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la escena, y se sintió más avergonzada. Ella nunca debió haberse rendido ante esta criatura; en cambio, ella deseaba haber muerto peleando. Ella debería haber escuchado a Kendrick y a los demás. Andrónico había jugado con sus instintos de sacrificio y ella había caído. Ella deseaba haberlo conocido en la batalla: aunque hubiera muerto, al menos habría caído con dignidad, con su honor intacto.

      Gwendolyn sabía con certeza, por primera vez en su vida, que estaba a punto de morir. Pero de alguna manera, eso ya no le preocupaba. Ya no le importaba morir – sólo le importaba morir a su manera – y aún no estaba lista para hacerlo.

      Mientras estaba allí acostada, boca abajo, Gwendolyn estiró la mano furtivamente y agarró un montón de tierra con una mano.

      "Ya puedes levantarte, mujer", ordenó McCloud ásperamente. "Ya terminé contigo. Es momento para que otros tengan su turno".

      Gwen agarró la tierra con tanta fuerza, que sus nudillos se pusieron blancos y rezó para que esto funcionara.

      Con un movimiento rápido, giró y lanzó el montón de tierra a los ojos de McCloud.

      No se lo esperaba y gritó y tropezó, levantando sus manos para tratar de quitar la tierra de sus ojos.

      Gwen aprovechó el momento. Habiendo vivido en el Castillo del Rey, había sido educada por los guerreros del rey, y siempre le habían enseñado a atacar una segunda vez, antes de que el enemigo tuviera la oportunidad de recuperarse. También le habían enseñado una lección que nunca había olvidado: llevara un arma o no, siempre estaba armada. Siempre podía usar el arma del enemigo.

      Gwen extrajo la daga del cinturón de McCloud, lo levantó por lo alto y lo hundió entre sus piernas.

      McCloud gritó aún más fuerte, quitó las manos de sus ojos y agarró su ingle. Brotó sangre de entre sus piernas mientras se agachaba y se sacó la daga, jadeando.

      Ella estaba emocionada por haber dado el golpe, por conseguir, por lo menos, esta pequeña venganza. Pero para su sorpresa, la herida, que habría derribado a cualquiera, no le hizo nada. Este monstruo era imparable. Ella le había herido gravemente, justo donde se lo merecía, pero no lo había matado. Ni siquiera había logrado ponerlo de rodillas.

      En cambio, McCloud extrajo la daga, chorreando sangre y la vio con desprecio, con una mirada de muerte. Comenzó a descender hacia ella, sosteniendo la daga con la mano temblorosa, y Gwendolyn sabía que había llegado su hora. Por lo menos moriría con alguna pequeña satisfacción.

      "Ahora voy a sacar tu corazón y haré que te lo comas", dijo él. "Prepárate para aprender lo que significa el verdadero dolor".

      Gwendolyn se preparó para que le clavara la daga, se preparó para afrontar una muerte dolorosa.

      Se escuchó un grito, y después de un momento de conmoción, Gwendolyn se sorprendió al darse cuenta de que el grito no provenía de ella. Era de McCloud; estaba chillando de dolor.

      Gwen bajó las manos y miró hacia arriba, confundida. McCloud había dejado caer la daga. Ella parpadeó varias veces, tratando de entender lo que veía delante de ella.

      McCloud estaba allí parado, con una flecha alojada en su ojo. Él clamó, la sangre brotaba de la cuenca del ojo, mientras levantaba una mano y agarraba la flecha. Ella no podía entender. Le habían disparado a él. Pero, ¿cómo? ¿Quién?

      Gwen se dio vuelta en la dirección en la que la flecha había navegado, y su corazón se emocionó al ver a Steffen, allí de pie, sosteniendo un arco, escondido en medio de un enorme grupo de soldados. Antes de que los demás se dieran cuenta de lo que estaba pasando, Steffen disparó seis flechas más y uno a uno, los seis soldados que estaban de pie al lado de McCloud cayeron, las flechas perforaron sus gargantas.

      Steffen puso la mano hacia atrás para tratar de disparar más, pero finalmente fue descubierto por un grupo de soldados que se abalanzaron hacia él y lo sometieron en el piso.

      McCloud, aún gritando, se dio vuelta y corrió hacia la multitud. Sorprendentemente, todavía no estaba muerto. Ella esperaba que se desangrara hasta morir.

