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fuera bastante interesante para ellas.

      Honestamente, se consideraba afortunada. Cumpliría cincuenta y seis años a fin de mes y sabía que muchas mujeres de su edad estarían envidiosas de la vida que tenía. Siempre se decía esto cuando sentía la apremiante necesidad de estar más activa en el trabajo. Y en algunos días, eso funcionaba.

      E igual que cuando eso sucedía, con su nieta viniendo a visitarla por primera vez desde su nacimiento, hoy era uno de esos días.

      ***

      Una cosa que hacía difícil equilibrar su nuevo rol como abuela con su deseo de meter las manos en otro caso era el tratar de pensar como abuela. Esa tarde, dejó su casa y se fue caminando hasta las pequeñas y económicas tiendas en el distrito Carytown de Richmond. Sentía que tenía que conseguir un regalo para Michelle a fin de celebrar su primera noche en casa de la Abuela.

      Fue difícil hacer a un lado armas y sospechosos para enfocarse en su lugar en animales de felpa y baberos. Pero mientras registraba unas tiendas, se fue haciendo algo más fácil. Encontró que en realidad disfrutaba comprar para su nieta, aunque esta no tuviera siquiera dos meses y, honestamente, no le importaría cualquier regalo que ella le diera. Encontró difícil no tomar cada cosa linda que encontraba y comprarla. Después de todo, ¿no era la responsabilidad de una abuela malcriar a sus nietos?

      Al pagar sus compras en la tercera tienda que visitó, recibió un texto. No tardó en revisarlo. En las últimas semanas, surgía una pequeña esperanza cada vez que recibía una llamada o un texto, pensando que podría ser Durán o alguien más del Buró. Se reprendió mentalmente al sentirse decepcionada porque no era del Buró sino de Allen. Una vez que se sobrepuso al aguijón de no haber sido llamada por el Buró, se dio cuenta de que estaba feliz por saber de él —de hecho, estaba siempre feliz por saber de él.

      —Allen, tienes que ayudarme —bromeó al contestar—. Visito las tiendas por Michelle y le quiero comprar todo lo que veo. ¿Es eso normal?

      —No sé —dijo Allen—. Ninguno de mis hijos se ha establecido y me ha hecho abuelo.

      —Aprende de mí. Empieza a ahorrar.

      Allen rió, un sonido que a Kate iba gustándole un poco.—¿Así que esta noche es la gran noche, eh?

      —Lo es. Y sé que ya crié a una hija y sé lo que tengo que esperar, pero estoy un poco aterrada.

      —Ah, estarás grandiosa. Quieres hablar de lo que es estar aterrado... Voy a salir con mis muchachos a tomar unos tragos esta noche. Y no he bebido más de dos de una sola sentada como en cinco años.

      —Que te diviertas con eso.

      —Me estaba preguntando si querrías que nos encontraramos mañana para cenar. Podemos compartir nuestras historias de supervivencia de esta noche.

      —Eso me gustaría. ¿Quieres venir a mi casa como a las siete?

      —Suena como un plan. Diviértete esta noche. ¿Todavía la pequeña Michelle duerme toda la noche?

      —No lo creo.

      —Ouch —dijo Allen, y dio por finalizada la llamada.

      Kate guardó el teléfono, balanceando las bolsas de las compras que había hecho. No pudo evitar sonreír. Estaba parada bajo el sol en su lado favorito de la ciudad, habiendo simplemente ido de compras, por su nieta de dos meses, y a quien estaría cuidando esa noche. Dada la manera como se estaba desenvolviendo su día, ¿realmente quería que el Buró la llamara después de todo?

      Iba caminando de regreso a su casa —un paseo de tres cuadras desde el lugar donde respondió a la llamada de Allen —cuando vio a una pequeña niña con una camiseta de My Little Pony. Estaba caminando con su madre, cogidas de la mano, a solo unos pasos de ella yendo en su dirección. Tenía cinco o seis años, con su cabello recogido en una cola que solo el cuidado de una madre podía crear. Tenía ojos azules y una nariz terminada en punta que la hacía ver más bien como un duendecillo. Fue esa característica la que envió un pinchazo de desesperación al corazón de Kate.

