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dijo un tercer hombre. Este era uno de la estatal. El hombre tenía la presencia de una montaña y llevaba unas gafas de sol que le hacían parecer el malo de una peli de acción de los 80. “Tengo la autoridad para echaros a los dos de aquí. Así que dejad de actuar como niños y haced vuestro trabajo.”

      Este hombre se dio cuenta de la presencia de Mackenzie y de Bryers por primera vez. Caminó hacia donde estaban y sacudió la cabeza como disculpándose.

      “Siento que tengáis que escuchar todas estas tonterías,” dijo mientras se acercaba. “Soy Roger Smith de la policía estatal. Menuda escena que tenemos aquí, ¿eh?”

      “Estamos aquí para examinarla,” dijo Bryers.

      Smith se dio la vuelta hacia los otros siete hombres y con voz resonante dijo: “Salid de aquí y dejad que los federales hagan sus cosas.”

      “¿Y qué hay de nuestras cosas?” preguntó el otro guardabosques. Charlie Holt, recordó Mackenzie. Miraba a Mackenzie y a Bryers con desconfianza. Mackenzie pensó que hasta parecía algo tímido y asustado a su alrededor. Cuando Mackenzie miró en su dirección, él miró al suelo, doblándose hacia delante para recoger una bellota. Entonces se pasó la bellota de una mano a la otra, y después empezó a arrancar pedacitos de ella.

      “Habéis tenido el tiempo suficiente,” dijo Smith. “Retiraos por un momento, ¿os importa?”

      Todos hicieron lo que les habían pedido. Los guardabosques en especial parecían insatisfechos con ello. Haciendo todo lo que podía para suavizar la situación, Mackenzie se imaginó que ayudaría si trataba de implicar a los guardabosques cuanto le fuera posible de modo que no estallara la tormenta.

      “¿Qué tipo de información suelen tener que sacar los guardabosques de algo como esto?” preguntó a los guardabosques mientras se agachaba debajo del cordón policial y empezaba a mirar alrededor. Vio un marcador donde se había encontrado la pierna, marcada como tal en un pequeño tablero. A una buena distancia, vio el otro marcador donde se había descubierto el resto del cuerpo.

      “Necesitamos saber cuánto tiempo vamos a mantener el parque cerrado, para empezar,” dijo Andrews. “Por egoísta que pueda parecer, este parque supone una buena cantidad de los ingresos por turismo.”

      “Tienes razón,” Clements contestó. “Eso suena realmente egoísta.”

      “En fin, creo que tenemos permitido ser egoístas de vez en cuando,” dijo Charlie Holt con voz bastante defensiva. Entonces miró a Mackenzie y a Bryers con aire de desprecio.

      “¿A qué se debe eso?” preguntó Mackenzie.

      “¿Alguno de vosotros sabe el tipo de mierda con el que tenemos que tratar por estos lares?” preguntó Holt.

      “La verdad es que no,” respondió Bryers.

      “Adolescentes haciendo el amor,” dijo Holt. “Orgías completas de vez en cuando. Prácticas extrañas de Wicca. Hasta he atrapado a algún tipo borracho poniéndose caliente con un tocón, y quiero decir con los pantalones bajados hasta los pies. Estas son las historias de las que se ríen los de la policía estatal y que los de la local utilizan como munición para bromas los fines de semana.” Se inclinó y agarró otra bellota, arrancándole pedacitos como había hecho con la primera.

      “Oh,” añadió Joe Andrews. “Y también está lo de atrapar a un padre en el acto de abusar sexualmente de su hija de ocho años justo a la salida de un sendero de pesca y tener que detenerle. ¿Y qué recibo como agradecimiento? La niña chillando para que dejara en paz a su padre y una advertencia firme de la policía estatal y local para que no seamos tan duros la próxima vez. Así que sin duda… podemos ser egoístas con nuestra autoridad de vez en cuando.”

      El bosque enmudeció, el silencio solo fue quebrado cuando uno de los otros policías locales se rió de manera condescendiente y dijo: “Sí. Autoridad. Claro.”

