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en el borde del Cañón, viendo a la bruma. Mientras miraba, su corazón se estaba rompiendo por dentro. Le hacía sentir destrozado ver a su hermana como estaba, y se sentía culpable, como si él mismo hubiera sido la víctima. Podía ver en los rostros de todos los silesios que consideraban a Gwen más que una gobernante – todos ellos la consideraban como familia. También estaban desanimados. Era como si Andrónico les hubiera hecho daño a todos.

      Kendrick sentía como si él fuera el culpable. Él debería haber sabido que su hermana menor haría algo así, sabiendo lo valiente, lo orgullosa que era. Él debió haber anticipado que trataría de entregarse a sí misma, antes de que cualquiera de ellos hubiera tenido la oportunidad de detenerla, y debería haber encontrado una manera de impedírselo. Él conocía su naturaleza, sabía lo confiada que era, conocía su buen corazón – y también, como un guerrero, sabía, mejor que ella, la brutalidad de algunos dirigentes. Él era mayor y más sabio que ella, y sintió que la había defraudado.

      Kendrick también se sentía culpable porque todo, esta grave situación, era demasiado para estar en la cabeza de una sola persona, de una gobernante recién coronada, una chica de 16 años de edad. Ella no debió haber soportado la peor parte sola. Una decisión tan pesada habría sido difícil para su propia mente – incluso para su padre. Gwendolyn hizo lo mejor que pudo hacer en las circunstancias, y tal vez lo hizo mejor que cualquiera de ellos hubiera hecho. Kendrick no habría sabido cómo tratar con Andrónico. Ninguno de ellos habría sabido.

      Kendrick pensó en Andrónico, y su rostro enrojeció de ira. Él era un líder sin moral, sin principios, sin humanidad. Estaba claro para Kendrick que si todos ellos se rendían ahora, tendrían la misma suerte: Andrónico mataría o haría esclavos a todos y cada uno de ellos.

      Algo había cambiado en el aire. Kendrick podía verlo a los ojos de todos los hombres, y él mismo lo sentía. Los silesios ya no estaban decididos a sobrevivir, a defenderse solamente. Ahora querían venganza.

      "¡SILESIOS!", rugió una voz.

      La multitud se calmó y miró hacia arriba. En la ciudad superior, en el borde del Cañón, mirando hacia abajo, estaba parado Andrónico, rodeado de sus secuaces.

      "¡Les doy una opción!", gritó. "¡Entréguenme a Gwendolyn y los dejaré vivir! Si no, va a llover fuego sobre ustedes, a partir de la puesta del sol, un fuego tan intenso que ninguno de ustedes vivirá".

      Se detuvo, sonriente.

      "Es una oferta muy generosa. No lo piensen mucho".

      Con eso, Andrónico se dio vuelta y se marchó furioso.

      Los silesios, poco a poco se volvieron y se miraron unos a otros.

      Srog dio un paso adelante.

      "¡Compañeros silesios!", dijo Srog, a una enorme y creciente multitud de guerreros, más serios de lo que Kendrick había visto en él. "Andrónico ha atacado a nuestra muy apreciada y mejor gobernante. La hija de nuestro amado rey MacGil y una gran reina, por su propio derecho. Él ha atacado a todos y cada uno de nosotros. Ha tratado de poner una mancha en nuestro honor – ¡pero él sólo se ha manchado a sí mismo!".

      "¡SÍ!", gritó la multitud, los hombres agitándose, cada uno sujetando las empuñaduras de sus espadas, con fuego en sus ojos.

      "Kendrick", dijo Srog, volviéndose hacia él. "¿Qué propones?".

      Kendrick lentamente miró a los ojos de todos los hombres delante de ellos.

      "¡ATAQUEMOS!". Kendrick gritó, con fuego en sus venas.

      La multitud gritó en aprobación, una multitud cada vez más y más grande, con valentía en sus ojos. Todas y cada una de estas personas, se dio cuenta él, estaban dispuestos a luchar hasta la muerte.

      "¡MORIREMOS COMO HOMBRES Y NO COMO PERROS!", gritó Kendrick, otra vez.

      ¡SÍ!", gritaba la multitud.

      "¡LUCHAREMOS POR GWENDOLYN! ¡POR TODAS NUESTRAS MADRES Y HERMANAS Y ESPOSAS!".

      "¡SÍ!".

