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está mal —dijo—. Te estás adaptando más rápido de lo que hubiera pensado. ¿Cómo te sientes?

      Catalina negó con la cabeza.

      —No lo sé.

      —Entonces tómate un tiempo para pensar —respondió bruscamente Siobhan con una pizca de enfado—. Yo quiero una alumna que piense acerca del mundo, en lugar de simplemente reaccionar ante el mismo. Creo que eres tú. ¿Quieres demostrar que me equivoco?

      Catalina negó de nuevo con la cabeza.

      —Estoy… el mundo parece diferente cuando lo miro.

      —Estás empezando a verlo tal y como es, con las corrientes de la vida —dijo Siobhan—. Te acostumbrarás a él. Intenta moverte.

      Catalina dio un paso indeciso, después otro.

      —Puedes hacerlo mejor que eso —dijo Siobhan—. ¡Corre!

      Estaba un poco demasiado cerca de los sueños de comodidad de Catalina, y ella se preguntaba hasta dónde de ellos había visto Siobhan. Había dicho que ella y Catalina no eran lo mismo, pero si estaban los suficientemente cerca para que la mujer quisiera enseñarle, entonces tal vez también estaban lo suficientemente cerca para que Siobhan viera en sus sueños.

      Ahora mismo no había tiempo para pensar en ello, pues Catalina estaba demasiado ocupada corriendo. Corría a toda velocidad entre los bosques, sus pies rozaban el musgo y el barro, las hojas caídas y las ramas rotas. Hasta que no vio los árboles azotados por ello, no se dio cuenta de lo rápido que se estaba moviendo.

      Catalina brincó y, de repente, estaba saltando sobre las ramas más bajas de uno de los árboles de su alrededor, con la misma facilidad que si hubiera saltado de un barco a un muelle. Catalina mantenía el equilibrio sobre la rama, parecía sentir cada soplo del viento que la movía antes de que pudiera sacudirla. Saltó de nuevo al suelo y, sin pensarlo, se fue hacia una pesada rama caída que no antes no podría haber esperado levantar. Catalina sintió la aspereza de la corteza contra sus manos al agarrarla, y la levantó sin sobresaltos, alzándola por encima de su cabeza como uno de los hombres fuertes de las ferias que venían a Ashton cada cierto tiempo. La lanzó, observando cómo la rama desaparecía entre los árboles hasta ir a parar al suelo con un estruendo.

      Catalina lo oyó y, por un instante, oyó todos los otros ruidos que había a su alrededor en el bosque. Oyó el crujido de las hojas unas cosas pequeñas se movían debajo de ellas, el piar de los pájaros en las ramas. Oyó el sonido de unos pies diminutos contra el suelo y supo el lugar donde iba a aparecer una liebre antes de que lo hiciera. El simple abanico de sonidos era demasiado al principio. Catalina tuvo que apretar las manos contra los oídos para no dejar entrar el goteo del agua de las hojas, el movimiento de los insectos por la corteza. Lo reprimía del modo en que había aprendido a hacerlo con su talento para oír pensamientos.

      Regresó al lugar donde estaba la fuente destrozada y allí estaba Siobhan, sonriendo con lo que parecía ser cierto orgullo.

      —¿Qué me está pasando? —preguntó Catalina.

      —Solo lo que pediste —dijo Siobhan—. Querías fuerza para vencer a tus enemigos.

      —Pero todo esto… —empezó Catalina. La verdad es que nunca había creído que le pudiera pasar tanto a ella.

      —La magia puede tomar muchas formas —dijo Siobhan—. No echarás una maldición sobre tus enemigos o adivinarás su futuro desde la distancia. No lanzarás rayos o convocarás a los espíritus de los muertos turbados. Estos son caminos para otros.

      Catalina levantó una ceja.

      —¿Algo de esto es posible?

      Vio que Siobhan encogía los hombros.