      Los dos guardabosques lanzaron una mirada de odio al hombre. Andrews dio un paso adelante, con aspecto de estar a punto de explotar de ira. “Que te jodan,” dijo sin más.

      “Dije que ya valía de tonterías,” dijo el Oficial Smith. “Una más y todos y cada uno de vosotros os largáis de aquí. ¿Entendido?”

      Por lo visto, lo habían hecho. El bosque se quedó de nuevo en silencio. Bryers entró al otro lado del cordón con Mackenzie y cuando todos los demás se ocuparon en otras cosas detrás de ellos, se inclinó hacia ella. Ella pudo sentir cómo le miraba Charlie Holt, y le hizo desear darle un puñetazo.

      “Esto se puede poner feo,” dijo Bryers en voz baja. “Hagamos lo que podamos para salir de aquí cuanto antes, ¿qué dices?”

      Ella se puso a trabajar, peinando la zona y tomando notas mentalmente. Bryers había salido de la escena del crimen y estaba reposando en un árbol cuando tosió en su brazo. Ella hizo lo que pudo para que esto no le distrajera. Mantuvo la vista en el suelo, estudiando el follaje, la tierra, y los árboles. Lo que no tenía mucho sentido para ella era cómo se había descubierto aquí un cuerpo en tan malas condiciones. Era difícil adivinar cuánto tiempo había pasado desde el asesinato o desde que lo abandonaron en el bosque: la tierra no mostraba señales de que el brutal acto hubiera sido llevado a cabo aquí.

      Notó la ubicación de los carteles que marcaban los puntos en que se habían encontrado las partes del cadáver. Estaban demasiado distantes para que hubiera sido por accidente. Si alguien se deshacía de un cadáver y colocaba sus partes tan lejos unas de otras, eso indicaba intencionalidad.

      “Oficial Smith, ¿sabe si había alguna marca de mordiscos de supuestos animales salvajes en el cadáver?” preguntó.

      “Si los había, eran tan diminutos que un examen básico no los reveló. Desde luego, sabremos más cuando llegue el resultado de la autopsia.”

      “¿Y nadie en su equipo o con la policía local movió el cadáver o los miembros cortados?”

      “No.”

      “Lo mismo digo,” dijo Clements. “Guardas, ¿qué hay de vosotros?”

      “No,” dijo Holt con un tono malicioso en su voz. En este momento, parecía sentirse ofendido por casi cualquier cosa.

      “¿Puedo preguntar qué importancia tiene eso para averiguar quién lo hizo?” le preguntó Smith.

      “Bien, si el asesino hubiera llevado a cabo aquí sus asuntos, habría sangre por todas partes,” explicó Mackenzie. “Incluso aunque hubiera sucedido hace mucho tiempo, habría al menos cantidades mínimas esparcidas por la zona. Y no veo nada. La otra posibilidad es que quizá tiró el cadáver aquí. No obstante, si así fue, ¿por qué estaría la pierna amputada tan lejos del resto del cuerpo?”

      “No te sigo,” dijo Smith. Detrás de él, vio que Clements también le estaba escuchando atentamente pero tratando de que no se le notara.

      “Me hace pensar que el asesino arrojó aquí el cadáver pero que colocó las partes a esta distancia a propósito.”

      “¿Por qué?” preguntó Clements, incapaz de seguir pretendiendo que no estaba escuchando.

      “Podría haber varias razones,” dijo ella. “Puede que haya sido algo tan morboso como simplemente divertirse con el cadáver, esparciéndolo por todas partes como si se tratara de unos juguetes con los que él estaba jugando. Queriendo llamar nuestra atención. O podría haber algún tipo de razones calculadas para ello—para la distancia, el hecho de que fuera una pierna, y así sucesivamente.”

      “Ya veo,” dijo Smith. “Bueno, algunos de mis hombres ya escribieron un informe que contiene la distancia entre el cadáver y la pierna. Y todas las medidas que se te puedan ocurrir.”

      Mackenzie echó otra mirada alrededor—al grupo de hombres reunidos y el bosque aparentemente en paz—y se detuvo por un momento. No había una razón clara para elegir este lugar. Eso le hacía pensar que el lugar era arbitrario. Aun así, el hecho de que

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