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comprensibilidad. No nos ofrecen el menor auxilio mnémico, y la rápida dispersión de sus elementos contribuye a su inmediato olvido. Con estas deducciones no concuerda, sin embargo, la observación de Radestock (pág. 168) de que precisamente los sueños más extraños son los que mejor retenemos.

      Todavía concede Strümpell una mayor influencia en el olvido de los sueños a otros factores derivados de la relación de los mismos con la vida diurna. La facilidad con que nuestra consciencia despierta los olvidos corresponde, evidentemente, al hecho antes citado de que el fenómeno onírico no toma (casi) nunca de la vida diurna una ordenada serie de recuerdos, sino sólo detalles aislados, a los que separa de aquellas sus acostumbradas conexiones psíquicas, dentro de las cuales los recordamos durante la vigilia. Falto de todo auxilio mnémico, carece el sueño de lugar en el conjunto de series psíquicas que llenan el alma. «El producto onírico se desprende del suelo de nuestra vida anímica y flota en el espacio psíquico como una nube que el hálito de la vida despierta desvanece» (pág. 87). En igual sentido actúa al despertar el total acaparamiento de la atención por el mundo sensorial, que con su poder destruye casi la totalidad de las imágenes oníricas, las cuales huyen ante las impresiones del nuevo día como ante la luz del sol el resplandor de las estrellas.

      Por último, hemos de atribuir el olvido de los sueños al escaso interés que en general les concede el sujeto. Así, aquellas personas que a título de investigadores dedican por algún tiempo su atención al fenómeno onírico sueñan durante dicho período más que antes: esto es, recuerdan con mayor facilidad y frecuencia sus sueños.

      En esta causa del olvido se hallan contenidas las dos que Bonatelli añade a las citadas por Strümpell, o sea, que la transformación experimentada por la sensación vegetativa general al pasar el sujeto del estado de reposo al de vigilia, e inversamente, es desfavorable a la reproducción recíproca, y que la distinta ordenación adoptada por el material de representaciones en el sueño hace a éste intraducible para la consciencia despierta.

      Dados todos estos motivos de olvido resulta singular -como ya lo indica Strümpell- que en nuestro recuerdo se conserve, a pesar de todo, tanta parte de nuestros sueños. El continuado empeño de los investigadores en sujetar a reglas nuestro recuerdo de los mismos, equivale a una confesión de que también en esta materia queda aún algo enigmático e inexplicable. Con todo acierto se han hecho resaltar recientemente algunas peculiaridades del recuerdo de los sueños; por ejemplo, la de que un sueño que al despertar creemos olvidado puede ser recordado en el transcurso del día con ocasión de una percepción que roce casualmente el contenido onírico olvidado (Radestock, Tissié). Sin embargo, la posibilidad de conservar un recuerdo exacto y total del sueño sucumbe a una objeción, que disminuye considerablemente su valor a los ojos de la crítica. Nuestra memoria, que tanta parte del sueño deja perderse, no falseará también aquello que conserva?

      Strümpell manifiesta asimismo esta duda sobre la exactitud de la reproducción del sueño: «Puede entonces suceder con facilidad que la consciencia despierta intercale involuntariamente en nuestro recuerdo algo ajeno al sueño y de este modo imaginaremos haber soñado una multitud de cosas que nuestro sueño no contenía.»

      Jessen declara categóricamente (pág. 547):

      «Debe, además, tenerse muy en cuenta en la investigación de sueños coherentes y lógicos la circunstancia, poco apreciada hasta el momento, de que nuestro recuerdo de los mismos no es casi.nunca exacto, pues cuando los evocamos en nuestra memoria los completamos involuntaria e inadvertidamente llenando las lagunas de las imágenes oníricas. Un sueño coherente sólo raras veces o quizá ninguna lo es tanto como nuestra memoria nos lo muestra. Aun para el más verídico de los hombres resulta imposible relatar un sueño singular sin agregarle algún complemento o adorno de su cosecha. La tendencia del espíritu humano a ver totalidades coherentes es tan considerable, que al recordar un sueño hasta cierto punto incoherente corrige esta incoherencia de un modo involuntario.»

