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agradable y amistosa, y cada uno admiraba algo del otro. Taifun había estudiado en Estados Unidos, en la Universidad de Massachusetts, lo que constituía un hecho interesante en sí mismo.

      Las consumiciones llegaron en seguida, e Isabel notaba en su interior un sentimiento de celebración y felicidad. Charlaban como si fuesen viejos amigos, y no como dos personas que se habían conocido hacía tan solo dos o tres horas. Taifun contó que tenía una hermana e Isabel le dijo que tenía un hermano. Se cayeron bien, y poco a poco fueron sabiendo cosas el uno del otro, su país, sus intereses y más… En algún punto, Taifun miró su reloj y dijo que debía realizar algunas llamadas telefónicas, así que pagaron y se fueron al hotel. Isabel sentía curiosidad por saber por qué habían escogido alojarse en un hotel tan corriente, pero le parecieron suficientes emociones para un día y se guardó la pregunta. Entraron en el vestíbulo del hotel y Taifun dijo:

      —Isabel, gracias por el tour y por tu encantadora compañía.

      —Yo también he disfrutado —respondió ella.

      —¿Podemos vernos mañana? —preguntó él—. Disfruto mucho de tu compañía.

      —Estaré libre sobre las doce —dijo Isabel, que tenía una cita en la clínica oftalmológica por la mañana.

      —De acuerdo. Podemos comer juntos —sugirió su nueva amistad. Isabel sonrió, le deseó una buena tarde y se fue a su habitación.

      El día había sido tan interesante y excitante que necesitaba tiempo para sí misma después de tantas emociones, de hablar en inglés durante horas y de pasar un rato en una cafetería lujosa en compañía de un caballero así. Siguió pensando en cómo había sido el día y se sentía eufórica y entusiasmada. Recuerda hacer pensado que era demasiado bonito para ser real y, al momento, una idea inquietante cruzó su mente: «si no fuera turco». Evidentemente, esa noche durmió solo unas horas.

      Al día siguiente, Isabel acudió a la clínica oftalmológica y, tal y como esperaba, estaba todo bien. El doctor le recomendó renovar sus lentillas cada dos años y salió de la clínica contenta. Tenía mucho tiempo antes del encuentro, así que cogió un tranvía y se bajó en el centro comercial para comprar su barra de labios favorita, Classic 237, y también una preciosa falda de terciopelo en tonos otoñales. Luego regresó al hotel, se puso un vestido color púrpura con escote griego, y a las doce menos diez estaba lista. Taifun ya estaba en el vestíbulo cuando ella llegó. Llevaba un traje gris muy elegante, con una camisa color púrpura claro y una bonita corbata. Le dedicó una agradable sonrisa y la saludó:

      —Hola, señorita.

      —Hola, caballero —respondió Isabel en voz baja y devolviéndole la sonrisa. Le propuso caminar por el Bulevar Vitoshka, donde estaba segura de que encontrarían algún buen restaurante.

      —¿Qué tal el día? —preguntó Isabel.

      —Mi equipo regresó de Pravets y tuvimos una breve reunión para discutir unos temas.

      —¿Es tu primera visita a Sofía? —preguntó ella.

      —Ya había estado. Pero cuando viajas con un equipo te sales de las rutas marcadas y sigues una rutina: reuniones, almuerzo, reuniones, cena y luego nos subimos al coche y volvemos a casa. Es la primera vez que tengo la oportunidad de hacer turismo y estar ocioso. Es maravilloso que nos hayamos conocido —dijo Taifun, e Isabel no pudo evitar sentirse halagada.

      Al igual que el día anterior, la conversación era fluida y paseaban y charlaban como buenos amigos, encontrando cada uno algo que preguntar al otro, y así siguieron caminando y hablando hasta el final de la zona peatonal, en el punto desde el que se podía observar el famoso Palacio Nacional de la Cultura. Luego trazaron un semicírculo y comenzaron el camino de vuelta, al tiempo que buscaban un restaurante. Había varias opciones, pero Isabel no tenía mucha experiencia, así que se sintió aliviada cuando Taifun le preguntó:

      —¿Te gusta la comida italiana? En la Trattoria de Nico hay mucha gente, así que debe de estar bien —sugirió.

      Isabel asintió. Resultó que a ambos les encantaban los espaguetis y el tiramisú. A Isabel le sorprendió, porque siempre intentaba convencer a su hermano, pero él solo quería comer pizza. Así que estaba muy contenta de encontrar a un hombre que no solo comiera pizza, sino que era como ella: un amante de los espaguetis. Era una pequeña coincidencia, pero el corazón de Isabel se alegró mucho. En el momento de pagar ella quiso contribuir, pero Taifun dijo que ni hablar. Él invitaba, puesto que estaba en deuda con ella.

      —He aprendido tanto estos dos días sobre tu país y su capital, que lo menos que puedo hacer es pagar. ¡Eres una guía magnífica! —añadió.

      Pagó con tarjeta, algo que ella veía por primera vez, pero no le sorprendió. Al fin y al cabo, él había viajado mucho y, siendo además algo imprescindible en el mundo de los negocios, era normal que fuese uno de los primeros en tener una tarjeta bancaria. Después de pasear otro poco por el Bulevar Vitosha volvieron a la misma cafetería, y cuando Taifun dijo que le apetecía tomar un café ella aceptó de buen grado. Así que doblaron la esquina y entraron en la misma refinada y lujosa atmósfera de la cafetería del Sheraton. Eran más de las cuatro y ambos necesitaban un café. Isabel no estaba cansada, pero era una buena excusa para seguir haciéndole preguntas. Ninguno de los dos tenía prisa. Intercambiaron sus números de teléfono. Ella le dio un pequeño recuerdo, algo que él no esperaba de una extraña. Y Taifun le dio su bolígrafo bañado en oro. Más tarde, Taifun miró a Isabel con seriedad y le preguntó:

      —¿A dónde quieres dirigir tu vida? —. Isabel creyó que no había comprendido la pregunta y respondió:

      —¿Disculpa? No acabo de entender tu pregunta.

      —Me gustan tu actitud, tu nivel de inglés. ¿Te gustaría trabajar para mí? Isabel, sé que puede parecer demasiado pronto, pero me gustas de verdad. Puedo ofrecerte mucho. Estoy muy impresionado contigo. Puedo venir, hablar con tus padres… Te daré tiempo para que lo pienses.

      Isabel se sentía adulada, feliz, abrumada…Pero también tenía prejuicios. No quería contárselo a su familia. Tomó la decisión al momento.

      —Lo siento, Taifun, pero mi respuesta es no.

      —Si tienes miedo, puedo entenderlo —dijo él.

      —Solo hace dos días que te conozco —dijo ella y suspiró. Luego pensó para sí misma: «si no fueras turco…» y continuó:

      —No puedes comprenderlo, pero es algo más fuerte que yo. Las cosas del pasado... No puedo explicarlo sin herir tu orgullo y tu dignidad. Por favor, acepta mi respuesta y sigamos siendo amigos.

      Él se mantuvo en silencio durante un momento y pensó para sí mismo: «Si era por el pasado histórico… tenía razón. Aun así, era tan amable, atenta e inteligente. Pero él también tenía principios. Una oferta realizada una vez no se repetía».

      Luego dijo:

      —Como desees, pero no repetiré la oferta.

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