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desalmado. Conocía su negocio, era astuto y despiadado. Había permanecido vivo y un paso por delante de sus enemigos durante todos estos años.

      La luz naranja de las antorchas parpadeó contra el rostro de Aahad.

      No podrían haberle proporcionado mejor vista al que no era Murphy, aunque la hubiera pedido.

      –Puf —dijo el que no era Murphy, muy tranquilamente.

      Respiró de nuevo. Inspiró… luego exhaló.

      Apretó el gatillo. El arma impactó contra su hombro.

      Hubo un sonido leve. ¡Put!

      El cartucho gastado se expulsó al aire.

      Abdel Aahad había sido un hombre inteligente y un oponente ingenioso.

      Pero ya no.

      Entonces, el que no era Murphy corría agachado, su mano agarraba el hombro del niño, chocando contra la densa maleza en la oscuridad.

      CAPÍTULO DOS

      17:55 h., hora del Este

      Condado de Queen Anne, Maryland

      Costa Este de la Bahía de Chesapeake

      —Viernes por la noche —dijo Luke Stone.

      Luke y Becca estaban sentados a la mesa del patio. El sol se estaba poniendo a través de la bahía, en un tumulto de rojo, naranja y amarillo. Era una noche fresca y serena. Los árboles comenzaban a cambiar. A Luke le encantaba esta época del año. Llevaba una camiseta fina y unos vaqueros, dejando que la brisa le pusiera la piel de gallina. Becca vestía un jersey de lana amarillo.

      Becca suspiró de satisfacción.

      –Viernes por la noche —dijo ella también. Chocaron las copas, como si el concepto de viernes por la noche fuera un brindis común.

      Acababan de cenar pizza para llevar de un local bastante bueno. Luke estaba tomando su tercera copa de vino tinto.

      El bebé dormía en el regazo de Becca, envuelto en su pijama polar azul claro, con un gorro de lana y una manta.

      Ah, el bebé.

      Gunner tenía ya cinco meses. Estaba creciendo a pasos agigantados. Su cabeza era enorme y estaba cubierta de un espeso y rizado cabello rubio. Tenía unos ojos azules penetrantes, era muy fuerte y ya podía sostener esa cabeza gigante por sus propios medios.

      Balbuceaba y gorjeaba todo el tiempo, en una versión infantil del habla. Y le encantaba jugar a cucú-tras. Podía jugar durante horas y reír con deleite cada vez.

      Todo se estaba desarrollando entre misterio y encanto. El otro día, Luke había dicho “Gunner” en voz alta y podía jurar que el bebé se volvió para mirar, como si reconociera su propio nombre.

      La vida era buena.

      –Debería llevarlo adentro —dijo Becca. —Empieza a hacer frío.

      Luke asintió. —Yo recogeré, voy a quedarme aquí un poco más.

      Becca rodeó la mesa, lo besó en la frente y luego subió la colina hacia la cabaña, con el bebé en brazos. Luke la vio irse.

      Era idílico estar aquí. Lamentaba que se acabara.

      Lo habían suspendido de servicio, con sueldo, durante el último mes. Fue un regalo de Don Morris. Don se había retrasado deliberadamente investigando los eventos que tuvieron lugar en la plataforma petrolera del Ártico Martin Frobisher.

      Al final, apenas la semana pasada, Luke había sido exonerado de todos los cargos, había recibido una distinción de la agencia por la Frobisher y era probable que recibiera otra en secreto por desactivar la bomba nuclear del tío Joe. El incidente del tío Joe, como lo llamaría la historia algún día, fue clasificado como Alto Secreto durante los siguientes setenta y cinco años.

      Pero todo lo bueno llega a su fin, incluida esta suspensión. Luke fue restituido y se esperaba que regresara a la sede del Equipo de Respuesta Especial el lunes por la mañana. Y eso significaba que este era su último fin de semana en la cabaña, un hermoso y antiguo lugar que había pertenecido a la familia de Becca durante más de un siglo.

      La casa era rústica. Era pequeña, construida para personas diminutas de finales del siglo XIX, no para personas grandes del siglo XXI como Luke Stone. Los techos eran bajos. La escalera al segundo piso era estrecha. Las tablas del suelo crujían. La puerta de la cocina tenía un resorte que estaba demasiado apretado y, si lo soltabas, se cerraba de golpe cada vez.

      A Luke le encantaba estar aquí. Puede que fuera su lugar favorito del mundo.

      Le encantaba especialmente estar cerca del agua y las vistas panorámicas de 180 grados de la bahía de Chesapeake desde lo alto de este acantilado. Nada podría superarlo.

      Suspiró. De vuelta a las minas de sal. Bueno, eso también estaba bien.

      Su teléfono móvil sonó.

      Lo miró, el pequeño cristal de la parte delantera se iluminó mientras zumbaba. El mensaje en la pantalla era “Número Oculto”.

      No había muchas personas en este mundo que tuvieran este número. Solo en muy raras ocasiones recibía una llamada de alguien que no conocía.

      Se mostró reacio a contestar la llamada, pero tal vez fueran buenas noticias, como que lo habían vuelto a suspender. Cogió el teléfono y lo abrió.

      –Luke Stone —dijo.

      –¿Sabes quién soy? —dijo una voz. —En tal caso, no digas el nombre.

      Era una voz de hombre y, por supuesto, Luke supo de inmediato quién era. Aun así, hubo un pequeño retraso mientras procesaba la información. Un fantasma lo estaba llamando desde más allá de la tumba.

      Hacía tres semanas, Luke y Ed habían conducido hasta la ciudad de Nueva York y asistido al funeral de un hombre llamado Kevin Murphy. Fue en una antigua iglesia católica del Bronx. Posteriormente, asistieron a su entierro en un cementerio cercano.

      Un hombre con falda escocesa tocaba la gaita. Hubo una guardia de honor que alguien reunió, pero no un entierro en el Cementerio Nacional de Arlington para Murphy; fue un héroe de guerra varias veces, pero se había ausentado sin permiso, fue acusado de deserción y terminó su carrera militar con una baja deshonrosa.

      Luke y Ed se habían quedado lejos de la multitud. Una mujer estaba sentada en la primera fila, probablemente de unos sesenta años, vestida toda de negro. Permaneció estoica mientras un miembro de la guardia de honor le entregaba la bandera estadounidense doblada en triángulo.

      Ahora, en su patio trasero, Luke finalmente recuperó la voz. Se había quedado sin habla durante un largo momento.

      –Tu madre cree que estás muerto.

      –La llamaré —dijo la voz.

      –Es demasiado tarde, ya te enterró.

      –Debe haber sido otra persona. Solo hay que ir al callejón de atrás de mi madre y matar a alguien para tener un cuerpo que enterrar.

      La madre de Murphy había enterrado un ataúd vacío. La mezquita de Beirut donde murió Murphy había ardido durante dos semanas. Los productos químicos del sótano se habían incendiado en el bombardeo y eran imposibles de apagar. Había decenas de cadáveres dentro de esa mezquita, pero no se recuperó ni uno solo.

      –¿Dónde estás? —dijo Luke.

      –En movimiento —dijo la voz. —¿Has escuchado las noticias de Oriente Medio hoy?

      –Tal vez.

      –Un hombre recibió un disparo en la cabeza. Tenía oponentes poderosos, que están limpiando su agenda antes del gran juego. El hombre era un poco famoso, pero más como una peste que otra cosa. Fue un trabajo de control de plagas. Llamaron a un exterminador.

      Luke lo había visto. El nombre del hombre era

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