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del zapato, pero sus huellas eran sólo un contorno vago, una impresión de un talón en su mayor parte.

      Zoe volvió sobre sus propios pasos, comprobando a medida que avanzaba. Sólo había dos lugares donde podía distinguir los pasos del asesino: cerca de la puerta, donde había esperado, y aquí, en el momento de la muerte. En ambos casos, todas las marcas de identificación, incluyendo el largo y el ancho del zapato, habían sido borradas.

      En otras palabras, él había limpiado sus huellas.

      –¿No quedaba ninguna evidencia física aparte del cuerpo? ―le preguntó Zoe al guardia, que aún no se había movido de su posición junto a la puerta.

      Tenía los pulgares enganchados en las trabillas del cinturón, los ojos entrecerrados mirando en ambas direcciones del camino.

      –No, señora ―dijo.

      –¿No hay folículos capilares? ¿Huellas de neumáticos?

      –Nada que podamos adjudicar al agresor. Parece que borró todas las huellas de neumáticos del estacionamiento, no sólo las suyas.

      Zoe se mordió el labio inferior mientras pensaba. Él podría estar eligiendo sus víctimas al azar, pero estaba lejos de ser solo un loco. Shelley lo había dicho, él tenía el control. Más que eso, era paciente y meticuloso. Incluso los asesinos que planificaban sus ataques no solían ser tan buenos.

      El tono de llamada de Zoe retumbó en la tranquilidad del camino vacío, haciendo que el guardia se sobresaltara.

      –Agente Especial Prime ―respondió ella automáticamente, sin siquiera mirar en la pantalla quien la llamaba.

      –Z, tengo una pista. Un exesposo maltratador ―dijo Shelley. Ella no se andaba con rodeos. Su tono era apresurado, excitado. Era la emoción de la primera pista. ―Parece que el divorcio estaba a punto de terminar. ¿Quieres venir a recogerme y vamos a investigar eso?

      –No hay mucho que ver aquí ―respondió Zoe. No tenía sentido que ambas investigaran la escena, si había otras pistas que seguir. Además, tenía la sensación de que Shelley no quería ver el lugar donde una mujer había perdido la vida. Todavía estaba un poco verde en muchos sentidos. ―Te pasaré a buscar en veinte minutos.

***

      ―¿Dónde estuvo anoche? ―presionó Shelley, inclinándose para que el tipo sintiera que era su pequeño secreto.

      –Estaba en un bar ―gruñó él―. Se llama Lucky's, está en el lado este de la ciudad.

      Zoe apenas estaba escuchando. Ella sabía desde el momento en que entraron que este no era su asesino. Quizás al exmarido le gustaba que su autoridad tuviera peso cuando se casaron, pero ese era exactamente el problema: su peso. Era al menos 45 kilos más pesado de lo que debería ser para dejar esas huellas, y además era demasiado bajo. Tenía la altura necesaria para someter a su esposa, una mujer más pequeña que sin duda había sufrido a causa de sus puños muchas veces. Podía adivinar que él medía aproximadamente un metro sesenta y ocho o setenta. Y no era lo suficiente para levantarla así.

      –¿Alguien puede verificar que usted estuvo allí? ―preguntó Shelley.

      Zoe quería detenerla, evitar más pérdidas de tiempo. Pero no dijo nada. No quería tratar de explicar algo que era tan obvio para ella como que el cielo era azul.

      –Estaba inconsciente ―dijo, lanzando su mano al aire en un gesto de frustración―. Revisa las cámaras. Pregúntale al barman. Me echó de allí mucho después de la medianoche.

      –¿El barman tiene un nombre? ―preguntó Zoe, sacando una libreta para tomar nota. Al menos sería algo que podrían verificar fácilmente. Anotó lo que él le dijo.

      –¿Cuándo fue la última vez que vio a su exmujer? ―preguntó Shelley.

      Él se encogió de hombros, sus ojos se movieron de lado a lado mientras pensaba.

      –No lo sé. La perra siempre se interponía en mi camino ―dijo―. Supongo que hace unos meses. Se estaba poniendo muy nerviosa por la pensión alimenticia. No le hice algunos pagos.

