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universo, y edad tras edad, hasta encontrarte finalmente en la presencia de la personalidad del Padre Universal del Paraíso.

      2:5.6 (39.5) ¡Cuán irrazonable es que no adoréis a Dios, porque las limitaciones de la naturaleza humana y los impedimentos de vuestra creación material no os permiten verle! Entre vosotros y Dios hay una gran distancia (espacio físico) que debe ser atravesada. También hay una enorme diferencia espiritual que salvar; pero a pesar de todo lo que física y espiritualmente os separa de la presencia personal y paradisiaca de Dios, deteneos y ponderad el hecho solemne de que Dios vive dentro de vosotros; que él, a su manera ya ha salvado tal diferencia. Ha enviado de sí mismo, su espíritu, para que viva en vosotros y bregue con vosotros en pos de vuestra carrera universal eterna.

      2:5.7 (39.6) Me parece fácil y agradable adorar a quien es tan grande y al mismo tiempo tan afectuosamente dedicado al ministerio de elevar a sus criaturas humildes. Amo naturalmente a quien es tan poderoso en la creación y en su control, y sin embargo tan perfecto en la bondad y tan fiel en la amante benevolencia que constantemente nos envuelve. Pienso que amaría a Dios del mismo modo si no fuera tan grande y poderoso, puesto que es tan bueno y misericordioso. Todos nosotros amamos al Padre más por su naturaleza que en reconocimiento de sus asombrosos atributos.

      2:5.8 (39.7) Cuando observo a los Hijos Creadores y sus administradores subordinados luchando tan valientemente con las múltiples dificultades del tiempo inherentes a la evolución de los universos del espacio, descubro que abrigo por esos gobernantes menores de los universos un afecto grande y profundo. Después de todo, pienso que todos nosotros, incluso los mortales de los dominios locales, amamos al Padre Universal y a todos los demás seres, divinos o humanos, porque discernimos que estas personalidades nos aman sinceramente. La experiencia de amar es en buena parte una respuesta directa a la experiencia de ser amado. Sabiendo que Dios me ama, debo seguir amándole por sobre todas las cosas, aunque él se despojara de todos sus atributos de supremacía, ultimidad y absolutez.

      2:5.9 (40.1) El amor del Padre está con nosotros ahora y a través del círculo sin fin de las edades eternas. Al ponderar sobre la naturaleza amante de Dios, sólo hay una reacción razonable y natural de la personalidad: amar cada vez más a vuestro Hacedor; otorgar a Dios un afecto análogo al de un niño para con su padre terrenal; porque como un padre, un verdadero padre, un padre sincero, ama a sus hijos, así ama el Padre Universal y por siempre procura el bienestar de sus hijos e hijas creados.

      2:5.10 (40.2) Pero el amor de Dios es un afecto paterno inteligente y previsor. El amor divino funciona en asociación unificada con la divina sabiduría y con todas las otras características infinitas de la naturaleza perfecta del Padre Universal. Dios es amor, pero el amor no es Dios. La mayor manifestación del amor divino para con los seres mortales es la dádiva de los Ajustadores del Pensamiento, pero vuestra mayor revelación del amor del Padre se ve en la vida de otorgamiento de su Hijo Micael que vivió en la tierra el ideal de la vida espiritual. Es el Ajustador residente quien individualiza el amor de Dios para cada alma humana.

      2:5.11 (40.3) A veces casi me angustia verme obligado a describir el afecto divino del Padre celestial por sus hijos universales mediante el empleo del símbolo verbal humano amor. Este término, si bien connota el concepto más elevado de las relaciones mortales de respeto y devoción del hombre, ¡frecuentemente define tantas relaciones humanas completamente innobles e inmerecedoras de ser expresadas por una palabra que se usa también para indicar el afecto incomparable del Dios viviente por sus criaturas universales! ¡Qué pena que yo no pueda hacer uso de un término excelso y exclusivo que transmita a la mente del hombre la verdadera naturaleza y el significado exquisitamente bello del afecto divino del Padre del Paraíso!

      2:5.12 (40.4) Cuando el hombre pierde de vista el amor de un Dios personal, el reino de Dios se convierte meramente en el reino del bien. Pese a la unidad infinita de la naturaleza divina, el amor es la característica dominante de todas las relaciones personales de Dios con sus criaturas.

