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por las puertas que conducían a la terraza y miró a su alrededor. Las estrellas brillaban en el cielo oscuro como diamantes en el terciopelo. Brevemente hipnotizada por su belleza, Hyacinth salió de su ensimismamiento. No tenía tiempo para la melancolía ni para nada que pudiera distraerla. Ella caminó por el balcón hasta que llegó a un conjunto de escaleras que conducían al jardín.

      La única luz que guiaba su camino venía de la luna llena que había en el cielo. Era suficiente, o al menos eso esperaba. Tropezó un poco por los escalones y se agarró a la barandilla para no caerse. Su pie resbaló en el escalón inferior y cayó hacia adelante, golpeando el suelo con fuerza. Maldijo en voz baja.

      Las palmas de sus manos le ardían por los pequeños guijarros que había por todo el camino de piedra. Se frotó las manos para tratar de aliviar el dolor. "Vaya suerte la mía", refunfuñó Hyacinth. "Esto es lo que me pasa cuando busco un príncipe que se abalance sobre mí y me salve. No sé por qué hago esto".

      "¿Quién está ahí?", preguntó un hombre.

      Hyacinth miró hacia dónde provenía la voz. Lo último que quería era ser descubierta en su actual situación. Se puso de pie y corrió a esconderse detrás de un arbusto cercano. El caballero que había gritado, o que ella suponía que era el mismo, se acercó un poco más y echó un vistazo. Al parecer aceptó que no había nadie alrededor. Hyacinth respiró hondo y tomó el mismo camino por el que había venido. Iba caminando con lentitud, pero comenzó a entrar en pánico cuando escuchó la voz de otro caballero." Deben ser voces que provienen del baile", dijo él.

      "¿Estás seguro, Marius?", preguntó su compañero. Ambos hablaban con un acento que Hyacinth no pudo reconocer. ¿Podrían ser ambos de Vasinova? Tal vez uno de ellos era el príncipe. La emoción la embargó. Sin embargo, no podía revelarse ante ellos ahora. ¿Cómo se vería eso? El príncipe nunca la consideraría una esposa potencial si la vieran retozando entre los arbustos.

      "Tan seguro como puedo estar, Su Alteza", respondió Marius.

      ¡Era el príncipe! Apenas podía ocultar su alegría. Si tan sólo se atreviera a echar un vistazo. Por lo menos tenía alguna proximidad con él. Escuchar a escondidas su conversación podría resultarle útil.

      "Muy bien", dijo el príncipe. "Pero para estar seguros, tal vez deberíamos continuar nuestra conversación en un lugar más privado".

      "Tienes razón", Marius estuvo de acuerdo. "Esta visita a Inglaterra es demasiado importante. Deberíamos mezclarnos un poco más con su alta sociedad. Ayudará a ocultar nuestro verdadero propósito".

      ¿Qué quiso decir con eso? Hyacinth no podía entender cuál era su verdadera intención, y no estaba segura de que le importara. Lo que realmente importaba era hacer realidad su deseo. Sería una princesa.

      Los hombres se alejaron y volvieron al salón de baile. Una vez que estuvo segura de que habían vuelto a entrar, salió de los arbustos. Su vestido y su cabello seguro lucían horribles. Tendría que entrar a hurtadillas en el salón de damas y arreglarse un poco.

      Caminó hacia las escaleras y tropezó con duro el pecho de un hombre. Hyacinth trastabilló, pero él la agarró antes de que pudiera caer al suelo, otra vez.

      "Lady Hyacinth", dijo el caballero con una pizca de desagrado en su tono. "¿Qué estás tramando ahora?".

      Ella suspiró. Por supuesto que él sería el que la atrapara. No hubiera tropezado, si él no se hubiese interpuesto en su camino. Ella realmente odiaba a Rhys Rossington, el Conde de Carrick. Él era la pesadilla de su vida...

      CAPÍTULO TRES

      Rhys había estado siguiendo al príncipe y a su secretario a una distancia discreta. No habían dicho lo suficiente para que él se enterara de su plan, pero descubrió que sí tenían uno. Esta visita de estado había sido programada inesperadamente y considerada sospechosa por el Ministerio del Interior. Rhys todavía era considerado inexperto, pero su estatus social le daba más alcance que muchos miembros del Ministerio del Interior. Había ganado la asignación por defecto.

