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de menos a mis padres —dijo Luna inesperadamente, aunque tal vez lo había estado pensando todo este tiempo. El dolor que provocó que se llevaran a la madre de Kevin no había desaparecido; solo se había empujado al fondo por la necesidad de continuar haciendo cosas, por la necesidad de llegar a un lugar seguro y para asegurarse de que los dos estaban a salvo.

      —Yo también echo de menos a mi madre —dijo Kevin, sentado en el borde de la estructura de una cama. Pensó que entonces era imposible imaginarla como era antes de que llegaran los extraterrestres. En su lugar, la imagen que aparecía en su mente era la de cuando estaba en el umbral de su casa, controlada por los extraterrestres e intentando cogerlo.

      Luna se sentó en la estructura de otra cama. Ninguno de ellos había escogido una de las que tenían sábanas. De algún modo, no parecía correcto. Daba la sensación de que pertenecían a alguien, y que sus propietarios podrían volver en cualquier momento.

      —No solo son mis padres —dijo Luna—. Son todos los otros chicos de la escuela, toda la gente que he conocido. Se los han llevado a todos. A todos ellos.

      Puso la cabeza sobre sus manos y Kevin estiró el brazo para cogerle la mano, sin decir nada. En ese momento, era igual de tremendo para él pensar que los alienígenas podrían haberse llevado a todas las personas del mundo. La gente común, los famosos, los amigos…

      —No queda gente —dijo Luna.

      —Pensaba que no te gustaba la gente de todos modos —replicó Kevin—. Pensaba que habías decidido que la mayoría de personas eran estúpidas.

      Luna sonrió un poco al oírlo, pero parecía que tenía que esforzarse.

      —Cualquier día me encargaré de los estúpidos en lugar de los controlados por los extraterrestres. —Se paró por un instante—. ¿Piensas… piensas que la gente volverá a estar bien alguna vez?

      Kevin no podía mirarla.

      —No lo sé. —No podía imaginar cómo lo harían—. Pero nosotros estamos a salvo. Es lo único que importa.

      Pero no lo era. Ni de lejos.

      ***

      Empezaron a buscar por el búnker hasta encontrar más sábanas, pues no querían coger nada de las literas que ya estaban hechas. Esas continuaban tan impolutas como si sus dueños pudieran regresar en cualquier momento, aunque Kevin debía esperar que no lo hicieran, pues imaginaba que ahora los controlaban los alienígenas.

      Regresaron a la cocina el tiempo suficiente para comer algo. En el paquete ponía pollo, pero Kevin apenas pudo probarlo. Tal vez hizo bien, a juzgar por la mirada en la cara de Luna.

      —Nunca volveré a quejarme por tener que comer verdura —dijo, aunque Kevin sospechaba que posiblemente lo haría. No sería Luna si no lo hiciera.

      Cuando hubieron acabado, se lavaron por turnos en uno de los baños del búnker. Posiblemente podrían haber cogido un baño cada uno pero, por lo menos Kevin, no quería estar tan lejos de Luna por ahora. Incluso cuando llegó el momento de escoger litera, escogieron unas que estaban casi una al lado de la otra, cuando tenían todo el espacio del dormitorio para escoger. Era como escoger una pequeña isla allá en medio y, si lo intentaba con todas sus fuerzas, Kevin casi podía fingir que era una especie de fiesta de pijamas. Bueno, no podía, pero estaba bien por lo menos intentarlo.

      Apagaron las luces y usaron linternas de estilo militar para que los guiaran hasta la cama. Luna saltó sobre la cama de arriba de la litera que había escogido, mientras que Kevin cogió la parte de debajo de la suya.

      —¿Te dan miedo las alturas? —preguntó Luna.

      —Sencillamente no quiero tener una visión desde allá arriba y caerme al suelo —dijo Kevin. No porque hubiera tenido alguna visión desde la que lo avisó de la invasión. No porque si lo hiciera haría algún bien. Se puso a pensar qué sentido tenían sus visiones si ninguna de ellas había ayudado.

