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hecho en el pasado y a quién. Se había encargado de conocer hasta el más mínimo detalle, de manera que pudiera usarlo si debía hacerlo. Al principio, el plan había sido destruir al príncipe cuando se casara con Sebastián, pero ahora podía ser igual de útil.

      —No sé por qué sacas esto ahora —dijo Ruperto—. No es relevante. Es…

      —La distracción es la segunda —dijo Angelica—. Encontraremos cosas mejores en las que la gente se concentre.

      Vio que Ruperto se ponía rojo por la rabia.

      —Yo seré tu rey —dijo él bruscamente.

      —Y esta es tu tercera herramienta —susurró Angelica, acercándose para besarlo—. Estás a salvo. ¿Lo comprendes, mi amor? O lo estarás. El truco está ahora en asegurar tu posición.

      Vio que Ruperto se relajaba visiblemente a medida que la idea iba calando. A pesar de lo muy profundamente que le había afectado haber matado a su madre, sabía cómo escapar de cualquier cosa que hiciera. Al fin y al cabo, llevaba mucho tiempo haciéndolo. O tal vez era la expectativa de poder lo que lo calmaba, el pensar en lo que vendría a continuación.

      —Ya he hablado con todos mis aliados —dijo Ruperto.

      —Y ahora es el momento de que actúen —respondió Angelica—. Hagámoslos parte de esto desde el principio. La muerte de la Viuda ya es un rumor en la ciudad, y muy pronto se anunciará de manera formal. Ahora las cosas deben avanzar rápidamente. —Lo ayudó a levantarse—. Todo tipo de cosas.

      —¿Qué cosas? —preguntó Ruperto. Angelica lo atribuyó a conmoción.

      —Nuestra boda, Ruperto —dijo—. Debe tener lugar antes de que la gente tenga ocasión de discutir. Debemos presentarles un frente estable, una dinastía real establecida a la que seguir.

      Ruperto se movió sorprendentemente rápido cuando la cogió por el cuello, de nuevo con una rabia que crecía con una rapidez peligrosa.

      —No me digas lo que yo debo hacer —dijo—. Mi madre intentó hacerlo.

      —Yo no soy tu madre —respondió Angelica, intentando no hacer un gesto de dolor ante la fuerza del agarre—. Pero sí que me gustaría ser tu esposa antes de que se acaba el día. Pensaba que habíamos hablado de eso, Ruperto. Pensaba que era lo que tú querías.

      Ruperto la soltó.

      —No lo sé. Yo no… yo no había planeado nada de esto.

      —¿Ah, no? —preguntó Angelica—. Planeaste tomar el trono. Sin duda sabías los sacrificios que supondría. Aunque me gustaría pensar que casarte conmigo no es una adversidad tan grande.

      Volvió hacia él.

      —Si quieres, no es demasiado tarde para cancelar las cosas. Dime que me vaya y vaciaré Ashton de las haciendas de mi familia. Si eliges esperar, esperaremos. Evidentemente, en ese caso no tendrías la fuerza de mi familia, o sus aliados. Y no habría nadie que te ayudara a contener todos esos… rumores difíciles.

      —¿Me estás amenazando? —exigió Ruperto. Angelica sabía que ese era un juego peligroso. Aun así, iba a jugarlo, pues el verdadero juego al que ella jugaba era mucho más peligroso.

      —Simplemente estoy señalando las ventajas que ganas si sigues adelante con esto, mi amor —dijo Angelica—. Cásate conmigo, y puedo hacer que todo esto sea mucho más fácil para ti. es mejor hacerlo hoy que dentro de un mes. Si puedo actuar como tu esposa, ya tengo una razón para protegerte del mundo.

      Ruperto se quedó quieto durante unos segundos y, por un instante, Angelica pensó que podría haber calculado mal todo esto. Que, al fin y al cabo, él podría marcharse. Entonces asintió una única y concisa vez.

      —Muy bien —dijo él—. Si es importante para ti, lo haremos hoy. Ahora, voy a tomar un poco de aire y empezaré a contactar con nuestros aliados.

