió a Brenner desde lejos, pues todavía no quería delatar su presencia. Él parecía ignorarla, perdido en sus propios pensamientos. Para cuando llegó a su vieja camioneta pickup, ella ya estaba casi junto a él. Sintió vibrar su teléfono y se puso tensa. Pero él obviamente no lo escuchó.

      —¿Qué tal, Coy? —preguntó ella con coquetería.

      Él se dio la vuelta, claramente tomado por sorpresa. Keri se quitó las gafas de sol, le brindó una amplia sonrisa, y puso su mano en la cadera de manera juguetona.

      —¿Hola? —preguntó más bien él.

      —No me digas que no me recuerdas. Solo han sido como quince años. Tú eres Coy Brenner, de Phoenix, ¿correcto?

      —Sí. ¿Fuimos juntos al colegio o algo así?

      —No. Nuestro tiempo juntos fue educativo, en cierto modo, pero no en una escuela, si sabes a lo que me refiero. Empiezo a sentirme un poco ofendida.

      Me estoy dando demasiado bombo. Puede que haya perdido mi toque.

      Pero el rostro de Coy se suavizó y Keri pudo afirmar que había dado en el blanco.

      —Lo siento… largo día y muchos años—dijo él—. Me encantaría volver a relacionarme. ¿Me puedes decir tu nombre de nuevo? —parecía genuinamente perplejo.

      —Keri. Keri Locke.

      —Estoy realmente sorprendido de no poder ubicarte, Keri. Pareces el tipo de chica que yo recordaría. ¿Qué estás haciendo aquí, en todo caso?

      —No puedo soportar el calor de Arizona. Trabajo para la ciudad ahora. Estudio de antecedentes familiares… es algo aburrido. ¿Qué hay de ti?

      —Estás viendo lo que hago.

      —Un chico del desierto que termina trabajando junto al agua. ¿Qué hizo que eso sucediera? ¿Buscando aparecer en las películas? ¿Querías aprender a surfear? ¿Siguiendo a una chica?

      Manteniendo el tono ligero observó detenidamente la reacción de él a la última pregunta. Su expresión de desconcierto desapareció de súbito, reemplazada por una de cautela.

      —Realmente tengo dificultades para ubicarte, Keri. ¿Me puedes recordar de nuevo dónde pasábamos el rato? —Había en su voz un tono cortante, inexistente hasta ese momento.

      Keri percibió que su ardid se deshacía y decidió puyarlo de manera más agresiva.

      —Puede que no me recuerdes porque no luzco como Kendra. ¿Es eso, Coy? ¿Solo tienes ojos para ella?

      Esos ojos pasaron rápidamente de cautelosos a coléricos y él avanzó un paso. Keri observó que sus puños se cerraban sin querer. Ella no retrocedió.

      —¿Quién diablos eres? —preguntó—¿De qué se trata esto?

      —Solo estoy conversando, Coy. ¿Por qué te pones rudo tan de repente?

      —No te conozco—dijo, ahora abiertamente hostil—. ¿Quién te envió, su marido? ¿Eres alguna especie de investigadora?

      —¿Qué hay si lo fuera? ¿Habría algo que investigar? ¿Hay algo que quieras sacarte del

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