      "¡POR GWENDOLYN!", gritó Kendrick.

      "¡POR GWENDOLYN!", gritó la multitud.

      La multitud rugía en éxtasis, aumentando cada vez más con cada momento que pasaba.

      Con un grito final, siguieron a Kendrick y a Srog que iban al mando hacia el estrecho rellano, más y más arriba, hacia la parte alta de Silesia. Había llegado el momento de mostrar a Andrónico de qué estaban hechos Los Plateados.

      CAPÍTULO SIETE

      Thor estaba parado con Reece, O'Connor, Elden, Conven, Indra y Krohn en la desembocadura del río, todos ellas mirando hacia abajo, al cadáver de Conval. El ambiente en el aire era sombrío. Thor, también lo sentía, el peso de ello en su pecho, tirando de él hacia abajo, mientras miraba a su hermano de la Legión. Conval. Muerto. No parecía posible. Eran seis los que iban en este viaje, hasta donde Thor podía recordar. Nunca había imaginado que terminarían siendo cinco. Le hizo sentir su mortalidad.

      Thor pensó en todas las veces que Conval había estado allí para él, recordaba cómo siempre había estado allí, en cada paso de su viaje, desde el primer día en que Thor se había unido a la Legión. Era como un hermano para él. Conval siempre había defendido a Thor, siempre había tenido un buen consejo para él; a diferencia de algunos de los otros, él había aceptado a Thor como amigo desde el principio. Verlo allí muerto – y sobre todo como resultado de los errores de Thor – hizo que Thor sintiera náuseas. Si él nunca hubiera confiado en esos tres hermanos, tal vez Conval estaría vivo ahora.

      Thor no podría pensar en Conval sin Conven, dos gemelos idénticos, inseparables, siempre completándose mutuamente los pensamientos. No se imaginaba el dolor que estaba sintiendo Conven. Conven parecía como si ya no estuviera en sus cabales; el feliz y despreocupado Conven, que había conocido una vez, parecía haberse ido de un solo golpe.

      Todos estaban parados en el borde del campo de batalla donde había ocurrido, los cadáveres de los soldados del Imperio estaban amontonados alrededor de ellos. Estaban allí parados, arraigados, mirando a Conval, ninguno de ellos dispuesto a seguir adelante, hasta darle un entierro apropiado. Habían encontrado algunas pieles en algunos de los oficiales del Imperio, les habían desnudado y habían envuelto el cadáver de Conval con ellas. Le habían colocado en un pequeño bote, el que habían utilizado para llegar aquí, y su cadáver estaba allí, largo, tieso, mirando al cielo. El entierro de un guerrero. Conval ya se veía congelado, su cuerpo rígido y amoratado, como si nunca hubiese vivido.

      Thor no sabía cuánto tiempo habían estado parados allí, cada uno de ellos perdido en sus propias penas, ninguno quería ver que se fuera su cuerpo. Indra puso su mano encima de la cabeza de Conval en pequeños círculos, cantando algo en un idioma que no entendía Thor, con los ojos cerrados. Él se daba cuenta de lo mucho que a ella le importaba él, mientras llevaba a cabo el funeral solemne, y Thor sintió paz con el sonido. Ninguno de los muchachos sabía qué decir, y todos estaban allí sombríamente, silenciosos, dejando a Indra el servicio.

      Finalmente, Indra terminó y dio un paso atrás. Conven dio un paso adelantó, las lágrimas corrían por sus mejillas y se arrodilló al lado de su hermano. Él extendió la mano y la puso en la de él, inclinando la cabeza.

      Conven extendió la mano y dio un empujón a la embarcación. Se balanceaba hacia las aguas del río, y luego, como si entendieran las mareas, la corriente de repente creció, alejando el barco, lenta y suavemente. Se alejó más y más del grupo; Krohn lloriqueando mientras se iba. De la nada, surgió una niebla, y consumió el barco. Desapareció.

      Thor sentía como si también su cuerpo hubiera sido absorbido en el mundo terrenal.

      Lentamente, los chicos se miraron unos a otros, y vieron más allá del campo de batalla y a las tierras lejanas detrás de él. Detrás de ellos estaba el submundo del cual vinieron; a un lado estaba una vasta planicie de pasto; y al otro lado había un terreno baldío, un desierto endurecido. Estaban en una encrucijada.

      Thor se dirigió a Indra.

      "¿Para llegar a Neversink

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