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Caballero, Heredero, Príncipe . Морган Райс
Читать онлайн.Название Caballero, Heredero, Príncipe
Год выпуска 0
isbn 9781632919687
Автор произведения Морган Райс
Серия De Coronas y Gloria
Издательство Lukeman Literary Management Ltd
“¿No te arrepientes de nada?” preguntó Estefanía mientras se apartaba un poco de él. “¿Estás feliz por haberte casado conmigo?”
“Estoy muy feliz”, le aseguró Thanos. “¿Y tú?”
“Es todo cuanto siempre quise”, dijo Estefanía. “¿Y sabes lo que quiero ahora?”
“¿Qué?”
Thanos vio que levantaba los brazos y su vestido le caía por partes.
***
Thanos despertó con los primeros rayos de sol que se colaron por las ventanas. A su lado, sentía la cálida presión de la presencia de Estefanía, que tenía uno de los brazos sobre él mientras dormía acurrucada a su lado. Thanos sonrío por el amor que rebosaba en su interior. Ahora estaba más feliz de lo que había estado en mucho tiempo.
Si no hubiera sido por el tintineo del arnés y el relinchar de los caballos, podría haberse acurrucado de nuevo junto a Estefanía y se hubiera vuelto a dormir, o la hubiera despertado con un beso. Pero no era el caso, se levantó y se dirigió hacia la ventana.
Llegó justo a tiempo para ver a Lucio abandonando el castillo, yendo a la cabeza de un grupo de soldados, con las banderas volando al viento como si fuera un caballero andante en una cruzada más que un asesino preparándose para atacar una aldea indefensa. Thanos lo miró y después echó un vistazo a Estefanía, que todavía dormía.
Empezó a vestirse en silencio.
No podía quedarse quieto. No podía, ni siquiera por Estefanía. Ella le había hablado de mejores maneras de encargarse de Lucio, pero ¿qué suponían? ¿Buena educación y ofrecerle vino? No, tenían que parar a Lucio, ahora mismo, y solo había un modo de hacerlo.
En silencio, con cuidado para no despertar a Estefanía, Thanos salió rápido de la habitación. Una vez fuera, corrió hacia los establos y gritó a un sirviente para que le trajera la armadura.
Era la hora de hacer justicia.
CAPÍTULO DOS
Berin sentía la emoción, la energía nerviosa se palpaba en el ambiente en el instante que puso un pie en los túneles. Serpenteaba bajo tierra siguiendo a Anka, con Sartes a su lado, pasando por delante de guardias que inclinaban la cabeza en señal de respeto y rebeldes que iban a toda prisa en todas direcciones. Atravesó la Puerta del Vigilante y sintió el giro que había dado la Rebelión.
Ahora parecía que tenían una oportunidad.
“Por aquí”, dijo Anka, saludando con la mano a un vigilante. “Los otros nos esperan”.
Caminaron por pasillos de piedra desnuda que parecía que estaban allí desde siempre. Las Ruinas de Delos, en la profundidad bajo tierra. Berin pasó la mano por la suave piedra, admirándola como solo un herrero lo haría y se maravillaba ante el tiempo que debía hacer que estaban allí y ante quién las había construido. Quizás incluso databan de los tiempos en que los Antiguos habían andado por allí, mucho antes de lo que nadie podía recordar.
Y esto le hizo pensar, con una punzada, en la hija que había perdido.
Ceres.
El sonido de martillos sobre metal y el repentino calor de los fuegos de forja al pasar por una grieta arrancaron a Berin ese pensamiento. Vio a una docena de hombres trabajando duro para fabricar corazas y espadas cortas. Aquello le recordó a su vieja herrería y le trajo recuerdos de los días en que su familia no estaba destrozada.
Sartes parecía estar mirando fijamente también.
“¿Estás bien?” preguntó Berin.
Él asintió.
“Yo también la echo de menos”, respondió Berin, poniéndole una mano sobre el hombro, pues sabía que estaba pensando en Ceres, que siempre merodeaba por la forja.
“Todos lo hacemos”, Anka se metió en la conversación.
Por un momento los tres se quedaron allí quietos y Berin supo que todos comprendían lo mucho que Ceres significaba para ellos.
Escuchó cómo Anka suspiraba.
“Lo único que podemos hacer es luchar”, añadió, “y seguir forjando armas. Te necesitamos, Berin”.
Intentó concentrarse.
“¿Están haciendo todo lo que les indiqué?” preguntó. “¿Calientan el metal lo suficiente antes de templarlo? Sino, no se endurecerá.
Anka sonrió.
“Compruébalo tú mismo antes de la reunión”.
Berin asintió. Al menos de una manera modesta podía ser útil.
***
Sartes caminaba al lado de su padre, mientras continuaba pasada la forja y se adentraba más en los túneles. Había más gente en ellos de lo que había pensado. Hombres y mujeres reunían provisiones, practicaban con armas, caminaban de un lado a otro por los pasillos. Sartes reconoció a algunos de ellos como antiguos reclutas, liberados de las garras del ejército.
Finalmente encontraron un espacio cavernoso, con pedestales de piedra puestos allí que alguna vez debían haber soportado estatuas. A la luz de las velas parpadeantes Sartes vio a los líderes de la rebelión, que los estaban esperando. Hannah, que se había opuesto al ataque, ahora parecía tan feliz como si lo hubiera propuesto ella. Oreth, uno de los principales ayudantes de Anka ahora, tenía su delgado cuerpo apoyado contra la pared y sonreía para sí mismo. Sartes divisó la gran corpulencia del antiguo empleado del embarcadero, Edrin, al lado de la luz de la vela, mientras las joyas de Yeralt brillaban con ella, el hijo del mercader parecía estar fuera de lugar entre el resto mientras estos reían y bromeaban entre ellos.
Se quedaron en silencio cuando ellos tres se acercaron y ahora Sartes veía la diferencia. Antes, habían escuchado a Anka casi a regañadientes. Ahora, tras la emboscada, se notaba el rspeto mientras ella avanzaba. Sartes pensó que incluso ahora tenía más aspecto de líder, caminaba más erguida, parecía más segura.
“¡Anka, Anka, Anka!” empezó Oreth y pronto los demás empezaron a corear, como los rebeldes habían hecho tras la batalla.
Sartes se unió, al escuchar el nombre de la líder rebelde resonando en el lugar. Solo se detuvo cuando Anka hizo un gesto pidiendo silencio.
“Lo hicimos bien”, dijo Anka con una sonrisa. Era una de las primeras que Sartes le había visto desde la batalla. Había estado demasiado ocupada intentando arreglarlo todo para sacar a sus bajas del cementerio. Tenía un talento para ocuparse de los detalles de las cosas que se habían desarrollado durante la rebelión.
“¿Bien?” preguntó Edrin. “Los destruimos”.
Sartes escuchó el golpe seco del puño del hombre contra su mano para recalcar lo que había dicho.
“Los destrozamos”, coincidió Yeralt, “gracias a tu liderazgo”.
Anka negó con la cabeza. “Los derrotamos juntos. Los derrotamos porque todos hicimos nuestra parte. Y porque Sartes nos trajo los planos”.
Su padre empujó a Sartes hacia delante. Él no esperaba aquello.
“Anka tiene razón”, dijo Oreth. “Debemos agradecérselo a Sartes. Él nos trajo los planos y él fue el que convenció a los reclutas para que no lucharan. La rebelión tiene más miembros