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Edad Media escogió ya esta solución al admitir como causa de los fenómenos histéricos la posesión por el demonio. Todo se reduce, pues, a sustituir la terminología religiosa de aquella oscura y supersticiosa época por la científica de los tiempos presentes.

      Charcot no siguió este camino para llegar a una explicación de la histeria, aunque sí acudió al rico material de datos contenidos en los procesos por hechicería y posesión satánica, para demostrar que los fenómenos de las neurosis habían sido los mismos en todos los tiempos. Considerando la histeria como uno de los temas de la Neuropatología, dio la descripción completa de sus fenómenos, demostró que los mismos seguían determinadas leyes y normas y enseñó a conocer los síntomas que permitían diagnosticar la histeria. A él y a sus discípulos debemos concienzudas investigaciones sobre las perturbaciones histéricas de la sensibilidad de la piel y de las regiones más profundas, y sobre las alteraciones de los órganos sensoriales, las peculiaridades de las contracturas y parálisis histéricas, las perturbaciones tróficas y los trastornos de la nutrición. Después de describir las diversas formas del ataque histérico, se estableció un esquema que presentaba dividida en cuatro estadios, la estructura típica del «gran» ataque histérico, y permitía referir al «tipo» el «pequeño» ataque corrientemente observado. Asimismo se hizo objeto de estudio la situación y frecuencia de las llamadas zonas histerógenas y su relación con los ataques, etc. Todos estos conocimientos sobre el fenómeno de la histeria condujeron a una serie de sorprendentes descubrimientos. Así se comprobó la histeria en sujetos masculinos, especialmente en individuos de la clase obrera, con insospechada frecuencia, y se llegó a la convicción de que determinados accidentes, atribuidos antes a la intoxicación por el alcohol o por el plomo, eran de naturaleza histérica, aprendiéndose, además, a incluir en este concepto afecciones hasta entonces aisladas e incomprendidas y a circunscribir la participación de la histeria en aquellos casos, en los que la neurosis se había aliado a otras enfermedades, formando complejos cuadros patológicos. La investigación recayó también con máxima amplitud sobre las enfermedades nerviosas consecutivas a graves traumas; esto es, sobre las «neurosis traumáticas», cuya naturaleza se discute todavía hoy, y con respecto a las cuales defendió Charcot, con éxito, los derechos de la histeria.

      Una vez que esta extensión del concepto de la histeria condujo a rechazar con gran frecuencia diagnósticos etiológicos, se hizo sentir la necesidad de penetrar en la etiología de la histeria misma. Charcot condensó esta etiología en una fórmula muy sencilla: la única causa de la histeria sería la herencia. Por tanto, no constituiría esta neurosis sino una forma de degeneración, un miembro de la famille néurotique. Todos los demás factores etiológicos no desempeñarían sino el papel de agents provocateurs.

      La construcción de este gran edificio científico no se llevó a cabo sin enérgica oposición; pero era ésta la oposición estéril de la vieja generación, que no quería ver modificadas sus opiniones. En cambio, los neurólogos jóvenes, incluso los alemanes, aceptaron las teorías de Charcot, en mayor o menor medida. El mismo Charcot se hallaba totalmente seguro del triunfo de sus teorías sobre la histeria. Cuando se le objetaba que en ningún país fuera de Francia se habían observado, hasta el momento, los cuatro estadios del ataque ni la histeria masculina, etc., alegaba que también a él le habían pasado inadvertidos tales fenómenos, y repetía que la histeria era la misma en todos los tiempos y lugares. Le irritaba sobre manera oír decir que los franceses eran una nación más nerviosa que ninguna otra, siendo la histeria un vicio nacional, y tuvo una gran alegría cuando una publicación sobre «un caso de epilepsia» en un granadero alemán le permitió establecer, a distancia, el diagnóstico de histeria.

