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de las cajas, parecía que hubieran colocado estas en el mismo centro de la habitación.

      Miró fijamente la imagen hasta que le empezaron a doler los ojos y todavía no estaba segura de qué es lo que estaba mirando. A sabiendas de que podía no resultar en nada, abrió la página de redactar un email para enviárselo a dos agentes que sabía actuarían rápida y eficazmente, dos agentes a quienes, pensó distraída, Ellington y ella tenían que invitar a su boda: los agentes Yardley y Harrison.

      Adjuntó los archivos que había recibido al email y escribió un mensaje rápido: ¿podría alguno de vosotros investigar los archivos de estos casos y ver si hubo alguien que acabara tomando un inventario de lo que había dentro de las unidades de almacenamiento? A lo mejor podéis hablar con los propietarios de las instalaciones de almacenamiento.

      Sabiendo que quedaba muy poco por hacer, Mackenzie se permitió finalmente irse a la cama. Como estaba tan cansada y el día se le vino encima como una bola de nieve, se había quedado dormida en menos de dos minutos después de recostar su cabeza en la almohada.

      Incluso cuando resurgió la tenebrosa visión de la muñeca del almacén de Elizabeth Newcomb dentro de su mente, se las arregló para ignorarla, por su mayor parte, y meterse en un sueño profundo.

      CAPÍTULO DIEZ

      A Mackenzie no le sorprendió lo más mínimo despertarse a las 6:30 para encontrarse con que el agente Harrison ya le había contestado. Era prácticamente un gurú de la investigación y había aprendido deprisa a navegar entre archivos, carpetas, y copiosas cantidades de datos. Su email contenía dos archivos adjuntos y un mensaje directo, típico de él.

      Los dos documentos que adjunto son de los inventarios que realizó el FBI. Estos son todo lo que tenemos porque las familias de las otras víctimas rechazaron las solicitudes del bureau de examinar las posesiones almacenadas. El quinto falta porque el propietario de la instalación subastó los contenidos a los tres días de su muerte. Parece algo cruel que hacer, pero la víctima no tenía ningún familiar que viniera a recorrer sus posesiones.

      Espero que esto sirva de ayuda. Dime si necesitas algo más específico.

      Mackenzie abrió los archivos adjuntos y se encontró con una lista muy simplificada preparada en un sencillo documento de Word. El primero tenía siete páginas. El segundo tenía treinta y seis páginas. El documento más largo era un inventario de una consigna que pertenecía a Jade Barker. El nombre hizo clic al instante en la mente de Mackenzie, sacó las imágenes de las escenas del crimen de los documentos originales y vio que el más caótico había sido el de Jade Barker, el mismo con el posible plato y jarra colocados directamente en el centro de la imagen.

      Mackenzie hizo una búsqueda rápida a través de todo el documento y encontró los dos artículos listados en la página dos.

      Jarra de juguete.

      Plato de juguete de plástico.

      Detrás suyo, Ellington se estaba vistiendo. Mientras se abrochaba la camisa, se acercó a ella y miró la pantalla. “Diablos”, dijo. “Hacen lo que haga falta por ti, ¿no es cierto?”.

      “Sí que lo hacen”, dijo ella, señalando los dos artículos. Entonces pensó algo durante un instante antes de preguntar: “¿Dónde exactamente está Salem, Oregón?”.

      “Al norte del estado. No estoy seguro de dónde”. Se detuvo, le miró con fingida irritación, y suspiró. “¿Estás pensando en irte a pasar el día?”.

      “Creo que puede que merezca la pena. Me gustaría echarles un vistazo a las escenas y quizá hablar con algunos familiares de las víctimas”.

      “Ya tenemos a familiares con los que hablar aquí”, señaló Ellington. “Empezando por los padres de Elizabeth Newcomb. Y francamente, me gustaría tener una charla con los policías que fueron originalmente a esa unidad de almacenamiento para obtener un informe detallado”.

      “Suena como que tienes la mañana planeada, entonces”.

      “Mac… Salem está como a unas cuatro horas, creo. No tiene sentido separarnos solo para que tú te puedas pasar todo el día en la carretera para, con suerte, hacerte una idea confusa de lo que pasó allí hace ocho años”.

      Mackenzie abrió una pestaña en su portátil y tecleó Seattle y Salem, OR. Sin volver la vista hacia él, le dijo: “Está a tres horas y media… digamos que tres conmigo al volante. Si todo va bien, estaré de vuelta para cenar”.

      “Si todo va bien”, repitió Ellington.

      Ella sonrió y se puso de pie. “Yo también te quiero”.

      Tras decir eso, le besó y deseó haberse ido a dormir un poquito antes la noche anterior.

      ***

      “Harrison, necesito que encuentres algo más de información para mí”.

      Había algo en conducir y hablar por teléfono que realmente excitaba a Mackenzie. Sin duda, sabía que no estaba bien visto pero en su línea de trabajo, lo consideraba como la modalidad definitiva de hacer de todoterreno.

      “Y buenos días a ti también”, dijo el agente Harrison desde el otro lado de la línea. “¿Entiendo que recibiste mi email?”.

      “Así es. Y me fue de gran ayuda. Aunque me preguntaba si podías hacer algunas averiguaciones más para mí”.

      Ya sabía que él estaría de acuerdo. En el pasado, se había tenido que preocupar de lo que podía pensar McGrath, pero ahora que Mackenzie tenía un nuevo puesto directamente bajo las órdenes de McGrath, sabía que Harrison empujaría su solicitud hasta la primera posición de su lista.

      “¿Qué necesitas?”.

      “Ahora mismo voy de camino hacia Salem, Oregón, para echarles un vistazo a las escenas de allá y entrevistar a quien pueda al respecto. Me gustaría que vieras si puedes averiguar la información de contacto de cualquier familiar o amigo íntimo de las víctimas que viva en la zona”.

      “Claro, puedo ponerme a ello. ¿Cuántas horas de viaje estás anticipando?”.

      “Como tres horas más”.

      “Tendrás todo lo que necesitas antes de que llegues allí”.

      “Gracias, Harrison”.

      “Entonces, ¿es este caso alguna cosa rara de pre-luna de miel para vosotros dos?”, le preguntó.

      “Ni de lejos. Supongo que se podría decir que es algo así como el juego preliminar”, bromeó ella.

      “Bueno, eso es demasiada información. Deja que vuelva al trabajo para ti. Feliz viaje, agente White”.

      Concluyeron la llamada, dejando a Mackenzie con la mirada fija en la Interestatal 5 sin más compañía que sus pensamientos. Seguía pensando en la imagen de la unidad de almacenamiento de Jade Barker, muerta desde hacía unos ocho años. Si el plato y la jarra que ella había encontrado en la imagen eran los dos mismos objetos que el FBI había añadido a su inventario, ¿qué significaban? Claro, había una débil conexión con algunos hallazgos extraños en este nuevo caso de Seattle, pero ¿adónde llevaban? Incluso si salía de Salem con pruebas irrefutables de que el asesino estaba dejando cachivaches y juguetes relacionados con una fiesta para tomar el té (y sí, incluía a las muñecas en esa temática de la fiesta del té), ¿realmente conseguiría algo?

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