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yacen casi siempre mudas e inmóviles, aunque poco tiempo antes las haya excitado en la vida despierta de un agudo estímulo?»

      Comprendemos sin esfuerzo cómo la singular predilección de la memoria onírica por lo indiferente, y en consecuencia poco atendido de los sucesos diurnos, había de llevar casi siempre a la negación de la dependencia del sueño de la vida diurna, y después, a dificultar, por lo menos en cada caso, la demostración de la existencia de la misma. De este modo ha resultado posible que en la estadística de sus sueños (y de los de su colaborador), formada por miss Whiton Calkins, aparezca fijado en un 11 por 100 el número de sueños en los que no resultaba visible una relación con la vida diurna. Hildebrandt está seguramente en los cierto cuando afirma que si dedicásemos a cada caso tiempo y atención suficientes, lograríamos siempre esclarecer el origen de todas las imágenes oníricas. Claro es que a continuación califica esta labor de «tarea penosa e ingrata, pues se trataría principalmente de rebuscar en los más recónditos ángulos de la memoria toda clase de cosas, desprovistas del más mínimo valor psíquico, y extraer nuevamente a la luz, sacándolas del profundo olvido en que cayeron, quizá inmediatamente después de su aparición, toda clase de momentos indiferentes de un lejano pretérito». Por mi parte, debo, sin embargo, lamentar que el sutil ingenio de este autor no se decidiese a seguir el camino que aquí se iniciaba ante él, pues le hubiera conducido en el acto al punto central de la explicación de los sueños.

      La conducta de la memoria onírica es seguramente de altísima importancia para toda teoría general de la memoria. Nos enseña, en efecto, que «nada de aquello que hemos poseído una vez espiritualmente puede ya perderse por completo» (Scholz, pág. 34). O como manifiesta Delboeuf, que «toute impression même la plus insignifiante, laisse une trace inaltérable, indéfiniment susceptible de reparaître au jour»; conclusión que nos imponen asimismo otros muchos fenómenos patológicos de la vida anímica. Esta extraordinaria capacidad de rendimiento de la memoria en el sueño es cosa que deberemos tener siempre presente para darnos perfecta cuenta de la contradicción en que incurren ciertas teorías, de las que más adelante trataremos, cuando intentan explicar el absurdo y la incoherencia de los sueños por el olvido parcial de lo que durante el día nos es conocido.

      Podía quizá ocurrírsenos reducir el fenómeno onírico en general al del recordar, y ver en el sueño la manifestación de una actividad de reproducción no interrumpida durante la noche y que tuviese su fin en sí misma. A esta hipótesis se adaptarían comunicaciones como la de von Pilcz, de las cuales deduce este autor la existencia de estrechas relaciones entre el contenido del sueño y el momento en que se desarrolla. Así, en aquel período de la noche en que nuestro reposo es más profundo reproduciría el sueño las impresiones más lejanas o pretéritas, y en cambio hacia la mañana, las más recientes. Pero esta hipótesis resulta inverosímil desde un principio, dada la forma en que el sueño actúa con el material que de recordar se trata Strümpell llama justificadamente la atención sobre el hecho de que el sueño no nos muestra nunca la repetición de un suceso vivido. Toma como punto de partida un detalle de alguno de estos sucesos, pero representa luego una laguna, modifica la continuación o la sustituye por algo totalmente ajeno. De este modo resulta que nunca trae consigo sino fragmentos de reproducciones; hecho tan general y comprobado, que podemos utilizarlo como base de una construcción teórica. Sin embargo, también aquí hallamos excepciones en las que el sueño reproduce un suceso tan completamente como pudiera hacerlo nuestra memoria en la vida despierta. Delboeuf relata que uno de sus colegas de Universidad pasó en un sueño por la exacta repetición de un accidente, del que milagrosamente había salido ileso. Calkins cita dos sueños, cuyo contenido fue exacta reproducción de un suceso del día anterior, y por mi parte, también hallaré oportunidad más adelante de exponer un ejemplo de retorno onírico no modificado de un suceso de la infancia.

