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aquí para honrar ese compromiso. Tu hija nacerá pronto y quiero ayudarte a superar esta situación en todo lo que pueda.

      Hubo una larga y silenciosa pausa entre ellos. La pausa se alargó más y más tiempo.

      Finalmente, Katie negó con la cabeza, sólo un poco, y habló en voz baja.

      —Nunca podría dejar que un hombre como tú fuera el padrino de mi hija. Wayne está muerto por culpa de hombres como tú. Mi niña nunca tendrá un padre por culpa de hombres como tú, ¿lo entiendes? Estoy aquí porque todavía tengo atención médica, así que mi bebé nacerá aquí. ¿Pero después de eso? Voy a correr lo más lejos posible del Ejército y de gente como tú, tanto como pueda. Wayne fue un estúpido por involucrarse en esto y yo fui una estúpida por aceptarlo. No tienes por qué preocuparte, Sargento Stone, no tienes ninguna responsabilidad conmigo. Tú no eres el padrino de mi bebé.

      Luke no pudo pensar en una sola cosa que decir. Miró su taza y vio que ya se había terminado su té. Puso la taza de té sobre la mesa. Ella la recogió y movió su cuerpo hacia la puerta de la pequeña casa. Abrió la puerta y la mantuvo abierta.

      —Que pases un buen día, Sargento Stone.

      Él la miró fijamente.

      Ella empezó a llorar. Su voz era más suave que nunca.

      —Por favor, sal de mi casa. Sal de mi vida.

      * * *

      La cena fue monótona y triste.

      Se sentaron frente a la mesa, sin hablar. Ella había hecho pollo relleno y espárragos y estaba bueno. Le había abierto una cerveza y la había vertido en un vaso, todo por complacerle.

      Estaban comiendo en silencio, casi como si las cosas fueran normales.

      Pero no podía mirarla.

      Había una pistola de color negro mate de nueve milímetros en la mesa, cerca de su mano derecha. Estaba cargada.

      —Luke, ¿estás bien?

      El asintió. —Sí, estoy bien —le dio un sorbo a su cerveza.

      —¿Por qué está tu arma sobre la mesa?

      Finalmente, él la miró. Era hermosa y, por supuesto, él la amaba. Estaba embarazada de su hijo y llevaba una blusa premamá con estampado de flores. Casi podría llorar por su belleza y por el poder de su amor por ella. Lo sintió intensamente, como una ola rompiendo contra las rocas.

      —Uh, está ahí por si la necesito, nena.

      —¿Por qué ibas a necesitarla? Sólo estamos cenando. Estamos en la base, a salvo, nadie puede…

      —¿Te molesta? —dijo.

      Ella se encogió de hombros. Deslizó un pequeño trozo de pollo dentro de su boca. Becca comía lenta y cuidadosamente. Comía en pequeños bocados y a menudo le llevaba mucho tiempo terminarse la cena. No se tomaba la comida como otras personas lo hacían, a Luke le encantaba eso de ella. Era una de sus diferencias. Procuraba ​​masticar bien su comida.

      La observó masticar a cámara lenta. Sus dientes eran grandes, tenía dientes de conejo. Era bonito, entrañable.

      —Sí, un poco —dijo ella. —Nunca has hecho eso antes. ¿Tienes miedo de que...?

      Luke sacudió la cabeza. —No le tengo miedo a nada. Tenemos un hijo en camino, ¿de acuerdo? Es importante que mantengamos a nuestro hijo a salvo, es nuestra responsabilidad. Es un mundo peligroso, Becca, por si no lo sabías.

      Luke asintió ante la verdad de lo que estaba diciendo. Cada vez más, comenzaba a percibir los peligros a su alrededor. Había cuchillos afilados para preparar la cena en el cajón de la cocina. Había cuchillos de corte y un gran cuchillo de carnicero en un bloque de madera en la encimera. Había unas tijeras en el armario detrás del espejo del baño.