      El corazón de Gwen se inundó de gratitud hacia Steffen, más de lo que él podía imaginar. Ella sabía que moriría aquí hoy, en manos de otra persona, pero al menos por ahora no sería por McCloud.

      El campamento de soldados se calmó cuando Andrónico se levantó y marchó lentamente hacia Gwendolyn. Ella estaba allí tirada y lo vio acercarse, era increíblemente alto, como una montaña yendo hacia ella. Los soldados se quedaron atrás cuando él se acercó más, en el campo de batalla había un silencio sepulcral, el único sonido que había era el del azote del viento.

      Andrónico se detuvo a unos metros de distancia, amenazante, mirando hacia abajo, inexpresivo. Él estiró la mano y lentamente tocó las cabezas reducidas de su collar, y salió un extraño sonido que provenía de las entrañas de su pecho y garganta, como un ronroneo. Parecía estar tanto enojado como intrigado, al mismo tiempo.

      "Has desafiado al gran Andrónico", dijo lentamente; el campo entero escuchaba cada palabra que decía, antigua y grave. Su voz se elevó con autoridad y resonó a través de las llanuras. "Habría sido más fácil si te hubieras sometido a tu castigo. Ahora tendrás que aprender lo que significa el verdadero dolor".

      Andrónico bajó la mano y sacó la espada más larga que había visto Gwen alguna vez. Debe haber tenido unos dos metros y medio de largo, y su sonido especial resonó en el campo de batalla. La levantó por lo alto, volviéndola hacia la luz, el reflejo era tan fuerte que la cegó. Él se observó a sí mismo cuando la torció en sus manos, como si las viera por primera vez.

      "Eres una mujer de origen noble", dijo. "Te viene de perlas morir por una espada noble".

      Andrónico dio dos pasos adelante, agarró la empuñadura con ambas manos y levantó la espada a lo alto.

      Gwendolyn cerró los ojos. Oyó el silbido del viento, el movimiento de cada brizna de hierba y apareció un destello por su mente, de recuerdos aleatorios de su vida. Ella sintió que su vida finalizaba, sintió todo lo que había hecho, a todos lo que había amado. En sus reflexiones finales, Gwen pensó en Thor. Ella puso la mano en su cuello y apretó el amuleto que le habían dado, y lo sostuvo firmemente en su puño. Podía sentir la cálida energía irradiando a través de él, esa antigua piedra roja, y recordó las palabras de Thor cuando se lo regaló: este amuleto puede salvar tu vida. Una vez.

      Sujetó el amuleto con más fuerza, palpitando en su mano, y le pidió a Dios con cada fibra de su ser.

      Por favor Dios, deja que este amuleto funcione. Por favor, sálvame, sólo por esta vez. Déjame volver a ver a Thor.

      Gwendolyn abrió los ojos, esperando ver la espada de Andrónico bajando hacia ella – pero lo que vio, la sorprendió. Andrónico se quedó allí, paralizado, mirando por encima de su hombro, como si viera que alguien se acercaba. Parecía estar sorprendido; incluso confundido, y no era una expresión que ella hubiera esperado ver en él alguna vez.

      "Ahora bajarás tu arma", se escuchó una voz detrás de Gwendolyn.

      Gwendolyn se sintió electrificada al escuchar esa voz. Era una voz que conocía. Ella giró, y quedó sorprendida al ver allí parado a una persona que conocía tan bien como su propio padre.

      A Argon.

      Allí estaba, con su túnica blanca y capucha, sus ojos brillando con una intensidad como nunca había visto en su vida, mirando a Andrónico. Ella y Steffen estaban en el suelo, entre estos dos Titanes. Eran dos criaturas de una fuerza increíble, uno de las tinieblas y el otro de la luz, de pie uno contra el otro. Ella casi podía sentir la salvaje guerra espiritual por encima de su cabeza.

      "¿Lo haré?". Andrónico se burló, sonriendo.

      Pero en la sonrisa de Andrónico, Gwen pudo ver que sus labios temblaban, pudo ver, por primera vez, algo así como un miedo en los ojos de Andrónico. Nunca pensó que vería eso. Andrónico debe haber sabido de Argon. Y lo que supiera, era suficiente para hacer que el hombre más poderoso del mundo tuviera miedo.

      "Ya no dañarás más a la chica",

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