      Shelley estaba visiblemente enfadada por la forma en la que hablaba. Había algunas emociones que a Zoe le resultaban difíciles de leer, cosas esquivas que no sabía nombrar o que venían de fuentes con las que no se podía identificar. Pero la ira era fácil. La ira podría ser una luz roja intermitente, y eso era lo que estaba demostrando la expresión de Shelley en ese momento.

      –¿Considera que todas las mujeres son una molestia, o sólo las que se divorcian de usted después de un maltrato violento?

      Los ojos del hombre prácticamente se le salieron de la cabeza.

      –Oye, mira, no puedes…

      –Usted tiene antecedentes de maltrato contra Linda, ¿no? ―Shelley lo interrumpió antes de que pudiera terminar―. Vimos en su historial que ha sido arrestado por varias quejas de violencia doméstica. Parece que tenía el hábito de golpearla hasta dejarla con moretones.

      –Yo… ―dijo el hombre sacudiendo la cabeza, como si tratara de despejarla―. Nunca la lastimé de esa manera. Nunca fue tanto. No la mataría.

      –¿Por qué no? Seguramente quería librarse de esos pagos de pensión alimenticia ―presionó Shelley.

      Zoe se puso tensa, sus manos se cerraron en puños. Si pasaba más tiempo ella iba a tener que intervenir. Shelley se dejaba llevar, su voz subía de tono y volumen al mismo tiempo.

      –No los he estado pagando de todas formas ―señaló. Sus brazos estaban cruzados a la defensiva sobre su pecho.

      –Así que, tal vez sólo perdió el control una última vez, ¿es eso? ¿Quería hacerle daño, y fue más lejos que nunca?

      –¡Detente! ―gritó él perdiendo la compostura. Puso sus manos sobre su cara inesperadamente, y las dejó caer para revelar la lágrimas que habían escapado de sus ojos hacia sus mejillas. ―Dejé de pagar la pensión alimenticia para que viniera a verme. La extrañaba, ¿de acuerdo? La perra tenía un poder sobre mí. Salgo y me emborracho todas las noches porque estoy solo. ¿Es eso lo que quieren oír? ¿Es eso?

      Ya habían terminado aquí, eso estaba claro. Aun así, Shelley le agradeció al hombre con fuerza y le entregó una tarjeta, pidiéndole que las llamara si se le ocurría algo más. Zoe pensó en las cosas que podría haber resuelto antes si eso funcionara. La mayoría de la gente nunca llamaba a Zoe.

      En esta ocasión, también dudaba mucho que Shelley recibiera una llamada.

      Shelley respiró hondo mientras se alejaban.

      –Un camino sin salida. Yo me creo su historia. ¿Qué crees que deberíamos hacer ahora?

      –Me gustaría ver el cuerpo ―respondió Zoe―. Si hay más pistas que encontrar, están en la víctima.

      CAPÍTULO CINCO

      La oficina del forense era un tosco edificio al lado de la comisaría, junto con casi todo lo demás en esta pequeña ciudad. Sólo había una carretera que pasaba por aquí, las tiendas y una pequeña escuela primaria y todo lo que un pueblo necesitaba para sobrevivir estaba situado a la izquierda o a la derecha.

      Esto incomodaba a Zoe. Se parecía demasiado a su ciudad natal.

      El forense las esperaba abajo, la víctima ya estaba tendida sobre la mesa proporcionando una imagen espeluznante. El hombre, un anciano a pocos años de jubilarse con un ligero sobrepeso, comenzó una larga y sinuosa explicación de sus hallazgos, pero Zoe no lo escuchaba.

      Podía ver las cosas que él les decía expuestas ante ella. La herida del cuello le dijo el calibre exacto del alambre que buscaban. La mujer pesaba un poco más de 77 kilos a pesar de su pequeña estatura, aunque una buena cantidad de eso había salido a borbotones junto con casi tres litros de su sangre.

      El ángulo de la incisión y la fuerza aplicada sobre ella le decían dos cosas. Primero, que el asesino medía entre un metro ochenta y un metro ochenta y cinco de altura. Segundo, que el asesino no dependía de la fuerza para cometer

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