      El coche tenía frenos y alguien podría cortar fácilmente los cables de los frenos. Si Luke sabía cómo hacerlo, mucha otra gente sabría. Y había mucha gente que quería ajustar cuentas con Luke Stone.

      Casi parecía como si...

      Becca estaba llorando. Apartó la silla de la mesa y se levantó. Su rostro se había vuelto carmesí en los últimos diez segundos.

      —¿Cariño? ¿Qué pasa?

      —Tú —dijo ella, las lágrimas corrían por su rostro. —Te pasa algo malo. Nunca habías vuelto a casa así antes. Apenas me has hablado, no me has tocado en absoluto, siento que soy invisible. Te quedas despierto toda la noche, parece que no has dormido nada desde que llegaste. Ahora tienes un arma encima de la mesa. Tengo un poco de miedo, Luke. Me temo que ha pasado algo muy, muy malo.

      Se puso de pie y ella dio un paso atrás. Sus ojos se ensancharon.

      Esa mirada. Era la mirada de una mujer que le tenía miedo a un hombre. Y él era ese hombre, eso le horrorizó. Era si se hubiera despertado bruscamente. Nunca imaginó que ella lo miraría de esa manera. Él nunca habría querido que ella le mirara de esa manera, ni a él, ni a nadie, por ninguna razón.

      Echó un vistazo a la mesa. Había colocado un arma cargada allí durante la cena. Ahora, ¿por qué hacía eso? De repente, se avergonzaba de esa pistola. Era cuadrada, rechoncha y fea. Quería taparla con una servilleta, pero era demasiado tarde, ella ya la había visto.

      Él la miró de nuevo.

      Se quedó delante de él, sumisa, como una niña, con los hombros encorvados, la cara arrugada, las lágrimas corriendo por sus mejillas.

      —Te quiero —dijo ella. —Pero estoy muy preocupada en este momento.

      Luke asintió. Lo siguiente que dijo le sorprendió.

      —Creo que podría necesitar irme por un tiempo.

      CAPÍTULO CINCO

      14 de abril

      9:45 Hora del Este

      Centro de Atención Médica del Departamento de Asuntos de Veteranos (VA) de Fayetteville

      Fayetteville, Carolina del Norte

      —¿Por qué estás aquí, Stone?

      La voz sacudió a Luke de cualquier ensueño en el que pudiera estar perdido. A menudo vagaba solo a través de sus pensamientos y los recuerdos de estos días, y después no podía recordar en qué había estado pensando.

      Miró hacia arriba.

      Estaba sentado en una silla plegable entre un grupo de ocho hombres. La mayoría de los hombres estaban sentados en sillas plegables, dos iban en silla de ruedas. El grupo ocupaba un rincón de una sala abierta, grande pero triste. Las ventanas de la pared opuesta mostraban un día soleado de principios de primavera. De alguna manera, la luz del exterior no parecía entrar en la habitación.

      El grupo estaba colocado en un semicírculo, frente a un hombre barbudo de mediana edad, con una barriga grande. El hombre llevaba pantalones de pana y una camisa de franela roja. La barriga sobresalía hacia afuera, casi como si se hubiera escondido una pelota de playa debajo de la camisa, excepto que la parte frontal era plana, como si el aire se estuviera escapando. Luke sospechaba que, si le golpeaba en el estómago, estaría tan duro como una sartén de hierro. El hombre era alto y se inclinaba hacia atrás en su silla, con sus delgadas piernas en línea recta delante de él.

      —¿Disculpe? —dijo Luke.

      El hombre sonrió, pero no había humor en ello.

      —¿Por qué... estás... aquí...? —dijo de nuevo. Lo dijo lentamente esta vez, como si estuviera hablando con un niño pequeño o con un imbécil.

      Luke miró a los hombres a su alrededor. Era la terapia de grupo para los veteranos de guerra.

      Era una pregunta razonable, Luke no tendría

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