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Presidente. Los humoristas políticos dibujaban a Clement Dixon como el profesor distraído, un cruce entre Mark Twain y Albert Einstein, con los zapatos desatados y sin el humor casero o la inteligencia penetrante.

      Vaya, seguramente se divertirían con esa nariz de Hayes.

      Un hombre alto con un uniforme verde de gala estaba de pie en la cabecera de la mesa, un general de cuatro estrellas llamado Richard Stark. Era delgado y muy en forma, como el maratonista que seguramente era y su rostro parecía estar cincelado en piedra. Tenía los ojos de un cazador, como un león o un halcón. Hablaba con absoluta confianza: en sus impresiones, en la información que le daban sus subordinados, en la capacidad del ejército de los Estados Unidos para afrontar cualquier problema, sin importar cuán espinoso o complicado fuera. Stark era prácticamente una caricatura de sí mismo. Parecía como si nunca hubiera experimentado un momento de incertidumbre en su vida. ¿Cómo era el viejo dicho?

      A menudo incorrecto, pero nunca en duda.

      –Explíquelo de nuevo —dijo el Presidente Dixon.

      Casi podía escuchar los gemidos silenciosos alrededor de la habitación. Dixon odiaba tener que volver a escucharlo. Odiaba la información tal como la entendió y odiaba que otro intento debiera hacer que la entendiera por completo. Él no quería entenderla.

      Stark asintió con la cabeza. —Sí, señor.

      Señaló con un largo puntero de madera el mapa de la pantalla grande. El mapa mostraba el distrito de North Slope de Alaska, un vasto territorio en el extremo norte del estado, dentro del Círculo Polar Ártico, lindando con el Océano Ártico.

      Había un punto rojo en el océano, justo al norte del final de la tierra. Ese territorio estaba marcado como ANWR1, que Dixon bien sabía que representaba el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico: era una de las personas que había luchado durante décadas para proteger esa región sensible de la exploración y perforación petrolera.

      Stark habló:

      –La plataforma de perforación Martin Frobisher, propiedad de Innovate Natural Resources, se encuentra aquí, en el océano, a seis kilómetros al norte del Refugio de Vida Silvestre del Ártico. No disponemos del censo exacto en el momento del ataque, pero se estima que noventa hombres viven y trabajan habitualmente en esa plataforma y una pequeña isla artificial que los rodea. La plataforma funciona las veinticuatro horas del día, trescientos sesenta y cinco días al año, en medio del clima más severo.

      Stark hizo una pausa y miró a Dixon.

      Dixon hizo un movimiento con la mano como una rueda girando.

      –Entendido. Por favor, continúe.

      Stark asintió con la cabeza. —Hace poco más de treinta minutos, un grupo de hombres fuertemente armados y no identificados han atacado la plataforma y el campamento. Llegaron en barco, en una embarcación que apareció como un contratista de personal que traía trabajadores a la isla. Un número desconocido de trabajadores han sido asesinados o tomados como rehenes. Los informes preliminares, obtenidos por las grabaciones de audio y vídeo, sugieren que los invasores son extranjeros, pero aún se desconoce el origen.

      –¿Qué sugiere esto? —preguntó Dixon.

      Stark se encogió de hombros. —No parece que hablen inglés. Aunque no disponemos todavía de sonido claro, sin embargo, nuestros expertos lingüistas creen que hablan una lengua de Europa del Este, probablemente eslava.

      Dixon suspiró. —¿Ruso?

      El día que asumió este ingrato trabajo, de hecho, momentos después de prestar el Juramento de Cargo, había retirado unilateralmente a las fuerzas estadounidenses de una confrontación con los rusos. Los rusos le habían hecho un favor y respondió en consecuencia. Dixon había sido objeto de críticas despiadadas y mordaces por parte de las facciones belicistas de la sociedad estadounidense. Si los rusos se volvieran y atacaran ahora…

      Stark sacudió la cabeza lo más mínimo. —No estamos seguros todavía, pero creemos que no.