      Las observaciones de V. Egger sobre este punto concreto parecen una traducción de las anteriores palabras de Jessen no obstante ser seguramente de concepción original: …l’observation des rêves a ses difficultés spéciales et le seul moyen d’eviter toute erreur en pareille matière est de confier au papier sans le moinde retard ce que l’on vient d’eprouver et de remarquer, sinon l’oubli vient vite ou total ou partiel; l’oubli total est sans gravité: mais l’oubli partiel est perfide; car si l’on se met ensuite à raconter ce que l’on n’a pas oublié, on est exposé à completer par l’imagination les fragments incohérents et disjoints fournis par la mémoire…; on devient artiste à son insu, et le récit périodiquement répété s’impose a la créance de son auteur, qui, de bonne foi, le présente comme un fait authentique dûment établi selon les bonnes méthodes…

      Idénticamente opina Spitta (pág. 338), el cual parece admitir que en la tentativa de reproducir el sueño es cuando introducimos un orden en los elementos oníricos laxamente asociados unos con otros, «convirtiendo la yuxtaposición en una sucesión causal; esto es, agregando el proceso de la conexión lógica, de que el sueño carece. »

      Da o que para comprobar la fidelidad de nuestra memoria no poseemos otro control que el objeto, y éste nos falta por completo en el sueño, fenómeno que constituye una experiencia personal y para el cual no conocemos fuente distinta de nuestra memoria, ¿qué valor podremos dar aún a su recuerdo?

      En la discusión científica del fenómeno onírico partimos de la hipótesis de que el mismo constituye un resultado de nuestra propia actividad anímica; mas, sin embargo, el sueño completo se nos muestra como algo ajeno a nosotros y cuya paternidad no sentimos ningún deseo de reclamar. ¿De dónde procede esta impresión de que el sueño es ajeno a nuestra alma? Después de nuestro examen de las fuentes oníricas habremos de inclinarnos a negar se halle condicionada por el material que pasa al contenido del sueño, pues este material es común, en su mayor parte, a la vida onírica y a la despierta. Por tanto, podemos preguntarnos si tal impresión no constituye una resultante de modificaciones experimentadas por los procesos psíquicos en el sueño e intentar establecer de este modo una característica del mismo.

      Nadie ha acentuado con tanta energía la diferencia esencial entre la vida onírica y la despierta, ni tampoco ha deducido de esta diferencia conclusiones de tanto alcance como G. Th. Fechner en algunas observaciones de sus Elementos de Psicofísica (pág. 520, tomo II). Opina este autor que «ni el descenso de la vida anímica consciente por bajo del umbral principal», ni el apartamiento de la atención de las influencias del mundo exterior son suficientes para explicar las peculiaridades que la vida onírica presenta co.n relación a la despierta. Sospecha más bien que la escena de los sueños es otra que la de la vida de representaciones despierta. «Si la escena de la actividad psicofísica fuera la misma durante el reposo la vigilancia, el sueño no podría ser, a mi juicio sino una continuación, mantenida en un bajo grado de intensidad de la vida despierta, y compartiría además con ella su contenido y su forma. Pero, por lo contrario, se conduce de muy distinto modo.»

      No ha sido aún totalmente esclarecido lo que Fechner significaba con este cambio de residencia de la actividad anímica, ni tampoco sé de investigador alguno que haya seguido el camino indicado en las observaciones apuntadas. A mi juicio, sería totalmente erróneo dar a las mismas una interpretación anatómica en el sentido de la localización fisiológica del cerebro, o incluso con relación a la estratificación histológica de la corteza cerebral. En cambio, revelarán un profundo y fructífero sentido si las referimos a un aparato anímico compuesto de varias instancias, sucesivamente intercaladas.

      Otros autores se han contentado con acentuar una cualquiera de las comprensibles peculiaridades psicológicas del sueño y convertirlas en punto de partida de más amplias tentativas de explicación.

      Se ha hecho observar acertadamente que una de las principales peculiaridades de la vida onírica surge ya en el estado de adormecimiento anterior al del reposo, y debe considerarse como el fenómeno inicial de este último. Lo característico del estado de vigilia es, según Schleiermacher (pág. 351), que la actividad mental procede por conceptos

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