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Una Promesa de Hermanos . Морган Райс
Читать онлайн.Название Una Promesa de Hermanos
Год выпуска 0
isbn 9781632916242
Автор произведения Морган Райс
Серия El Anillo del Hechicero
Издательство Lukeman Literary Management Ltd
Darius miró a Dray, que fue corriendo a su lado, agradecido a él para siempre.
Darius oyó otro grito de guerra y, al girarse, descubrió a otro oficial del Imperio cargando hacia él, levantando su espada y dirigiéndola hacia abajo, hacia él. Darius se dio la vuelta y lo esquivó, lanzando por los aires con un golpe de espada la otra espada antes de que pudiera alcanzarle el pecho. Entonces Darius giró y propinó una patada en los pies al soldado desde abajo. Este cayó al suelo y Darius le dio una patada en la mandíbula antes de que pudiera levantarse, dejándolo fuera de combate para siempre.
Darius observó cómo Loti pasaba corriendo por su lado lanzándose de cabeza al grosor de la lucha mientras arrancaba una espada de la cintura de un soldado muerto. Dray se lanzó hacia delante para protegerla y a Darius le preocupó verla en medio de la lucha y deseaba proporcionarle seguridad.
Loc, su hermano, se le adelantó. Corrió hacia delante y agarró a Loti por detrás, haciendo que soltara la lanza.
“¡Debemos marcharnos de aquí!” dijo. “¡Este no es lugar para ti!”
“¡Este es el único lugar para mí!” insistió ella.
Sin embargo, Loc, incluso con una sola mano buena, era sorprendentemente fuerte y consiguió arrastrarla, protestando y dando patadas, lejos del grosor de la batalla. Darius le estaba más agradecido de lo que podía decir.
Darius oyó el sonido del acero a su lado y, al darse la vuelta, vio a uno de sus hermanos de armas, Kaz, luchando contra un soldado del Imperio. Mientras Kaz una vez había sido un abusón y un dolor de muelas para Darius, ahora debía admitir que estaba feliz de tener a Kaz a su lado. Él veía cómo Kaz iba de un lado para el otro con el soldado, un guerrero formidable, golpe a golpe, hasta que al final el soldado, en un movimiento inesperado, venció a Kaz y tiró la espada de su mano.
Kaz estaba allí, indefenso, con el miedo en el rostro por primera vez desde que Darius podía recordar. El soldado del Imperio, con sangre en sus ojos, dio un paso adelante para acabar con él.
De repente, se oyó un ruido metálico y el soldado se congeló y cayó de cara al suelo. Muerto.
Los dos echaron un vistazo y Darius se quedó perplejo al ver allí a Luzi, la mitad del tamaño de Kaz, sujetando una honda en su mando, vacía por haber disparado recientemente. Luzi sonrió satisfecho a Kaz.
“¿Te arrepientes ahora de haber abusado de mí?” le dijo a Kaz.
Kaz lo miró fijamente, sin habla.
Darius estaba impresionado de que Luzi, después de la manera en que Kaz lo había atormentado durante todos sus días de entrenamiento, se había acercado a salvar su vida. Esto inspiraba a Darius a luchar con más fuerza.
Darius, viendo al zerta abandonado pisoteando salvajemente a sus filas, se apresuró hacia delante, corrió a su lado y lo montó.
El zerta daba salvajes sacudidas, pero Darius resistía, sujetándose fuerte, decidido. Finalmente, lo controló y consiguió darle la vuelta y dirigirlo hacia las filas del Imperio.
Su zerta galopaba tan rápido que apenas podía controlarlo, llevándolo lejos de todos sus hombres, directo a embestir sin ayuda alguna el grosor de las filas del Imperio. El corazón de Darius latía con mucha fuerza en su pecho mientras se acercaba al muro de soldados. Parecía impenetrable desde aquí. Y aún así, no había vuelta atrás.
Darius se obligó a que su valentía lo llevara. Cargó directo hacia ellos y, mientras lo hacía, daba golpes salvajemente con su espada.
Desde esta ventajosa posición alta, Darius daba golpes con su espada a un lado y a otro, llevándose a docenas de sorprendidos soldados del Imperio, que no habían previsto que los atacara un zerta. Se abría camino entre las filas a una velocidad cegadora, separando el mar de soldados, llevado por el fragor del momento cuando, de repente, sintió un horrible dolor en el costado. Sintió como si las costillas se le hubieran partido en dos.
