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se acercaban, Thor vio que una neblina, que brillaba a la luz, rodeaba la isla y percibió una energía mágica en aquel lugar. Miró hacia arriba y vio que era un lugar inhóspito, los acantilados se levantaban en el aire, a unos cien metros, una isla estrecha, inclinada, cruel, las olas rompían en los peñascos que la rodeaban, emergiendo del agua como bestias prehistóricas. Thor sentía, en cada ápice de su ser, que allí era donde debían ir.

      “Es una subida muy empinada”, dijo O’Connor. “Eso si conseguimos subirla”.

      “Y no sabemos qué hay en la cima”, añadió Elden. “Podría ser hostil. No tenemos ninguna de nuestras armas, a excepción de tu espada. No podemos permitirnos una batalla aquí”.

      Pero Thor miró el sitio y se quedó maravillado, percibiendo que allí había algo fuerte. Miró hacia arriba y vio a Estopheles volando en círculos sobre ella y se sintió incluso más seguro de que este era el lugar.

      “No debemos dejar ni una piedra por remover en nuestra búsqueda de Guwayne”, dijo Thor. “Ningún lugar es lo suficientemente remoto. Esta isla será nuestra primera parada”, dijo. Agarró con fuerza su espada:

      “Sea hostil o no”.

      CAPÍTULO SEIS

      Alistair se encontraba en un extraño paisaje que no reconocía. Era una especie de desierto y, cuando miraba hacia abajo, el suelo del desierto pasaba de negro a rojo, secándose, resquebrajándose a sus pies. Alzó la vista y en la distancia divisó a Gwendolyn de pie delante de un ejército dispar y desharrapado, de unas pocas docenas de hombres, miembros de los Plateados que Alistair conoció en una ocasión, los rostros de todos ellos estaban ensangrentados, sus armaduras agrietadas. En los brazos de Gwendolyn había un bebé y Alistair sintió que era su sobrino, Guwayne.

      “¡Gwendolyn!” exclamó Alistair, aliviada al verla. “¡Hermana mía!”

      Pero mientras Alistair observaba, se oyó, de repente, un horrible sonido, el sonido del batir de un millón de alas, cada vez más fuerte, seguido de un gran graznido. El horizonte se ennegreció y el cielo apareció repleto de cuervos, volando hacia ella.

      Alistair observó horrorizada cómo los cuervos llegaron en una enorme bandada, un muro negro, que bajó en picado y arrancó a Guwayne de los brazos de Gwendolyn. Chillando, lo elevaron hasta el cielo.

      “¡NO!” chilló Gwendolyn, dirigiéndose hacia el cielo mientras le tiraban del pelo.

      Alistair observaba, indefensa, que no podía hacer nada excepto ver cómo se llevaban al bebé, que estaba chillando. El suelo del desierto se agrietó y secó todavía más y empezó a partirse hasta que, uno a uno, todos los hombres de Gwen se desplomaron hacia su interior.

      Solo quedó Gwendolyn, allí de pie, mirándola fijamente, con los ojos poseídos por una mirada que Alistair hubiera deseado no ver nunca.

      Alistair parpadeó y se encontró a sí misma en un gran barco en medio de un océano, con las olas rompiendo a su alrededor. Miró a su alrededor y vio que era la única persona en el barco, miró hacia delante y vio otro barco delante de ella. Erec estaba en la proa, de cara a ella y lo acompañaban centenares de soldados de las Islas del Sur. Se desesperó al verlo en otro barco y navegando lejos de ella.

      “¡Erec!” exclamó.

      Él la miró fijamente, dirigiéndose hacia ella.

      “¡Alistair!” gritó él en respuesta. “¡Vuelve conmigo!”

      Alistair observó horrorizada cómo los barcos iban mucho más lejos, a la deriva y el barco de Erec era absorbido lejos de ella por las mareas. El barco de él empezó a dar vueltas lentamente sobre sí mismo en el agua y daba vueltas más y más rápido. Erec extendía el brazo hacia ella, Alistair, indefensa, no podía hacer nada sino observar cómo el barco era engullido por un remolino, más y más adentro, hasta que desapareció de la vista.

      “¡EREC!” gritó Alistair.