      –Eso lo reduce —dijo Thomas Hayes.

      –¿Tenemos alguna idea de lo que quieren? —dijo Dixon.

      Ahora Stark sacudió la cabeza por completo. —No han contactado con nosotros y se niegan a responder a nuestros intentos de contacto. Hemos volado sobre el complejo con helicópteros de combate pero, a excepción de algunos incendios, el lugar actualmente parece desierto. Los terroristas y los prisioneros están dentro de la plataforma misma o dentro de los edificios del complejo, lejos de nuestras miradas indiscretas.

      Se detuvo un momento.

      –Me imagino que quiere entrar por la fuerza y recuperar la plataforma —dijo Dixon.

      Stark sacudió la cabeza otra vez. —Desafortunadamente, no. Si bien estamos cien por cien seguros de que podemos recuperar las instalaciones por la fuerza, hacerlo pondría en riesgo la vida de cualquier hombre que se encuentre prisionero. Además, la instalación es de naturaleza sensible y, si llevamos a cabo un contraataque a gran escala, corremos el riesgo de llamar la atención sobre ella.

      Algunas personas en la sala comenzaron a murmurar entre ellas.

      –Orden, —dijo Stark, sin levantar la voz. —Orden, por favor.

      –Está bien —dijo Dixon—, lo preguntaré. ¿Qué tiene de sensible?

      Stark miró a un hombre con gafas, sentado hacia la mitad de la mesa. El hombre probablemente tenía treinta y muchos, pero tenía un sobrepeso que lo hacía parecer casi un niño angelical. La cara del hombre era grave. Diablos, estaba en una reunión con el Presidente de los Estados Unidos.

      –Señor Presidente, soy el Dr. Fagen, del Departamento de Interior.

      –Está bien, Dr. Fagen —dijo Dixon—, cuéntemelo.

      –Señor Presidente, la plataforma Frobisher, aunque es propiedad de Innovate Natural Resources, es una inversión conjunta entre Innovate, ExxonMobil, ConocoPhillips y la Oficina de Administración de Tierras de los Estados Unidos. Les hemos extendido una licencia para hacer lo que se conoce como perforación horizontal.

      En la pantalla, la imagen cambió. Mostraba un dibujo animado de una plataforma petrolera. Mientras Dixon observaba, un taladro se extendía hacia abajo desde la plataforma, debajo de la superficie del océano y hacia el fondo del mar. Una vez bajo tierra, el taladro cambió de dirección, giró noventa grados y ahora se movía horizontalmente debajo del lecho de roca. Después de un tiempo, se encontró con un charco negro debajo del suelo y el petróleo del charco comenzó a fluir lateralmente desde el cabezal de perforación hacia la tubería que lo seguía.

      –En lugar de perforar verticalmente, que es como se realizaban la gran mayoría de las perforaciones en el siglo XX, ahora estamos dominando la ciencia de la perforación horizontal. Lo que esto significa es que una plataforma petrolera puede estar a muchos kilómetros de un depósito de petróleo, tal vez un depósito en una ubicación ambientalmente sensible…

      Dixon levantó una mano. La mano en alto significaba PARAR.

      El Dr. Fagen sabía lo que significaba la mano sin tener que preguntar. Al instante, dejó de hablar.

      –Dr. Fagen, ¿me está diciendo que la plataforma Martin Frobisher, en el mar a seis kilómetros al norte del Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico, realmente está perforando dentro del Refugio de Vida Silvestre?

      Fagen miraba la mesa de conferencias. Su lenguaje corporal le dijo a Clement Dixon todo lo que necesitaba saber.

      –Señor, con las tecnologías más modernas, las plataformas petroleras pueden explotar importantes depósitos subterráneos, sin poner en peligro la flora o la fauna sensibles, respecto a lo cual sé que ya expresó su preocupación…

      Dixon puso los ojos en blanco y levantó las manos en el aire.

      –Oh,

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ANWR. Siglas de Arctic National Wildlife Refuge. En español: Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico. (Nota de la Traductora)