Darius perdió el equilibrio y salió volando por los aires. Dio un fuerte golpe en el suelo, sintiendo un dolor punzante en el costado y se dio cuenta de que le habían golpeado con la bola de metal de un mayal. Estaba tumbado en el suelo, en el mar de soldados del Imperio, lejos de su gente.
Mientras estaba allí tumbado, su cabeza resonaba y el mundo se le volvió borroso, miró a la distancia y vio que estaban rodeando a su gente. Ellos luchaban con valentía, pero estaban en clara desventaja numérica, demasiado descompensados. Estaban haciendo una carnicería con sus hombres, sus gritos llenaban el aire.
La cabeza de Darius, demasiado pesada, cayó hacia el suelo y, allí tumbado, miró hacia arriba y vio a todos los soldados del Imperio acercándose a él. Estaba allí tumbado, agotado, y sabía que su vida pronto se acabaría.
Al menos, pensó, moriría con honor.
Al menos, finalmente, era libre.
CAPÍTULO DOS
Gwendolyn estaba en la cima de la colina, observando el amanecer en el cielo del desierto y su corazón palpitaba con expectación mientras se preparaba para atacar. Observando la confrontación del Imperio con los aldeanos desde lejos, había hecho marchar a sus hombres aquí, rodeando el campo de batalla desde lejos y posicionándolos detrás de las líneas del Imperio. El Imperio, demasiado concentrados en los aldeanos, en la batalla de allá abajo, no los habían visto venir. Y ahora, que los aldeanos empezaban a morir allá abajo, era el momento de hacérselo pagar.
Desde que Gwendolyn había decidido que sus hombres dieran media vuelta para ayudar a los aldeanos, había sentido una abrumadora sensación de destino. Ganaran o perdieran, sabía que hacerlo era lo correcto. Había visto cómo se desplegaba la confrontación desde arriba de la sierra, había visto cómo los ejércitos del Imperio se aproximaban con sus zertas y sus soldados profesionales y esto le refrescó sus sentimientos, recordándole la invasión del Anillo de Andrónico y, después, de Rómulo. Había observado a Darius, dando un paso al frente él solo, para enfrentarse a ellos y su corazón se había llenado de esperanza al presenciar cómo mataba a aquel comandante. Era algo que Thor habría hecho. Que ella misma habría hecho.
Gwen ahora estaba allí, Krohn gruñendo en voz baja a su lado, Kendrick, Steffen, Brandt, Atme, docenas de Plateados y centenares de sus hombres todos detrás de ella, todos llevando las armaduras de acero que tenían desde que dejaron el Anillo, todos con sus armas de acero, todos aguardando pacientemente sus órdenes. El suyo era un ejército profesional y no habían luchado desde que fueron exiliados de su tierra.
El momento había llegado.
“¡AHORA!” gritó Gwen.
Entonces se levantó un gran grito de batalla mientras todos sus hombres, dirigidos por Kendrick, corrían colina abajo, sus voces parecían las de miles de leones en la primera luz de la mañana.
Gwen observaba cómo sus hombres alcanzaban las líneas del Imperio y cómo los soldados del Imperio, preocupados por luchar contra los aldeanos, se daban la vuelta lentamente, desconcertados, claramente sin entender quién los podía estar atacando y por qué. Estaba claro que estos soldados del Imperio nunca antes habían sido cogidos desprevenidos y menos aún por un ejército profesional.
Kendrick no les dio tiempo a reagruparse, a digerir lo que estaba sucediendo. Se abalanzó hacia delante, apuñalando al primer hombre que encontró y Brandt, Atme, Steffen y las docenas de Plateados que estaban a su lado se unieron a él, gritando mientras clavaban sus armas en los soldados. Todos sus hombres tenían rencor acumulado, todos morían por luchar, anhelaban la venganza contra el Imperio y por haber estado encerrados ociosos demasiados días dentro de la cueva. Gwen sabía que habían anhelado soltar su ira hacia el Imperio desde que habían abandonado el Anillo y en esta batalla habían encontrado la salida perfecta. En los ojos de cada uno de ellos ardía un fuego, un fuego que sostenía las almas de todos los seres queridos que habían perdido en el Anillo y en las Islas Superiores. Era una necesidad de venganza que habían llevado