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      El hombre estaba señalando el objeto infernal, pensó Zamagni.

      Se trataba del artilugio que se encontraba en el interior de la casa de Daniele Santopietro con el cual el criminal, aparentemente, extraía los fluidos corporales a sus víctimas.

      –Por desgracia no conseguiréis llevarlo con vosotros –comentó el vigilante –pero podréis volver aquí todas las veces que creáis necesario para volver a ver esta cosa.

      –Perfecto –dijo Zamagni.

      –En cambio podéis quedaros el libro, pero deberéis firmar en el registro para tomarlo prestado –añadió –por si alguien viniese por casualidad a buscarlo. Debemos saber que lo tenéis vosotros.

      Zamagni y Finocchi asintieron, luego siguieron al hombre hasta la entrada del depósito.

      –Una firma aquí.

      El vigilante estaba indicando al inspector el registro dedicado al retiro de los objetos.

      Zamagni firmó, a continuación los dos policías se despidieron y le dieron las gracias al vigilante, saliendo del depósito.

      Hacer todo el trayecto hasta la comisaría con el libro rojo en el asiento de atrás del coche tuvo sobre el inspector otro efecto de deja vu, recordándole una vez más aquel día del 2002: en esa ocasión se llevó el libro rojo incluso a casa, a la espera de entregarlo en la comisaría.

      Zamagni y Finocchi intercambiaron pocas palabras durante la vuelta y, una vez llegados, pusieron al corriente al capitán, que, finalmente, sólo dijo Buen trabajo.

      En ese momento el inspector y Marco Finocchi se tomaron una pausa para intentar comprender mejor en qué manera habría podido serles útil para su investigación aquel libro.

      Los dos policías se fueron al escritorio del inspector y este último comenzó a hojear el libro, sin encontrar nada de interesante.

      Lo que Zamagni nunca había comprendido era cómo aquel libro pudiese brillar con luz propia.

      Al principio, cuando encontró aquel libro en la bodega del bar de Mauro Romani, había pensado que el efecto luminoso pudiese derivar de la fluorescencia de la cubierta pero no era así.

      –Este libro producía una luz cegadora –dijo Zamagni al agente Finocchi –pero ahora ya no es así y no entiendo el motivo.

      Marco Finocchi asintió, luego se dio cuenta de la presencia de la pequeña nota adhesiva en el interior de la cubierta, justo después de la última página, y se lo hizo observar al inspector. Era una nota de la policía científica, probablemente de quien había examinado aquel libro para buscar información que hubiese podido ser útil para la investigación que, hacía más de diez años, habían llevado al descubrimiento del desaparecido Daniele Santopietro.

      La nota decía:

      ATENCIÓN: MECANISMO ELECTRÓNICO EN EL FONDO DE LA CUBIERTA. PULSAR EL BOTÓN HACIA ATRÁS.

      ¿Qué significaba aquella frase?

      Ni Zamagni ni el agente Finocchi habrían podido saberlo sin probarlo, así que, conscientes de que no podía ser nada peligroso, tratándose de una nota de un compañero, el inspector siguió las instrucciones.

      Al principio no conseguía entender qué habría tenido que pulsar porque, aparentemente, en la cubierta a la que se refería la nota no había nada, luego, en cambio, se percató de una ligera depresión en un lateral.

      Primero lo tocó, para confirmar la impresión que había tenido poco antes, luego hizo una pequeña presión en aquel punto exacto... y el libro rojo se iluminó con un resplandor tal que tanto él como el agente Finocchi debieron cerrar los ojos. Unos segundos después, Zamagni presionó de nuevo sobre el mismo punto y el resplandor se desvaneció.

      A continuación, Zamagni apoyó el libro en el escritorio y miró al agente Finocchi.

      Los dos quedaron unos segundos sin decir nada, luego el agente rompió el silencio.

      –¿Es una especie de efecto especial? –preguntó.

      –Parece algo de eso –respondió Zamagni.

      –Esto me hace pensar que cualquiera que tenga en sus manos el libro cuando quiere puede encender y apagar la cubierta.

      –Eso parecería –asintió el inspector.

      –¿Y si esto quería dar la impresión de algo sobrenatural? ¿De inexplicable? –se atrevió a decir Marco Finocchi.

      –No lo sé –respondió el inspector después de un momento –realmente, mientras perseguíamos a Santopietro tuvimos que enfrentarnos con algunas cosas aparentemente inexplicables.

      El agente se quedó en silencio, como si esperase que Zamagni tuviese la intención de seguir hablando.

      –Me vienen a la mente las frases en las paredes que primero estaban y luego desaparecían –volvió a hablar el inspector –o aquella frase en el cielo cuando explotó mi coche.

      –¿Podría existir una explicación racional a estas cosas? –preguntó Marco Finocchi.

      –Por ahora no sabría responderte –dijo Zamagni –Es verdad que me gustaría que existiese aunque ahora no sé dónde ir para encontrarla.

      –Si hubiese una explicación científica, no científica o de cualquier otro tipo, ¿querría decir que alguien tenía intención de volver loco a alguien?

      –Efectivamente no podemos excluirlo, considerando lo que ahora sabemos con respecto a este libro –concluyó Zamagni mirando fijamente de nuevo la cubierta roja.

      –¿Vamos a contar esto al capitán? –propuso el agente.

      El inspector asintió, así que los dos policías se fueron hacia el escritorio de Giorgio Luzzi.

      –Vuestra teoría podría ser interesante y no exenta de fundamento –comentó el capitán después de haber escuchado lo que le habían dicho Zamagni y el agente Finocchi.

      –¿Por qué nunca nos ha llegado una comunicación con respecto a este libro rojo y a aquel artilugio... infernal... que está guardado en el depósito? –quiso saber el inspector.

      –Por un motivo muy simple –respondió Luzzi. –Cuando los hombres de la policía científica terminaron el trabajo Daniele Santopietro ya estaba muerto. Yo mismo pensé que esos resultados no tendrían ya importancia en vuestro trabajo. Como parecía lógico pensar, aparentemente no serviría a nadie saber cómo funcionaba aquella cubierta o aquel.... ¿cómo lo has llamado?... Ah, si.... artilugio infernal.

      Zamagni y Finocchi asintieron.

      –Ahora, sin embargo, la pregunta que viene a continuación es otra –prosiguió el capitán –Es decir: saber lo que ahora sabemos, ¿cómo puede ayudarnos en la investigación? Conociendo estas cosas, ¿conseguiremos llegar hasta la Voz?

      El inspector y el agente Finocchi se intercambiaron una mirada interrogativa, luego miraron de nuevo a Giorgio Luzzi.

      –No sabría responderle –dijo el inspector después de unos segundos de silencio.

      –Ni tampoco yo, al menos por el momento –respondió el capitán –En este momento no nos queda otra cosa que volver al edificio en el que vivía Santopietro y esperar recuperar alguna información.

      –Esperemos que nos puedan resultar también útiles –añadió el agente.

      –Ya –asintió Luzzi –ahora idos.

      Zamagni y Finocchi se despidieron del capitán y salieron de la oficina cerrando la puerta.

      El hombre abrió el sobre que había encontrado en la librería y sacó de él un folio de pequeñas dimensiones doblado por la mitad.

      Leyó las pocas palabras que había escritas en el papel.

      El mensaje era claro:

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