      —De acuerdo —dijo Luna—. Supongo… sí, supongo que debes ir con cuidado.

      —Tal vez veremos las cosas más claras por la mañana —sugirió Kevin. Realmente no lo creía.

      —Tendríamos que ver la mañana antes de verla más clara —puntualizó Luna.

      —Bueno, tal vez podremos encontrar un modo de ver las cosas de nuevo —dijo Kevin. Pero si lo hacían, ¿qué podrían ver? ¿Verían multitudes de alienígenas por el mundo ahora? ¿Un paisaje árido sin nada?

      —Tal vez calcularemos qué vamos a hacer a continuación —sugirió Luna—. Tal vez soñaremos una manera de hacer que esto mejore.

      —Tal vez —dijo Kevin, aunque sospechaba que cualquier sueño que tuviera estaría dominado por la vista de todas aquellas personas silenciosas.

      —Que duermas bien —dijo Kevin.

      —Que duermas bien.

      De hecho, a Kevin le parecía que no iba a dormirse nunca. Estaba allí tumbado a oscuras, escuchando cómo la respiración de Luna se hacía más profunda y empezaba a roncar de un modo que posiblemente ella no reconocería cuando estuviera despierta. Esto hubiera sido muy diferente sin ella aquí. Aunque hubiese habido alguien más allí, Kevin se hubiera sentido solo, pero tal y como estaban las cosas…

      …Tal y como estaban las cosas, todavía estaba casi solo, pero por lo menos Luna estaba allí para compartir aquella soledad. Kevin no podía escapar de los pensamientos sobre lo que le había pasado a su madre, a todo el mundo, pero por lo menos sabía que Luna estaba a salvo.

      Esos pensamientos le siguieron hasta quedarse dormido y en sus sueños.

      En sus sueños, Kevin estaba rodeado por todos los que conocía. Su madre estaba allí, sus amigos de la escuela, sus profesores, la gente de la NASA. Ted estaba allí, con herramientas militares colgadas por todas partes y el Profesor Brewster, con una mala cara que daba a entender que desaprobaba todo lo que Kevin había hecho.

      Sus rostros se distorsionaron mientras Kevin miraba, convirtiéndose en cada uno de los alienígenas de películas de ciencia ficción de todos los tiempos. A algunos la piel se les volvía gris y los ojos grandes, mientras otros parecían más insectos con placas de coraza por encima. Al Profesor Brewster le salían tentáculos de las manos, mientras que a la Dra. Levin los ojos le sobresalían al final de unos tallos. Se movían con pesadez hacia Kevin y él empezó a correr.

      Corría por los pasillos del instituto de la NASA, manteniéndose a duras penas por delante de ellos mientras ellos atravesaban una puerta tras otra y, a pesar de que Kevin había vivido allí, no podía encontrar la salida hacia un lugar seguro. No podía encontrar la manera de hacer que esto fuera mejor.

      Se metió en un laboratorio, cerró la puerta tras él y construyó una barricada con sillas, mesas y todo lo que encontró. Aun así, la gente transformada que estaba fuera aporreaba la puerta, golpeándola con los puños mientras, por ninguna razón que Kevin comprendiera, empezó a sonar una alarma…

      Kevin despertó respirando agitadamente. Todavía estaba oscuro, pero al mirar la hora en su teléfono entendió que solo era porque estaban bajo tierra. La alarma sonaba de fondo, su sordo zumbido era constante, mientras que por debajo de él había un seco ruido metálico.

      Supo que Luna estaba despierta porque ella encendió las luces.

      —¿Qué es eso? —preguntó Kevin.

      Luna lo miró.

      —Creo… creo que alguien quiere entrar.

      CAPÍTULO DOS

      Fueron a toda prisa hacia el centro de comandos, los golpes eran más fuertes ahora que se acercaban a la entrada. Aun así, con el compartimento estanco en medio, a Kevin le impresionó que el ruido continuara. ¿Con qué estaban golpeando la puerta?

      Luna no parecía impresionada, parecía

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