      2:6.1 (40.5) En el universo físico podemos ver la belleza divina, en el mundo intelectual podemos discernir la verdad eterna, pero la bondad de Dios se encuentra solamente en el mundo espiritual de la experiencia religiosa personal. En su verdadera esencia, la religión es fe y confianza en la bondad de Dios. Dios podría ser grande y absoluto, e incluso inteligente y personal de algún modo, en la filosofía; pero en religión Dios debe ser también moral; debe ser bueno. El hombre podría temer a un Dios grande, pero sólo en un Dios bueno puede confiar, y sólo a un Dios bueno puede amar. La bondad de Dios es parte de la personalidad de Dios, y su plena revelación aparece tan sólo en la experiencia religiosa personal de los hijos creyentes de Dios.

      2:6.2 (40.6) La religión implica que el supermundo de la naturaleza espiritual conoce las necesidades fundamentales del mundo humano y responde a ellas. La religión evolutiva puede llegar a ser ética, pero sólo la religión revelada puede hacerse verdadera y espiritualmente moral. El antiguo concepto de que Dios es una Deidad dominada por una moralidad augusta fue elevado por Jesús a ese nivel afectuoso y conmovedor de íntima moralidad familiar de la relación padre-hijo, de la cual no hay ninguna más tierna y bella en toda experiencia mortal.

      2:6.3 (41.1) La «abundancia de la bondad de Dios conduce al hombre descarriado al arrepentimiento». «Toda buena dádiva y toda dádiva perfecta baja del Padre de las luces». «Dios es bueno; es el refugio eterno del alma de los hombres». «El Señor Dios es misericordioso y benévolo. Es paciente y abundante en bondad y verdad». «¡Probad y ved que el Señor es bueno! Bendito el hombre que en él confía». «El Señor es misericordioso y lleno de compasión. Es el Dios de la salvación». «Sana al acongojado y cura las heridas del alma. Es el benefactor todopoderoso del hombre».

      2:6.4 (41.2) El concepto de Dios como rey-juez, aunque fomentó un elevado nivel moral y dio origen a un pueblo respetuoso de la ley como grupo, abandonaba al creyente individual en una triste posición de inseguridad respecto a su situación en el tiempo y en la eternidad. Los profetas hebreos más recientes proclamaron que Dios era el Padre de Israel; Jesús reveló a Dios como el Padre de todos los seres humanos. El entero concepto mortal de Dios está trascendentemente iluminado por la vida de Jesús. El altruismo es inherente en el amor paterno. Dios no ama como si fuera un padre, sino como un padre. Él es el Padre en el Paraíso de todas las personalidades del universo.

      2:6.5 (41.3) La rectitud implica que Dios es la fuente de la ley moral del universo. La verdad muestra a Dios como revelador, como maestro. Pero el amor da y anhela afecto, busca comunión comprensiva tal como la que existe entre padre e hijo. La rectitud puede ser el pensamiento divino, pero el amor es la actitud del padre. La suposición errónea de que la rectitud de Dios era irreconciliable con el amor altruista del Padre celestial, presuponía una falta de unidad en la naturaleza de la Deidad y condujo directamente a la elaboración de la doctrina de la expiación, que es un asalto filosófico a la unidad y al libre albedrío de Dios.

      2:6.6 (41.4) El amoroso Padre celestial, cuyo espíritu mora en sus hijos de la tierra, no es una personalidad dividida —una de justicia y otra de misericordia— ni tampoco se necesita de un mediador para asegurar el favor del Padre o su perdón. La rectitud divina no está dominada por una estricta justicia retributiva; Dios el padre trasciende a Dios el juez.

      2:6.7 (41.5) Dios no se vuelve nunca iracundo, vengativo ni airado. Es verdad que la prudencia refrena a menudo su amor, así como la justicia condiciona su misericordia rechazada. Su amor por la rectitud no puede evitar manifestarse por igual como odio por el pecado. El Padre no es una personalidad contradictoria; la unidad divina es perfecta. En la Trinidad del Paraíso existe unidad absoluta pese a las eternas identidades de los coordinados de Dios.

      2:6.8 (41.6) Dios ama al pecador y odia el pecado: esta declaración es filosóficamente cierta, pero Dios es una personalidad trascendente, y las personas tan sólo pueden amar y odiar a otras personas. El pecado no es una persona. Dios ama al pecador porque es una realidad de personalidad (potencialmente eterna), mientras que hacia el pecado Dios no asume ninguna actitud personal, porque el pecado no es una realidad espiritual; no es personal; por lo tanto sólo la justicia de Dios toma conocimiento de su existencia.

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