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      “Para nada”, dijo Riley. “¿Cómo estás?”.

      Blaine se encogió de hombros con una sonrisa algo triste.

      “Pensé que debía venir a despedirme”, dijo.

      La boca de Riley se abrió de sorpresa.

      “¿Qué quieres decir?”, preguntó.

      Él vaciló, y antes de que pudiera contestar, Riley vio un enorme camión estacionado frente a su casa adosada. Un servicio de mudanza estaba metiendo los muebles de la casa de Blaine en el camión.

      Riley jadeó.

      “¿Te vas a mudar?”, preguntó.

      “Me pareció una buena idea”, dijo Blaine.

      Riley casi dijo: “¿Por qué?”.

      Pero era fácil adivinar el por qué. Vivir al lado de Riley había demostrado ser peligroso y aterrador, tanto para Blaine como para su hija, Crystal. El vendaje que todavía estaba en su rostro era un duro recordatorio. Blaine había sido gravemente herido cuando había intentado proteger a April del ataque de un asesino.

      “No es lo que estás pensando”, dijo Blaine.

      Pero Riley podía notar por su expresión que sí era exactamente lo que estaba pensando.

      “Resulta que este lugar no es conveniente”, continuó. “Queda demasiado lejos del restaurante. Encontré un lugar agradable que queda mucho más cerca. Estoy seguro de que lo entiendes”.

      Riley se sintió demasiado confundida y molesta como para responder. Los recuerdos del terrible incidente le llegaron de golpe.

      Había estado en el norte de Nueva York trabajando en un caso cuando se había enterado de que un asesino brutal estaba suelto. Su nombre era Orin Rhodes. Dieciséis años atrás, Riley había matado a su novia en un tiroteo y lo había enviado a la cárcel. Cuando Rhodes finalmente fue liberado de Sing Sing, quiso vengarse de Riley y de todas las personas que ella amaba.

      Antes de que Riley pudiera llegar a casa, Rhodes había invadido su casa y atacado a April y a Gabriela. Blaine había oído todo y se había acercado para ayudar. Probablemente había salvado la vida de April. Pero había sido gravemente herido en el proceso.

      Riley lo había visitado dos veces en el hospital. La primera vez fue devastadora. Había estado inconsciente por sus lesiones y había tenido una vía intravenosa en cada brazo y una máscara de oxígeno. Riley se había culpado por lo que le había sucedido.

      Pero su próxima visita había sido más alentadora. Blaine había estado alegre y alerta, y había bromeado un poco sobre su temeridad.

      Recordó lo que él le había dicho a ella en ese entonces...

      “No hay mucho que no haría por ti y por April”.

      Claramente había reconsiderado eso. El peligro de vivir al lado de Riley era demasiado para él y ahora se iba. No sabía si sentirse lastimada o culpable. Sin duda se sentía decepcionada.

      Los pensamientos de Riley fueron interrumpidos por la voz de April detrás de ella.

      “¡Dios mío! Blaine, ¿tú y Crystal se van a mudar? ¿Crystal aún está allí?”.

      Blaine asintió con la cabeza.

      “Tengo que ir a despedirme”, dijo April.

      April salió por la puerta y se dirigió a la casa de al lado.

      Riley aún estaba lidiando con sus emociones.

      “Lo lamento”, dijo.

      “¿Qué lamentas?”, preguntó Blaine.

      “Tú sabes”.

      Blaine asintió con la cabeza. “No fue tu culpa, Riley”, dijo en una voz suave.

      Riley y Blaine se quedaron mirándose el uno al otro por un momento. Finalmente, Blaine forzó una sonrisa.

      “No nos vamos de la ciudad”, dijo. “Podemos vernos cada vez que queramos. Las chicas también. Y aún estarán en la misma escuela secundaria. Será como si nada hubiera cambiado”.

      Riley sintió un sabor amargo en la boca.

      “Eso no es cierto”, pensó. “Todo ha cambiado”.

      La desilusión estaba comenzando a darle paso a la ira. Riley sabía que no debía sentirse enojada. No tenía derecho a hacerlo. Ni siquiera sabía por qué se sentía de esa manera. Lo único que sabía era que no podía evitarlo.

      ¿Y qué debían hacer ahora mismo?

      ¿Abrazarse? ¿Darse la mano?

      Supuso que Blaine sentía la misma incomodidad e indecisión.

      Se las arreglaron para intercambiar unas despedidas concisas. Blaine volvió a su casa, y Riley entró de nuevo a la suya. Encontró a Jilly desayunando en la cocina. Gabriela había colocado su desayuno sobre la mesa, así que se sentó a comer con Jilly.

      “¿Te sientes emocionada por el día de hoy?”.

      Riley espetó la pregunta antes de darse cuenta de lo estúpida que sonaba.

      “Supongo”, dijo Jilly, tocando sus panqueques con un tenedor. Ni siquiera levantó la mirada.

      *

      Un rato más tarde, Riley y Jilly entraron a la Escuela Intermedia Brody. El edificio era atractivo, con casilleros de colores brillantes en los pasillos y arte estudiantil colgando por todas partes.

      Una estudiante agradable y educada les ofreció su ayuda y las dirigió hacia la oficina principal. Riley le dio las gracias y continuó por el pasillo, empuñando la documentación de Jilly en una mano y sosteniendo la mano de Jilly con la otra.

      Antes de eso se habían registrado en la oficina central. Habían tomado los materiales que Servicios Sociales de Phoenix había recopilado: registros de vacunación, expedientes educacionales, acta de nacimiento y una declaración que estipulaba que Riley era la tutora designada de Jilly. Jilly había sido retirada de la custodia de su padre, aunque él había amenazado con impugnar esa decisión. Riley sabía que el camino para finalizar y legalizar la adopción no sería rápido ni fácil.

      Jilly apretó la mano de Riley con fuerza. Riley sintió que la muchacha se sentía extremadamente incómoda. No era difícil imaginar el por qué. Aunque su vida en Phoenix había sido dura, ese era el único lugar en el que Jilly había vivido.

      “¿Por qué no puedo ir a la escuela con April?”, preguntó Jilly.

      “El año que viene estarás en la misma escuela secundaria”, dijo Riley. “Primero tienes que terminar octavo grado”.

      Encontraron la oficina principal y Riley le mostró los documentos a la recepcionista.

      “Queremos hablar con alguien para inscribir a Jilly en la escuela”, dijo Riley.

      “Necesitan verse con la orientadora académica”, dijo la recepcionista con una sonrisa. “Vengan por aquí”.

      “Ambas necesitamos un poco de orientación”, pensó Riley.

      La orientadora era una mujer treintañera con pelo rizado marrón. Su nombre era Wanda Lewis y tenía una sonrisa muy cálida. Riley se encontró pensando que podría ser de gran ayuda. Seguramente una mujer en un trabajo como este había tratado con otros estudiantes con pasados tumultuosos.

      La Srta. Lewis les dio un tour de la escuela. La biblioteca era ordenada y estaba bien surtida de libros y computadoras. En el gimnasio habían chicas jugando baloncesto. La cafetería estaba limpia y brillante. Todo le parecía absolutamente encantador.

      Durante todo el tour, la Srta. Lewis le hizo muchas preguntas a Jilly sobre dónde había ido a la escuela antes y sobre sus intereses. Pero Jilly casi ni respondía, ni tampoco hacía

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