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a la escuela para disculparme. ¿Sabes lo incómodo que es eso para mí?

      Su madre chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

      —¿Dónde estabas? ¿Vagabundeando por las calles? ¿No te has resfriado? —A continuación, cruzó los brazos y resopló—. En realidad, espero que estés resfriado. Por lo menos, de ese modo aprenderías la lección.

      Oliver escuchaba los discursos de sus padres en silencio. Por primera vez, sus palabras le rebotaban. Sus caras de enfado ya no le hacían temblar. Sus duras palabras no le escocían.

      Oliver se dio cuenta de lo mucho que había cambiado. Lo mucho que la Escuela de Videntes le había cambiado, por no hablar de descubrir que los Blue no eran realmente su familia. Era como si convertirse en vidente le hubiera cubierto la espalda con un abrigo invisible a prueba de balas y nada pudiera hacerle daño.

      Estaba delante de ellos con seguridad, esperando pacientemente una pausa en su furia dispersa.

      Pero antes de que tuviera ocasión de dar su opinión, se oyeron unos pasos estruendosos en la escalera de detrás suyo. Y allí estaba Chris.

      —¿Qué haces aquí? —vociferó—. Pensaba que habías muerto en la tormenta.

      —¡Chris! —le regañó su padre.

      Durante un breve segundo, Oliver pensó que tal vez sus padres iban a defenderlo. Iban a enfrentarse al abusón de su hijo. Pero, evidentemente, no lo hicieron.

      Oliver cruzó los brazos. Chris ya no le daba miedo. Ni siquiera el ritmo de su corazón se había acelerado.

      —Me escondí. De ti. ¿Te acuerdas de que me perseguías con tus amigos? ¿De que me amenazaste con darme una paliza?

      Chris puso un gesto incrédulo.

      —¡Yo no hice eso! ¡Eres un mentiroso!

      Su madre hundió la cara con las manos. Odiaba las discusiones pero nunca hacía nada por pararlas.

      Oliver solo dijo que no con la cabeza.

      —Me da igual que me llames mentiroso. Yo sé la verdad y tú también —Cruzó los brazos—. Y, de todos modos, nada de eso importa. Vine aquí para deciros que me voy.

      Su madre levantó de repente la cabeza de las manos.

      —¿Qué?

      Su padre lanzó una mirada asesina a Oliver horrorizado.

      —¿Te vas? ¡Tienes once años! ¿A dónde vas a ir?

      Oliver encogió los hombros.

      —Todavía no lo sé. Pero el caso es que sé que no sois mis verdaderos padres.

      Todos se quedaron sin aliento. Chris se quedó con la boca abierta. Toda la sala se quedó en silencio.

      —¿De qué hablas? —gritó su madre—. Por supuesto que lo somos.

      Oliver estrechó los ojos.

      —No. No lo sois. Mentís. ¿Quiénes son? Mi padre y mi madre de verdad. ¿Qué les pasó?

      Su madre tenía el aspecto de que la hubieran pillado. Movía los ojos rápidamente por toda la habitación, como si buscara una salida.

      —Vale —soltó de repente—. Te adoptamos.

      Oliver asintió lentamente. Pensaba que sería duro oír sus palabras, pero en realidad fue un alivio tener aún más confirmación de que las dos personas de su visión eran sus padres, no estas personas horribles. De que Chris tampoco era su hermano de verdad. Parecía que el gran abusón estaba a punto de desmayarse por el susto de la revelación.

      Su madre continuó:

      —No sabemos nada de tus verdaderos padres, ¿vale? No nos dieron ninguna información.

      Oliver sintió que se le encogía el corazón. Tenía la esperanza de que le darían una pieza en el rompecabezas de su identidad. Pero no sabían nada.

      —¿Nada? —preguntó con tristeza—. ¿Ni siquiera sus nombres?

      Su padre dio un paso al frente.

      —Ni sus nombres, ni su edad, ni sus trabajos. Los padres adoptivos no sabemos esas cosas. Es una lotería, ¿sabes? Por lo que sabemos nosotros, podrías ser hijo de un criminal. De un lunático.

      Oliver le lanzó una mirada asesina. Estaba seguro de que sus padres no eran ninguna de esas cosas, pero la actitud del Sr. Blue aun así era horrible.

      —Para empezar, ¿por qué me adoptasteis?

      —Fue tu madre —se burló su padre—. Quería un segundo. No tengo ni idea de por qué.

      Se acomodó en el sofá al lado de su madre. Oliver los miró fijamente, sintiendo como si le hubieran dado un puñetazo en la barriga.

      —En realidad nunca me quisisteis, ¿verdad? Por eso me tratasteis tan mal.

      —Deberías estar agradecido —murmuró su padre sin mirarle a los ojos—. La mayoría de niños se pierden en el sistema.

      —¿Agradecido? —dijo Oliver—. ¿Agradecido de que apenas me dabais de comer? ¿De que nunca me comprasteis ropa o juguetes nuevos? ¿Agradecido por un colchón en un rincón?

      —Nosotros no somos los malos aquí —argumentó su madre—. ¡Tus padres de verdad te abandonaron! Deberías hacerles pagar los platos rotos a ellos, no a nosotros.

      Oliver escuchaba sin reaccionar. De todos modos, no tenía ninguna prueba de si sus padres de verdad lo habían abandonado o no. Ese era un misterio para otro día. Por ahora, iba a coger las palabras de su madre con pinzas.

      —Al menos, por fin ha salido la verdad —dijo Oliver.

      Finalmente, Chris cerró la boca.

      —¿Queréis decir que este mocoso no es mi hermano después de todo?

      —¡Chris! —le regañó su madre.

      —No hables así —añadió su padre.

      Oliver sencillamente sonrió con satisfacción.

      —Oh, sí, Christopher John Blue. Ya que estamos en una misión por la verdad. Vuestro querido hijo –el de verdad, el biológico- es un abusón. Me ha atemorizado toda la vida, por no hablar de los otros chicos de la escuela.

      —¡Eso no es verdad! —vociferó Chris—. ¡No le creáis! Ni siquiera es vuestro hijo. ¡No es… no es nada! ¡Nadie! ¡un don nadie!

      Su madre y su padre miraron a Chris consternados.

      Oliver simplemente hizo una sonrisa de satisfacción.

      —Creo que has revelado la verdad tú solito.

      Todos se quedaron en silencio, desanimados por las revelaciones. Pero Oliver no había terminado. Todavía no. Caminaba de un lado a otro, atrayendo la atención de todos los que estaban en la sala.

      —Esto es lo que va a pasar a partir de ahora —dijo mientras andaba—. Vosotros no me queréis. Y yo tampoco os quiero a vosotros. Yo nunca tendría que haber estado aquí. Así que me voy. Vosotros no me buscaréis. Vosotros no hablaréis de mí. Desde este día en adelante, será como si yo nunca hubiera existido. Y para cerrar el acuerdo, yo no iré a la policía a hablarles de los años de tormento, de dormir en un hueco y de que me racionarais la comida. ¿Hacemos un trato?

      Miró de unos ojos azules a los otros. Ahora pensaba que era de tontos no haberse dado cuenta antes, al tenerlos él marrones.

      —¿Hacemos un trato? —dijo otra vez, con más firmeza.

      Con gran satisfacción, vio que todos estaban temblando. Su madre asintió. Chris también.

      —Trato hecho —tartamudeó su padre.

      —Bien. Ahora dejad que recoja mis cosas y no os molestaré nunca

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