      Le estaba yendo bien... hasta que Lady Hyacinth Barrington decidió dejar el salón de baile para hacer su propio recorrido privado por los jardines. Él había estado secretamente furioso con ella durante los últimos minutos. Al menos ella tuvo el buen sentido de esconderse en los arbustos y no arrojarse sobre el príncipe. Eso no habría sido bueno para ella, ni para Rhys. Él se preguntaba qué le había hecho pensar que ir sola al jardín era una buena idea. Hyacinth apretó los labios y lo miró con asombro. "Podría preguntarte lo mismo", respondió. "¿Por qué te escondes en las sombras?". "Es perfectamente aceptable que un caballero esté solo en el jardín. Sin embargo, una dama, no debería estar sola".

      De alguna manera, no pensó que sus palabras serían bien recibidas por Lady Hyacinth. Ella siempre había sido un poco... testaruda. Rhys sabía que no sería fácil lidiar con ella. "Eres de lo peor...", dijo ella y le dio un pisotón. "No necesito ningún sermón y menos si viene de ti”.

      "Necesitas algo". Lo que necesitaba eran unos buenos azotes. Aunque quizás ella podría disfrutarlos. Algo le decía que ella tenía gustos excéntricos, y eso le atraía más de lo que quería admitir. "Pero no me quedaré aquí discutiendo contigo. Es hora de que entres y te comportes como una dama". Lady Hyacinth puso sus manos en forma de puños. ¿Planeaba pegarle? Eso sería interesante. Aún así, no era el momento de poner a prueba su paciencia. La suya ya estaba agotándose. A Rhys no debería parecerle divertido, pero no pudo evitarlo. Un lado retorcido de él siempre había disfrutado de su ferocidad. "Me parece interesante que hayas evadido mi pregunta".

      "No entiendo lo que quieres decirme". Él esperaba que ella dejara de indagar. "Simplemente me he preocupado por ti".

      "No, no lo hiciste”, dijo ella alzando el rostro de manera altiva. "Todo lo que has hecho es reprenderme por atreverme a estar afuera sola. Es ridículo que, por ser mujer, no pueda hacer lo que me plazca".

      "Tu opinión en este asunto no importa". Él se acercó a ella. "Lo que sí es cierto es que eres una mujer, y la sociedad espera de ti algo muy distinto de lo que espera de un caballero. Si lo aceptas como lo haría cualquier otra dama de su posición, y serás mucho más feliz".

      Él mismo sabía que estas nociones no se aplicaban del todo en la sociedad. Su tía Alys le cortaría cabeza si lo escuchara ahora, y su madre la ayudaría. Ni siquiera quería pensar en lo que su hermana, Charlotte, o su prima, Elizabeth, podrían hacer. Había demasiadas mujeres de carácter fuerte en su familia. No le debía a Lady Hyacinth las mismas consideraciones que a su familia. Si ella insistía en exponerse, era su deber mostrarle el error de sus costumbres.

      Ella puso los ojos en blanco. Aunque había poca luz, él pudo ver con claridad su gesto. "No sabes nada de lo que realmente significa la felicidad para mí. Guárdate el sermón condescendiente, no sabes nada sobre mí. Entra y busca una joven insípida que comparta tus creencias. Ella podría considerar que cada palabra tuya merece ser escuchada. Pierdes tu tiempo conmigo".

      "Por favor", dijo él. "No seas tonta. Puede que te creas muy lista, pero creo que es hora de que seas honesta contigo misma”, dijo acercándose aún más a ella. "Eres buena dando discursos y luciendo disfraces espectaculares, pero no tienes ni siquiera una idea de la realidad". Ella resopló como si estuviera ofendida por su declaración. Sus mejillas se ruborizaron en un bonito tono rojo, ligeramente visible a la luz de la luna. Puede que no se hubiera diera cuenta si estuviera más lejos de ella...

      El calor de ella se mezcló con el de él, y él casi se atrevió a besarla; se contuvo por pura voluntad.

      Continuó, porque ella tenía que oír todo lo que él tenía que decir: "Eres una princesa mimada que rara vez baja de su pedestal para mezclarse con los plebeyos. La felicidad es tan trivial como tu vestido de seda y encaje. Incluso tu delicado collar de perlas y tus orejeras no son más que ínfulas", dijo él golpeando ligeramente el pendiente de perlas y diamantes que colgaba de su oreja izquierda. "Tú, dulzura, eres tan superficial como todas esas jóvenes señoritas que consideras

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