Скачать книгу

de la desaparición, que daba cuenta de un premio a Amos de una asociación nacional de relojeros, no había nada.

      A la hora de la comida empezaron a dolerle los ojos doloridos por la lectura de textos difuminados por el tiempo, por lo que se fue a un café cercano a recuperarse. Allí llamó a Kay, pero su amigo traductor no tenía aún información sobre el contenido de la carta.

      La mente que se había dirigido a la investigación privada unos pocos años después de su deshonrosa expulsión del ejército estaba empezando a zumbar con ideas rocambolescas. Nadie se levanta y abandona una relación estable sin ninguna razón. O vas hacia algo o huyes de algo.

      Las posibilidades eran infinitas. Un amante sería lo evidente hacia lo que ir y un cliente descontento o un competidor de lo que huir. Sin ninguna imagen del propio Amos, era difícil hacerse un juicio. Hasta ahora en las conversaciones de Slim el relojero había resultado un personaje oscuro en la comunidad, con la misma oscuridad de su profesión colocándole un halo de misterio. Incluso el camino a la Granja Worth y los altos setos que la rodeaban daban a la familia Birch un aire de encierro, un aire que los Tinton habían mantenido.

      El café tenía teléfono. Slim tomó una guía de una estantería a su lado y volvió a su mesa. Había unas dos docenas de Birch, pero ninguno que empezara con una C.

      Slim volvía a la estación de autobuses cuando oyó a alguien gritar detrás de él. Algo en su tono urgente le hizo darse la vuelta y vio a Geoff Bunce saludándolo desde el otro lado de la calle. Slim esperó a que el hombre cruzara la calle.

      —Pensé que era usted. Unas largas vacaciones.

      Slim se encogió de hombros.

      —Soy mi propio jefe. Puedo hacerlas tan largas como quiera.

      —¿Así que le ha visto? ¿A su amigo?

      El sarcasmo en el tono de voz del hombre causó una ola de enfado en el estómago de Slim, pero forzó indiferencia en su voz.

      —¿Amos Birch?

      —Sí. ¿Le ha devuelto el reloj?

      —Todavía no. Estoy en ello.

      —Mire, no sé quién es usted, pero creo que sería sensato tomar ese reloj y volver por donde vino.

      Slim no pudo reprimir una sonrisa. Era un exmarine que había prestado servicios en el ejército británico amenazado por un Papá Noel vestido con una chaqueta verde de entretiempo. Bunce podría haber dicho que había sido militar, pero era difícil creerlo.

      —¿Qué es tan divertido?

      —Nada. Solo me intriga la dureza de su tono. Solo soy un hombre que trata de vender un reloj antiguo.

      —Venga, Mr. Hardy, eso es lo último que creo que sea.

      —Recuerda mi nombre.

      —Lo anoté. Hay algo en usted que me da mala espina.

      —¿Solo algo? —Slim suspiró, cansado de juegos—. Mire, ¿quiere saber la verdad? Estoy aquí de vacaciones. Encontré ese reloj enterrado en Bodmin Moor. Esa mierda casi me rompe el tobillo. Solo resulta que mi trabajo actual, para bien o para mal, es el de investigador privado. Es difícil resistirse a un misterio.

      Bunce arrugó la nariz.

      —Bueno, eso cambia las cosas.

      —¿Qué quiere decir?

      El otro hombre asintió, resopló, como si se preparara para revelar algo importante. Slim levantó una ceja.

      —Verá —dijo Bunce—, yo fui la última persona que vio vivo a Amos Birch aparte de su familia más cercana.

      12

      —¿Entonces dónde está el reloj que encontró?

      Slim se sentó enfrente de Geoff Bunce en un café en un rincón del mercado de Tavistock. Dio un sorbo a un café flojo en una taza de plástico y dijo:

      —Lo escondí.

      —¿Dónde?

      Slim sonrió.

      —Donde estoy seguro de que estará seguro.

      Bunce asintió rápidamente.

      —Bien, bien. Buena idea. ¿Tiene entonces alguna idea de qué le pasó a Amos?

      —Ninguna en absoluto.

      —Pero usted es un investigador privado, ¿no?

      —Trabajo sobre todos en asuntos extramaritales y fraudes en las bajas laborales —dijo Slim—. Nada para entusiasmarse. No voy a ganar dinero con esta investigación, así que si dejan de aparecer rastros probablemente desaparezca en el campo y busque algún caso con el que pueda hacerlo.

      —¿No tiene ninguna pista?

      —Todo lo que tengo es una lista mental de posibilidades y cuantas más borre, más cerca estaré de averiguar qué pasó realmente.

      —¿Qué tiene en su lista?

      Slim rio.

      —Prácticamente cualquier cosa, desde un asesinato a una abducción alienígena.

      —No pensará realmente… —Bunce se calló de repente, arrugando la nariz—. Ah, es una broma. Ya veo.

      —En realidad no tengo ninguna pista. Por el momento, me limito a averiguar las circunstancias que rodean su desaparición. Tal vez pueda ayudarme con eso.

      —¿Cómo?

      —Dijo que fue la última persona que lo vio vivo aparte de su familia. ¿Y si me cuenta eso?

      Bunce se encogió de hombros, mostrándose repentinamente inseguro.

      —Bueno, ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? Fuimos a dar un paseo por el páramo, hasta Yarrow Tor, más allá de la granja abandonada que hay allí.

      —¿Recuerda por qué?

      Bunce encogió un hombro con un gesto extraño y torcido.

      —Era un paseo habitual. Lo hacíamos cada dos meses. No había ninguna razón especial.

      —¿Recuerda de qué hablaron?

      Bunce sacudió la cabeza.

      —Bueno, debió ser lo habitual. No teníamos conversaciones muy profundas. Nos veíamos mucho, ya sabe. Siempre era sobre el tiempo, las quejas sobre la política, todo eso.

      —No me está dando mucho para trabajar.

      Bunce se mostró decepcionado.

      —Supongo que no hay mucho que decir. Quiero decir, conocía a Amos desde siempre, pero no éramos tan íntimos como para contarnos todo el uno al otro. No era ese tipo de hombre. La gente a menudo bromeaba diciendo que prefería los relojes a las personas.

      —Me dijo que ese reloj valía unos miles de pavos. ¿Es eso realmente cierto?

      Bunce sonrió, pareciendo aliviado de que Slim le hubiera planteado una pregunta que podía contestar.

      —Era como un matemático con sus manos. La mayoría de los artesanos tienen una habilidad particular, pero Amos era el paquete completo. Hacía todo: el diseño, las tallas, así como todo el trabajo mecánico interno a mano. ¿Tiene idea de lo difícil que es fabricar piezas de reloj a mano? En un día de trabajo puedes hacer una o dos partes pequeñas. Requiere mucho trabajo y poca gente hoy en día tiene ese tipo de concentración. Amos era de una raza especial.

      —¿Cuántos fabricaba?

      —No muchos. Dos o tres al año. Algunos eran encargos, creo, otros, ventas privadas. No tenía prisa. No quería ser rico. Le gustaban sus páramos y la vida tranquila. Su granja daba algunas

Скачать книгу