      Entonces otro lamento se unió al suyo y Alistair miró hacia abajo y vio que estaba sujetando a un bebé, el hijo de Erec. Era un niño y su lloro se elevaba hasta el cielo, ahogando el ruido del viento y de la lluvia y el griterío de los hombres.

      Alistair despertó chillando. Se incorporó y miró a su alrededor, preguntándose dónde estaba, qué había pasado. Respiraba con dificultad, poco a poco se serenó, tardó unos instantes en darse cuenta de que solo era un sueño.

      Se puso de pie y miró hacia abajo a las tarimas chirriantes de la cubierta y se dio cuenta de que todavía estaba en el barco. Todo le vino como una riada: su partida de las Islas del Sur, su misión para liberar a Gwendolyn.

      “¿Mi señora?” dijo una voz suave.

      Alistair echó un vistazo y vio a Erec de pie a su lado, mirándola preocupado. Ella se sintió aliviada al verlo.

      “¿Otra pesadilla?” preguntó él.

      Ella asintió, apartando la vista, cohibida.

      “Los sueños son más reales en el mar”, dijo otra voz.

      Alistair se dio la vuelta y vio al hermano de Erec, Strom, por allí cerca. Miró más lejos y vio a centenares de habitantes de las Islas del Sur a bordo del barco y le vino todo a la memoria. Recordó su partida, dejando atrás a una afligida Dauphine, que se quedaba a cargo de las Islas del Sur junto a su madre. Desde que recibieron aquel mensaje, todos ellos sintieron que no les quedaba otra elección que partir hacia el Imperio, en busca de Gwendolyn y todos los demás habitantes del Anillo, se sentían obligados a salvarlos. Sabían que sería una misión imposible, sin embargo a ninguno de ellos les importaba. Era su deber.

      Alistair se frotaba los ojos e intentaba borrar las pesadillas de su mente. No sabía cuántos días habían pasado ya en este mar interminable y mientras lo observaba ahora, estudiando el horizonte, no podía ver mucho. Todo estaba oculto por la niebla.

      “La niebla nos ha seguido desde las Islas del Sur”, dijo Erec, siguiendo su mirada.

      “Esperemos que no sea un augurio”, añadió Strom.

      Alistair se masajeó suavemente la barriga, para asegurarse de que estaba bien, de que su bebé estaba bien. Su sueño había sido muy real. Lo hizo rápido y discretamente, no quería que Erec lo supiera. Todavía no se lo había contado. Una parte de ella quería hacerlo, pero otra parte de ella quería esperar al momento perfecto, cuando fuera adecuado.

      Tomó a Erec de la mano, aliviada al ver que estaba vivo.

      “Estoy contenta de que estés bien”, dijo ella.

      Él le sonrió, la acercó hacia él y la besó.

      “¿Y por qué no debería estarlo?” preguntó él. “Tus sueños son solo fantasías de la noche. Por cada pesadilla, existe también un hombre que está a salvo. Yo estoy seguro aquí, contigo y con mi fiel hermano y mis hombres, tanto como jamás pueda esperar estarlo”.

      “Al menos hasta que lleguemos al Imperio”, añadió Strom con una sonrisa. “Entonces estaremos todo lo a salvo que se puede estar con una pequeña flota contra diez mil barcos”.

      Strom sonreía mientras hablaba, parecía que se deleitara en que llegara la lucha.

      Erec se encogió de hombros, serio.

      “Con los Dioses detrás de nuestra causa”, dijo, “no podemos perder. Sean cuales sean las probabilidades”.

      Alistair se echó hacia atrás y frunció el ceño, intentando ver el sentido de todo aquello.

      “Vi cómo tú y tu barco erais engullidos hacia el fondo del mar. Te vi a bordo de él”, dijo ella. Quería añadir algo más acerca del bebé, pero se contuvo.

      “Los sueños no siempre son lo que aparentan ser”, dijo él. Aunque en lo profundo de sus ojos, ella vio un destello de preocupación.  Él sabía que ella veía cosas y respetaba sus visiones.

      Alistair respiró profundamente, miró hacia abajo al agua y supo que él tenía razón. Todos ellos estaban aquí, vivos después

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