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moneda, sin embargo, era el hecho de que ella sabía que la mayoría de las mujeres asumirían lo peor de un hombre desconocido en la cuneta de una carretera. Sobre todo, cuando era de noche y sus coches se habían averiado.

      Quizá le conozcan, entonces…

      Eso también requería demasiada imaginación. Por la información que habían recopilado de Tammy y Rita Manning, era probable que Delores no conociera a nadie en Bent Creek.

      Regresó al caso de los McCauley, principalmente porque era el único con el más mínimo asomo de similitud. Abrió su cuenta de email y pulsó en el email más reciente que le habían enviado de la comisaría de Bent Creek. Ella respondió y escribió:

      Muchas gracias por la ayuda. Me preguntaba si podría conseguir unas cuantas cosas más en cuanto sea posible. Me gustaría obtener una lista de los parientes de los McCauleys que vivan en un radio de cincuenta millas, junto con sus detalles de contacto. Si tenéis el número de la agente de Delores Manning, también estaría muy bien.

      Se sintió casi indolente al solicitar la información de tal manera. Pero si le estaban ofreciendo su ayuda con tanto gusto, quería utilizar al departamento de policía de Bent Creek como recurso todo lo que pudiera.

      Cuando terminó con esto, Mackenzie abrió otro archivo… un archivo que se las había arreglado para dejar de lado y para que no le obsesionara durante casi tres semanas. Lo abrió, circuló a través de los documentos, y sacó una sola fotografía.

      Se trataba de una tarjeta de visita con el nombre de su padre garabateado en la parte de atrás. En el otro lado, exhibido en otra foto, estaba el nombre de la empresa en negrita: Antigüedades Barker: Objetos de Colección Antiguos o Raros. Y eso era todo. Ya sabía que dicho lugar no existía—al menos por lo que ella y el FBI pudieran decir—lo que hacía todo mucho más frustrante. Echó un vistazo a la tarjeta y sintió un tirón en el corazón. Se encontraba a dos horas y media del lugar en que había muerto su padre y quizá a tres horas de donde se había hallado la tarjeta de visita en la fotografía—casi veinte años después de la muerte de su padre.

      No era su caso… realmente no. McGrath le había concedido algo así como un pase de extranjis para ayudar en lo que pudiera, pero por el momento, el caso seguía estando frío. Pensó en Kirk Peterson, el detective que había descubierto las nuevas pistas que habían servido para reabrir el caso de su padre. Estuvo a punto de llamarle, pero se dio cuenta de que le habían dado las 11:45. Y, además, ¿de qué iban a hablar más que del silencio relativo a los casos actuales y reabiertos?

      Aun así, tenía que llamarle. Quizá después de este caso, cuando pudiera prestarle a Peterson y al caso su atención completa. Ya iba siendo hora de que se quitara ese mono de encima.

      Se preparó para irse a dormir, cepillándose los dientes y poniéndose un par de pantalones de deporte finos y una camiseta. Justo antes de que se metiera a la cama, miró su teléfono una vez más para comprobar si había llegado algún otro email tardío.

      Vio que la solicitud que había hecho por email a la comisaría de Bent Creek ya había sido respondida, y que había llegado en solo diecisiete minutos después de que ella la enviara. Anotó la información en sus archivos y diseñó un horario mentalmente para el día siguiente. Finalmente se permitió apagar las luces e irse a dormir.

      No le gustaba terminar el día y apagar las luces con preguntas sin responder. Era una sensación desasosegante a la que suponía que nunca se acostumbraría. Pero se había adaptado hacía mucho tiempo, encontrando la manera de dormir unas cuantas horas en condiciones al tiempo que dejaba que sus preguntas pulularan en la oscuridad de la noche, a una distancia cómodamente fuera de su alcance.

      CAPÍTULO OCHO

      Cuando Mackenzie acababa de vestirse, alguien llamó a la puerta de su habitación de motel. Echó un vistazo a través de la mirilla y vio a Ellington de pie al otro lado. Sostenía una cajita de cartón con dos tazas de café encima de ella. Abrió la puerta para dejarle pasar, sin saber muy bien cómo sentirse respecto al hecho de que él estuviera listo para empezar el día antes que ella. Lo cierto es que siempre se había enorgullecido de su sentido de la urgencia y de su tendencia a llegar temprano. Ahora parecía que iba a tener algo de competencia en ese aspecto.

      “¿Estoy interrumpiendo el complicado proceso matutino de una mujer arreglándose?” bromeó mientras colocaba la caja y los cafés en la mesita junto a su cama ya hecha.

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