      Aquello que estos conceptos significan podemos explicarlo por analogía con la idea popular de que «los sueños vienen del estómago». En efecto, detrás de dichos conceptos se esconde una teoría que considera a los sueños como consecuencia de una perturbación del reposo. No hubiéramos soñado si nuestro reposo no hubiese sido perturbado por una causa cualquiera, y el sueño es la reacción a dicha perturbación.

      La discusión de las causas provocadoras de los sueños ocupa en la literatura onírica un lugar preferente, aunque claro es que este problema no ha podido surgir sino después de haber llegado el sueño a constituirse en objeto de la investigación biológica. En efecto, los antiguos que consideraban el sueño como un mensaje divino no necesitaban buscar para el estímulo ninguno, pues veían su origen en la voluntad de los poderes divinos o demoníacos, y atribuían su contenido a la intención o el conocimiento de los mismos. En cambio, para la Ciencia se planteó en seguida la interrogación de si el estímulo provocador de los sueños era siempre el mismo o podía variar, y paralelamente la de si la explicación causal del fenómeno onírico corresponde a la Psicología o a la Fisiología. La mayor parte de los autores parece aceptar que las causas de perturbación del reposo, esto es las fuentes de los sueños, pueden ser de muy distinta naturaleza, y que tanto las excitaciones físicas como los sentimientos anímicos son susceptibles de constituirse en estímulos oníricos. En la referencia dada a una y otras de estas fuente y en la clasificación de las mismas por orden de su importancia como generatrices de sueño es en lo que ya difieren más las opiniones.

      La totalidad de las fuentes oníricas puede dividirse en cuatro especies; división que ha servido también de base para clasificar los sueños:

      1. Estímulo sensorial externo (objetivo).

      2. Estímulo sensorial interno (subjetivo).

      3. Estímulo somático interno (orgánico).

      4. Fuentes de estímulo puramente psíquicas.

      1. LOS ESTÍMULOS SENSORIALES EXTERNOS. Strümpell el Joven, hijo del filósofo del mismo nombre y autor de una obra sobre los sueños, que nos ha servido muchas veces de guía en nuestra investigación de los problemas oníricos, refiere las observaciones realizadas en un enfermo, que padecía una anestesia general del tegumento externo y una parálisis de varios de los más importantes órganos sensoriales. Este individuo se quedaba profundamente dormido en cuanto se le aislaba por completo del mundo exterior, privándole de los escasos medios de comunicación que aún poseía con el mismo. A una situación semejante a la del sujeto de este experimento de Strümpell tendemos todos cuando deseamos conciliar el reposo. Cerramos las más importantes puertas sensoriales -los ojos- y procuramos resguardar los demás sentidos de todo nuevo estímulo o toda modificación de los que ya actúan sobre ellos.

      En esta forma es como llegamos a conciliar el reposo, aunque nunca nos sea dado conseguir totalmente el propósito antes indicado, pues ni podemos mantener nuestros órganos sensoriales lejos de todo estímulo ni tampoco suprimir en absoluto su excitabilidad. El hecho de que cuando un estímulo alcanza una cierta intensidad logra siempre hacernos despertar demuestra «que también durante el reposo ha permanecido el alma en continua conexión con el mundo exterior». Así, pues, los estímulos sensoriales que llegan a nosotros durante el reposo pueden muy bien constituirse en fuentes de sueños.

      De tales estímulos existe toda una amplia serie; desde los inevitables, que el mismo estado de reposo trae consigo, o a los que tienen ocasionalmente que permitir el acceso, hasta el casual estímulo despertador, susceptible de poner fin al reposo o destinado a ello. Una intensa luz puede llegar a nuestros ojos; un ruido a nuestros oídos o un olor a nuestro olfato. Asimismo podemos llevar a cabo durante el reposo movimientos involuntarios que, dejando al descubierto una parte de nuestro cuerpo, la expongan a una sensación de enfriamiento, o adoptar posturas que generen sensaciones de presión o de contacto. Por último, puede picarnos un insecto o surgir una circunstancia cualquiera que excite simultáneamente varios de nuestros sentidos. La atenta observación de los investigadores ha coleccionado toda una serie de sueños en los que el estímulo comprobado al despertar coincidía con un fragmento del contenido onírico hasta el punto de hacernos posible reconocer en dicho estímulo la fuente del sueño.

      Tomándola de Jessen (pág. 527), reproduciré aquí una colección

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