      Dio la vuelta y salió. Angelica sospechaba que era más probable que fuera en busca de vino que de sus aliados, pero eso no importaba. Probablemente, incluso les beneficiaba. Pronto, ella los tendría haciendo lo que debían, mandando mensajes de parte de su marido.

      Llamó a una sirvienta con la campana.

      —Asegúrate de que la ropa que llevaba el Príncipe Ruperto cuando entró se quema —le dijo a la chica que entró—. Después busca a una sacerdotisa de la Diosa Enmascarada, e invita a los miembros del consejo íntimo de la Viuda para que se reúnan en palacio. Ah, y manda a alguien a mi modista. Ya debe haber un vestido de boda esperándome.

      —¿Mi señora? —dijo la chica.

      —¿No estoy hablando con suficiente claridad? —preguntó Angelica—… Mi modista. Venga.

      La chica se fue. Era extraño lo estúpida que podía ser la gente a veces. Era evidente que la sirvienta había dado por sentado que Angelica no había hecho ninguna preparación para su propia boda. En cambio, ella había empezado a mandar mensajes para las preparaciones casi tan pronto como tuvo la idea de hacer que Ruperto se casara con ella. Era importante que esta boda lo pareciera lo más posible dada la poca antelación.

      Era una pena que no hubiera la oportunidad de tener una ceremonia más grande más tarde, pero había un impedimento más grande para ello: para entonces Ruperto estaría muerto.

      El día de hoy había demostrado que eso era necesario de forma más clara de lo que Angelica podía creer. Ella pensaba que Ruperto era un hombre que tenía tanto control sobre sí mismo como ella, pero continuaba tan variable como el viento. No, el plan que ella había establecido era el camino a seguir. Se casaría con Ruperto esa misma noche, lo mataría por la mañana y sería coronada reina antes de que el cuerpo de él estuviera en el suelo.

      Ashton tendría la reina que necesitaba. Angelica gobernaría, y el reino sería mejor por ello. Todo iba a salir bien. Podía sentirlo.

      CAPÍTULO TRES

      Sofía solo podía esperar mientras la flota avanzaba hacia Ashton. Mientras su flota avanzaba. Incluso aquí y ahora, después de todo lo que había sucedido, era difícil recordar que todo esto era suyo. Todas las vidas que había en los barcos que la rodeaban, cada señor que mandaba a sus hombres, cada terreno del que venían, era responsabilidad suya.

      —Hay mucho de lo que hacerse responsable —susurró Sofía a Sienne, el gato del bosque ronroneaba mientras se frotaba contra las piernas de Sofía, enroscándose a su alrededor con su impaciencia.

      Cuando se marcharon de Ishjemme, ya había toda una flota de barcos, pero desde entonces más y más embarcaciones se les habían unido, procedentes de las costas de Ishjemme o de las pequeñas islas que hay a lo largo del camino, incluso salidos del reino de la Viuda pues los que le eran leales venían para unirse al ataque.

      Ahora había muchos soldados con ella allí. Tal vez los soldados suficientes como para ganar esta guerra. Los soldados suficientes como para borrar del mapa Ashton, si así lo elegía ella.

      —«Todo irá bien» —le mandó Lucas, evidentemente notando su intranquilidad.

      —«Morirá gente» —le mandó de vuelta Sofía.

      —«Pero están aquí porque así lo eligieron» —respondió Lucas. Se acercó para ponerle una mano sobre el hombro—. «Hónralos no desperdiciando sus vidas, pero no restes importancia a lo que ofrecen conteniéndote».

      —Creo que es una de esas cosas que es más fácil decir que hacer —dijo Sofía en voz alta. Automáticamente, alargó el brazo hacia abajo para tocarle las orejas a Sienne.

      —Posiblemente —confesó Lucas. Parecía preparado para la guerra de una manera en la que Sofía no lo parecía, con una espada en un costado y unas pistolas preparadas en el cinturón. Sofía imaginaba que, allí de pie, ella se veía increíblemente redonda con el peso de su hijo aún por nacer, desarmada y sin protección.

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