      —Ni importa. Ahora la fuerza de la fuente corre por tu interior. Serás más rápida y más fuerte, tus sentidos serán más agudos. Verás cosas que la mayoría de personas no pueden ver. Combinado con tus propios talentos, serás formidable. Te enseñaré a golpear en la batalla o desde las sombras. Te haré mortífera.

      Catalina siempre había deseado ser fuerte, pero aun así, todo esto la asustaba un poco. Siobhan ya le había dicho que habría un precio por todo esto, y cuanto más maravilloso parecía, mayor sospechaba que iba a ser el precio. Pensó de nuevo en lo que había soñado y esperaba que no fuera una advertencia.

      —Vi algo —dijo Catalina—. Lo soñé, pero no parecía un sueño.

      —¿Qué parecía? —preguntó Siobhan.

      Catalina estaba a punto de decir que no lo sabía, pero captó la expresión de Siobhan y se lo pensó mejor.

      —Parecía la verdad. Aunque espero que no. En mi sueño, Ashton estaba a medio ser arrasada. Estaba en llamas y estaban masacrando a la gente.

      Medio esperaba que Siobhan se riera de ella tan solo por mencionarlo, o tal vez lo esperaba. En cambio, Siobhan parecía meditabundo, asintiendo para sí misma.

      —Debería haberlo esperado —dijo la mujer—. Las cosas se mueven más rápido de lo que yo pensaba que lo harían, pero el tiempo es una cosa que ni tan solo yo puedo hacer nada al respecto. Bueno, no para siempre.

      —¿Sabes lo que está sucediendo? —preguntó Catalina.

      Aquello le valió una sonrisa que no pudo descifrar.

      —Digamos que estaba esperando acontecimientos —respondió Siobhan—. Hay cosas que yo había previsto y cosas que deben hacerse en poco tiempo.

      —Y no vas a contarme lo que está sucediendo, ¿verdad? —dijo Catalina. Intentaba que no se notara la frustración en su voz, centrándose en todo lo que había ganado. Ahora era más fuerte, y más rápida, así que ¿debería importar que no lo supiera todo? Sin embargo, así era.

      —Ya estás aprendiendo —respondió Siobhan—. Sabía que no me equivocaba al escogerte como aprendiz.

      ¿Al escogerla? Había sido Catalina la que había buscado la fuente, no una vez, sino dos. Había sido la que había pedido poder y la que había decidido aceptar las condiciones de Siobhan. No iba a permitir que la mujer la convenciera de que había sido al revés.

      —Yo vine aquí —dijo Catalina—. Yo escogí esto.

      Siobhan encogió los hombros.

      —Sí, lo hiciste. Y ahora es el momento de que empieces a aprender.

      Catalina miró a su alrededor. Esto no era una biblioteca como la de la ciudad. Era un campo de entrenamiento con maestros de espada como en el que había sido humillada por el regimiento de Will. ¿Qué podía aprender aquí, en este lugar salvaje?

      Aun así, se preparó, quedándose frente a Siobhan y esperando.

      —Estoy preparada. ¿Qué tengo que hacer?

      Siobhan inclinó la cabeza hacia un lado.

      —Esperar.

      Se dirigió hacia un lugar donde se había preparado un pequeño fuego para encenderlo dentro de un círculo. Siobhan lanzó un titileo de llama sin problema con sílex y acero y, a continuación, susurró unas palabras que Catalina no pudo pillar mientras salía humo del mismo.

      El humo empezó a dar vueltas y a retorcerse, adoptando formas mientras Siobhan lo dirigía como un director de orquesta podría haber dirigido a los músicos. El humo se fusionó en una forma que era ligeramente humana, para finalmente consumirse y acabar en algo que parecía un guerrero de un tiempo muy lejano. Allí estaba, sujetando una espada que parecía extremadamente afilada.

      Tan afilada, de hecho, que Catalina no tuvo tiempo para reaccionar cuando se la clavó en el corazón.

      CAPÍTULO TRES

      Dejaron a Sofía colgando allí toda la noche, sujeta solo por las cuerdas que habían usado para

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