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ella desapareció. Pasar ese día iba a ser muy difícil.

      Mucho había pasado desde entonces: la lucha para mantener su matrimonio a flote mientras sus esperanzas se desvanecían, el inevitable divorcio de Stephen, el año “sabático” de su profesorado en criminología y psicología en la Universidad Loyola Marymount, oficialmente destinado para realizar una investigación independiente, pero en realidad motivado por la bebida y las relaciones íntimas con algunos estudiantes, que finalmente habían forzado la mano de la administración.

      A dondequiera que volteara, veía los pedazos rotos de su vida. Había sido forzada a encarar su último fallo: su incapacidad para encontrar a la hija que le había sido robada.

      Keri secó con aspereza las lágrimas de sus ojos y se reprendió a sí misma en silencio.

      Okey, le has fallado a tu hija. No le falles a Ashley también. ¡Ánimo, Keri!

      Ahí mismo en el cobertizo, encendió el teléfono de Ashley, y tecleó la palabra “Miel”. La contraseña funcionó. Al menos Denton fue honesto en una cosa..

      Pulsó Fotos. Había cientos de fotografías, la mayoría de ellas las del tipo acostumbrado: adorables pequeños selfies de Ashley con amigos en la escuela, ella y Denton Rivers juntos, una pocas fotos de Mia. Pero regadas por doquier, la sorprendió ver otras fotos, más extremas.

      Varias habían sido tomadas en un bar vacío o alguna especie de club, claramente antes o después de su horario de atención, con Ashley y sus amigos visiblemente embriagados en modo de fiesta salvaje, disparándole a las cervezas, levantando sus faldas y mostrando sus tangas. En algunas había yerba en pipas o en pitillo.Había un tiradero de botellas.

      ¿Qué sabía Ashley que tenía acceso a un lugar como ese? ¿Cuando estaba sucediendo? ¿Cuándo Stafford estaba en Washington? ¿Cómo es que su madre no tenía ninguna pista de esto?

      Fueron las fotos con el arma las que realmente capturaron la atención de Keri. De repente estaba al fondo, sobre una mesa, una 9mm SIG, casi invisible, próxima a un paquete de cigarrillos, o encima de un sofá, junto a una bolsa de patatas fritas. En una imagen, Ashley estaba afuera, en algún lugar del bosque, cerca del río, disparándole a unas latas de Coca Cola.

      ¿Por qué? ¿Era solo por diversión? ¿Estaba aprendiendo a protegerse a sí misma? ¿Si eso era así, entonces para qué?

      Interesante era que las fotos de Denton Rivers habían ido disminuyendo considerablemente en los últimos tres meses, paralelamente a otras nuevas de un chico con un impactante atractivo y con una larga, salvaje melena de abundante cabello rubio. En muchas de esas fotografías, este último estaba sin camisa, mostrando sus bien definidos abdominales. Parecía muy orgulloso de ellos. Una cosa era cierta: definitivamente él no era un chico de la secundaria. Se veía como de poco más de veinte.

      ¿Era él quien tenía acceso al bar?

      Ashley había tomado un buen número de fotos eróticas de sí misma. En algunas, ella estaba mostrando su ropa íntima . En otras, mostraba su ropa íntima. En varias, estaba desnuda, excepto por una tanga, en más de una tocándose de manera sugestiva. Las fotos nunca mostraban su rostro pero se trataba definitivamente de Ashley. Keri reconoció su dormitorio. En una imagen podía ver la biblioteca al fondo con el viejo texto de matemáticas que ocultaba su falsa identificación. En otra podía ver el peluche de Ashley al fondo, descansando sobre su almohada pero con su cabeza volteada como si no soportara observar. Keri sintió ganas de vomitar pero se contuvo.

      Regresó al menú principal del teléfono y pulsó Mensajes para ver los mensajes de la chica. Las fotos eróticas de Fotos habían sido enviadas una por una a alguien llamado Walker, aparentemente el tipo de los abdominales. Los mensajes que las acompañaban dejaban poco a la imaginación. A pesar de la conexión especial de Mia Penn con su hija, estaba empezando a parecer que Stafford Penn comprendía a Ashley mucho mejor que la madre.