      Una imagen relampagueó en su mente, la de una pequeña niña que se veía casi idéntica a esta. Pero en esta imagen, la pequeña tenía tierra y mugre en su cara, y estaba llorando. Las luces de las patrullas policiales destellaban detrás de ella.

      La imagen era tan fuerte que Kate dejó de caminar por un momento. Apartó sus ojos de la niña para no lucir extraña o espeluznante. Se aferró a esa imagen en su cabeza e hizo su mejor esfuerzo para hallar el recuerdo asociado con ella. Llegó a ella gradualmente y cuando vino, se desenvolvió lentamente, como si estuviera leyendo el reporte del caso.

      Niña de cinco años, encontrada tres días después de ser reportada desaparecida. Metida en una cabaña de pesca en Arkansas con los cadáveres de sus padres. Los padres eran la quinta y sexta víctima de un asesino en serie que había aterrorizado a Arkansas por buena parte de los últimos cuatro meses… un asesino que Kate eventualmente había atrapado, pero solo después de haber acabado con un total de nueve personas.

      Kate estaba conciente de que de pronto se había quedado parada como una estatua en medio de la calle, pero parecía que no podía moverse. Ese caso la había perseguido por un tiempo. Tantos callejones sin salida, tantas pistas falsas. Había estado corriendo en círculos, incapaz de hallar al asesino mientras él continuaba sumando cuerpos a su cuenta. Solo Dios sabía lo que había planeado para esa pequeña niña.

      Pero tú la salvaste, se dijo a sí misma. Al final, tú la salvaste.

      Kate comenzó lentamente a caminar de nuevo. No era la primera vez que una imagen al azar de su trabajo pasado irrumpía en su mente y la distraía. A veces aparecían con naturalidad, aunque salidas de la nada. Pero había otras ocasiones en las que venían con fuerza y rapidez, como el flashback de un estrés post-traumático.

      La imagen de la niña de Arkansas estaba en el punto medio. Y Kate estaba agradecida por eso. Ese caso en particular casi había provocado que dimitiera como agente en el 2009. Le había destrozado el alma, tanto, como para solicitar dos semanas de permiso en el trabajo. Y de repente, por una fracción de segundo, mientras caminaba de regreso a su casa con los regalos para su nieta en la mano, Kate sintió que la hacían retroceder en el tiempo.

      Cerca de diez años habían pasado desde que había rescatado a esa niña. Kate se preguntó dónde estaría y si habría superado el trauma.

      —¿Señora?

      Kate parpadeó, sobresaltándose ligeramente ante el sonido de una voz extraña. Era un adolescente parado delante de ella. Se veía preocupado, como si no estuviera seguro de si debería estar parado allí o salir corriendo.

      —¿Está bien? —preguntó— Usted se ve... No lo sé. Enferma. Como si fuera a desmayarse o algo parecido.

      —No —dijo Kate, sacudiendo su cabeza—, estoy bien. Gracias.

      El muchacho asintió y siguió su camino. Kate comenzó a caminar de nuevo, arrancada de un agujero en el pasado que suponía aún no había cerrado. Y mientras se acercaba cada vez más a su casa, comenzó a preguntarse cuántos de esos agujeros habían quedado abiertos.

      Y si los fantasmas de su pasado continuarían acosándola hasta que ella también se convirtiera en uno de ellos.

      CAPÍTULO DOS

      Kate pasó la siguiente hora, minutos más minutos menos, arreglando la casa, aunque ya lo había hecho antes de salir de compras. La hacía sentirse mal el estar tan ansiosa porque Michelle viniera a su casa. Melissa había vivido en esa casa en sus años de secundaria, así que cuando venía de visita (lo cual no era con la suficiente frecuencia en opinión de Kate), Kate no sentía la necesidad de que el lugar estuviera inmaculado. Así que, ¿por qué estaba tan preocupada sobre cómo luciría para un bebé de dos meses?

      Quizas es una extraña clase de nido hecho por la abuela, pensó, mientras cepillaba el lavabo del baño... un baño

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