      En un punto de su labor sobrepasó Charcot el nivel de su general tratamiento de la histeria y dio un pasó que le asegura para siempre el renombre del primer esclarecedor de tal enfermedad. Ocupado en el estudio de las parálisis histéricas surgidas después de traumas, se le ocurrió reproducir artificialmente estas parálisis, que antes había diferenciado minuciosamente de las orgánicas, y se sirvió para ello de pacientes histéricos, a los que transfería por medio de la hipnosis al estado de sonambulismo. De este modo consiguió demostrar, por medio de un riguroso encadenamiento deductivo, que tales parálisis eran consecuencia de representaciones dominantes en el cerebro del enfermo, en momentos de especial disposición, quedando así explicado por vez primera el mecanismo de un fenómeno histérico. A este incomparable resultado de la investigación clínica enlazaron sus estudios Janet, discípulo de Charcot; Breuer y otros, desarrollando una teoría de la neurosis coincidente con el concepto medieval de esta afección, con la única diferencia de sustituir el «demonio» por una fórmula psicológica.

      El estudio llevado a cabo por Charcot de los fenómenos hipnóticos en sujetos histéricos situó en primer término este importantísimo sector de hechos hasta entonces descuidados y despreciados, dando fin, de una vez para siempre, a las dudas sobre la realidad de los fenómenos histéricos. Pero esta materia, puramente psicológica, no se adaptaba al tratamiento exclusivamente nosográfico que encontró en la escuela de la Salpêtrière. La limitación del estudio de la hipnosis a los histéricos, la diferenciación de grande y pequeña hipnosis, el establecimiento de tres estadios de la «gran hipnosis» y su caracterización por fenómenos somáticos, todo esto perdió la estimación de los contemporáneos cuando Bernheim, discípulo de Liébault, emprendió la labor de construir la teoría del hipnotismo sobre una más amplia base psicológica y hacer de la sugestión el nódulo de la hipnosis. Sólo aquellos adversarios del hipnotismo que encubren su propia falta de experiencia en esta materia remitiéndose a las opiniones de cualquier autoridad continúan fieles a la teoría de Charcot y gustan de alegar una afirmación de sus últimos años, que niega toda significación a la hipnosis como medio terapéutico.

      También habrán de experimentar en breve importantes modificaciones y correcciones las hipótesis etiológicas expuestas por Charcot en su teoría de la famille néuropathique, de las cuales hizo el maestro la base de su concepción total de las enfermedades nerviosas. Charcot exageraba tanto la herencia como causa, que no dejó espacio alguno para la adquisición de las neuropatías. No concedía a la sífilis sino un modestísimo puesto entre los agents provocateurs, ni diferenciaba suficientemente, tanto con respecto a la etiología como a los demás conceptos las afecciones nerviosas orgánicas de las neurosis. Es indudable que el progreso de nuestra ciencia, aumentando nuestros conocimientos desvalorizará parte de las enseñanzas de Charcot; pero ningún cambio de los tiempos ni de las opiniones disminuirá la fama del hombre cuya pérdida se llora hoy en Francia y fuera de ella.

      Viena, agosto 1893.

      R

      Esta nota necrológica sobre Charcot fue escrita por Freud el mismo mes del fallecimiento del gran maestro de la Neurología francesa. [Wien. Med. Wschr., 43 (37), 1513-20.]

      A París acudió, en primer lugar, Freud en 1885 para estudiar Neurología, atraído por la fama de Charcot. Una ocasión se presentó en que pudo ofrecer sus servicios como traductor al alemán de las lecciones del gran maestro, y esto le sirvió para penetrar en su intimidad y participar activamente en los trabajos de la clínica de la Salpêtrière. La impresión que Charcot produjo en Freud queda bien patentizada en estas páginas.

      1895

      (Breuer y Freud)

      NUESTRAS experiencias recogidas con un nuevo método de exploración y tratamiento de los fenómenos histéricos las publicamos en 1893 en forma de una «Comunicación preliminar», agregándoles de la manera más concisa todas las concepciones teóricas que a la sazón habíamos alcanzado. Dicha «Comunicación» vuelve a ser impresa aquí a manera de tesis, que habrá de ser ilustrada y ampliada.

      Ahora continuamos esa exposición con una serie de observaciones clínicas en cuya selección no pudimos, por desgracia, dejarnos gobernar exclusivamente por razones científicas. En efecto, nuestras experiencias han sido recogidas en la práctica profesional privada, en el seno de una clase social

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