      Había también un texto para Walker de hacía cuatro días que decía, Formalmente eché a Denton a patadas a la calle. Espero drama. Te haré saber.

      Keri apagó el teléfono y se sentó en la oscuridad del cobertizo, pensando. Cerró sus ojos y dejó que su mente vagara. Una escena se formó en su mente, una tan real como que ella misma podía haber estado allí.

      Era una mañana agradable, soleada, de un domingo septembrino, plena con el infinito de un cielo azul californiano. Estaban en el campo de juegos, ella y Evie. Stephen regresaba esa tarde de una excursión a pie por Joshua Tree. Evie vestía una camiseta color púrpura, pantalones cortos de color blanco, medias blancas con lazos, y zapatos de tenis.

      Tenía una amplia sonrisa. Sus ojos eran verdes. Su cabello era rubio y ondulado, agarrado en colitas. Su incisivo superior estaba partido, era un diente definitivo, no de leche, así que necesitaría que se lo arreglaran en algún momento. Pero cada vez que Keri sacaba el tema, Evie entraba en pánico, así que aún no la había llevado.

      Keri se sentó en el césped, con los pies descalzos, y los papeles regados en torno a ella. Estaba preparando sus notas para una intervención que haría a la mañana siguiente en la Conferencia de Criminología de California. Contaba incluso con un conferencista invitado, un detective del Departamento de Policía de Los Ángeles llamado Raymond Sands a quien ella había consultado en unos pocos casos.

      —Mami, ¡vayamos a por algo de yogurt congelado!”

      Keri consultó su reloj.

      Casi había acabado y había un local de Menchie camino a casa. —Dame cinco minutos.

      —¿Eso significa que sí?

      Ella sonrió.

      —Eso significa un gran, gran sí.

      —¿Puedo pedir las lluvias o solo cubierta de frutas?

      —Deja que lo ponga de esta forma: ¿cómo riegas el polvo de hadas?

      —¿Cómo?

      —¡Como lluvia! ¿Entiendes?

      —Por supuesto que lo entiendo, mami. ¡Yo ya no soy pequeña!”

      —Por supuesto que no. Mis disculpas. Solo dame cinco minutos.

      Volvió a concentrarse en su discurso. Un minuto después, alguien pasó junto a ella, cubriendo por un instante con su sombra las páginas. Contrariada por la distracción, intentó volver a concentrarse.

      De repente, la quietud fue rota por un grito que helaba la sangre. Keri levantó la vista, sorprendida. Un hombre con un rompevientos y una gorra de béisbol huía rápidamente. Ella solo podía ver su espalda pero podía afirmar que llevaba algo en brazos.

      Keri se puso de pie, buscando desesperadamente con la mirada a Evie. No se veía por ningún lado. Keri empezó a correr detrás del hombre incluso antes de estar segura. Un segundo después, la cabeza de Evie asomó por un costado del cuerpo del hombre. Se veía aterrada.

      —¡Mami! —gritaba— ¡Mami!

      Keri los persiguió, ahora a toda carrera. El hombre llevaba ventaja. Para el momento en que Keri había cubierto la mitad del césped, ya él estaba en el estacionamiento.

      —¡Evie! ¡Déjala! ¡Alto! ¡Que alguien detenga a ese hombre! ¡Tiene a mi hija!

      La gente miraba pero la mayoría parecía confundida. Nadie se levantó a ayudar. Y ella no veía a nadie en el estacionamiento que lo detuviera. Vio a dónde se dirigía. Había una van blanca al otro extremo del lote, estacionada en paralelo cerca del borde de la acera para facilitar la salida. Él estaba a menos de quince metros cuando de nuevo escuchó la voz de Evie.

      —¡Por favor, mami, ayúdame! —suplicó.

      —¡Aquí voy, bebé!

      Keri corrió más duro, con la vista nublada por las lágrimas ardientes, sobreponiéndose a la fatiga y el miedo. Ya estaba en el borde del estacionamiento. No le importaban los minúsculos fragmentos de asfalto que se iban enterrando en sus pies desnudos.

      —¡Ese

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