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sé lo que sea, pero lamento lo que haya hecho para justificar la presencia de la corte del Duque".

      Erec sonrió. Sus palabras, su lenguaje, el sonido de su voz – todo lo hizo sentir como nuevo. No quería que ella dejara de hablar.

      Erec estiró la mano y tocó su barbilla, levantándola hasta que sus ojos se encontraron con los de él. Su corazón se aceleró al mirarla a los ojos.  Parecía perderse en un mar de color azul.

      "Mi señora, no ha hecho nada para ofenderme. No creo que jamás sea capaz de ofenderme. He venido aquí no por ira, sino por amor. Desde que la vi, no he podido pensar en nada más".

      La chica parecía nerviosa y de inmediato bajó la mirada al suelo, parpadeando varias veces. Torció sus manos, se veía nerviosa, abrumada. Obviamente, ella no estaba acostumbrada a esto.

      “Por favor, mi señora, dígame. ¿Cuál es su nombre?".

      "Alistair", respondió, humildemente.

      "Alistair", repitió Erec, abrumado. Era el nombre más bonito que había escuchado.

      “Pero no sé de qué le sirve saberlo”, añadió ella, suavemente, mirando todavía al suelo. “Usted es un Lord. Yo solo soy una sirvienta”.

      “Ella es mi sirvienta, para ser exactos”, dijo el tabernero, acercándose, molesto.  “Ella está obligada a trabajar para mí. Firmó un contrato, hace años. Ella prometió siete años. A cambio, le daría comida y cuarto. Lleva tres años. Así que como verá, esto es una pérdida de tiempo. Ella es mía. Soy su dueño. No se la va a llevar. Ella es mía. ¿Entiende?“.

      Erec sintió un odio por el tabernero, más allá de lo que jamás había sentido por un hombre. Estaba entre sacar su espada y apuñalarlo en el corazón y acabar con él. Pero por mucho que el hombre pudiera merecerlo, Erec no quería romper la ley del rey. Después de todo, sus acciones se reflejaban en el rey.

      “La ley del rey es la ley del rey”, dijo Erec al hombre, con firmeza. “No es mi intención romperla.  Habiendo dicho eso, mañana empiezan los torneos. Y tengo derecho, como cualquier hombre, a elegir a mi esposa. Y que se sepa aquí y ahora que elijo a Alistair”.

      Un jadeo se extendió por el salón, mientras todos se veían unos a otros, sorprendidos.

      “Eso”, añadió Erec, “si ella está de acuerdo”.

      Erec miró a Alistair, con el corazón acelerado, mientras ella seguía con el rostro hacia el suelo. Él se dio cuenta de que ella se sonrojaba.

      “¿Está de acuerdo, mi señora?”, preguntó él.

      La sala quedó en silencio.

      “Mi señor”, dijo ella suavemente, “usted no sabe quién soy, de dónde soy ni por qué estoy aquí. Y temo que no puedo decirle esas cosas”.

      Erec la miró, perplejo.

      “¿Por qué no puede decírmelo?”

      “Nunca se lo he dicho a nadie, desde que llegué”. Hice una promesa“.

      “¿Pero por qué?”, dijo él presionando, con mucha curiosidad.

      Pero Alistair solo mantuvo su cara hacia abajo, en silencio.

      “Es cierto”, dijo una de las sirvientas. “Ella nunca nos ha dicho quién es. Ni por qué está aquí. Se niega a decirlo. Lo hemos intentado durante años”.

      Erec se sentía muy desconcertado por ella—pero eso solo le añadía misterio.

      “Si no puedo saber quién es usted, entonces no lo sabré”, dijo Erec. “Respeto su voto. Pero eso no cambiará mi afecto por usted. Mi señora, no importa quién sea usted, si gano esos torneos, entonces la elegiré como mi premio. Usted, de todas las mujeres de todo este reino. Le pregunto otra vez, ¿da su consentimiento?”.

      Alistair mantuvo sus ojos fijos en el suelo, y mientras Erec miraba, vio que rodaban lágrimas de sus mejillas.

      De repente, ella se dio la vuelta y salió corriendo del salón, cerrando la puerta detrás de ella.

      Erec se quedó ahí parado, con los otros, en un silencio asombroso.  Casi no sabía cómo interpretar su respuesta.

      “¿Lo ve? Está perdiendo su tiempo y el mío”, dijo el tabernero. “Ella dijo que no. Váyase, entonces”.

      Erec frunció el ceño.

      “Ella no dijo que no”, interrumpió Brandt. “Ella no contestó”.

      “Ella tiene derecho a tomarse su tiempo”, dijo Erec, en defensa de ella. “Después de todo, tiene mucho que pensar.

      Ella tampoco me conoce”.

      Erec se quedó ahí parado, pensando qué hacer.

      “Me quedaré aquí esta noche”, anunció Erec finalmente. “Me dará una habitación aquí, al fondo del pasillo junto al de ella. Por la mañana, antes de que empiecen los torneos, volveré a preguntarle a ella. Si ella lo aprueba, y si gano, ella será mi esposa. Si es así, compraré el contrato que tiene con usted, y se irá de aquí, conmigo”.

      Claramente, el tabernero no quería a Erec bajo su techo, pero no se atrevía a decir nada, así que se dio la vuelta y salió del salón, furioso, azotando la puerta tras de él.

      “¿Estás seguro de que quisieras quedarte aquí?”, preguntó el duque. ”Regresa al castillo con nosotros”.

      Erec negó, con seriedad.

      “Nunca había estado más seguro de algo en mi vida”.

      CAPÍTULO OCHO

      Thor se desplomó por el aire, buceando, cayendo de cabeza hacia las agitadas aguas del Mar de Fuego. Entró en ellas y se hundió, se sumergió y se sorprendió al sentir que el agua estaba caliente.

      Debajo de la superficie, Thor abrió brevemente sus ojos—y deseó no haberlo hecho.

      Alcanzó a ver todo tipo de extrañas y horribles criaturas de mar, pequeñas y grandes, con caras poco comunes y grotescas.  El mar estaba repleto. Él rezó para que no lo atacaran antes de que pudiera llegar a salvo al bote de remos.

      Thor salió a la superficie con un jadeo, y buscó de inmediato al muchacho que se ahogaba.

      Él lo vio y justo a tiempo: él se agitaba, se hundía, y en unos segundos más, seguramente se habría ahogado.

      Thor llegó a su alrededor, lo agarró por atrás de su clavícula, y empezó a nadar con él, manteniendo ambos la cabeza arriba del agua. Thor oyó el sonido de un cachorro y un gemido, y cuando se volvió, se sorprendió al ver a Krohn: debe haber saltado tras él. El leopardo nadó junto a él, chapoteando hacia Thor, lloriqueando. Thor se sintió terrible de que Krohn estuviera en peligro de esa manera—pero sus manos estaban ocupadas y no podía hacer gran cosa.

      Thor intentó no ver alrededor, al agua, color roja, a las extrañas criaturas que aparecían y desaparecían alrededor de él.  Una criatura de fea apariencia, púrpura, con cuatro patas y dos cabezas, emergió cerca, le silbó, y se sumergió, haciendo que Thor se estremeciera.

      Thor se dio vuelta y vio el bote a remos, a unos dieciocho metros y nadó hacia él frenéticamente, usando su brazo y las piernas mientras arrastraba al muchacho. El chico se agitó y gritó, resistiendo, y Thor temía que podría hundirse con él.

      "¡No te muevas!". Thor gritó duramente, esperando que el chico escuchara.

      Finalmente, lo hizo. Thor se sintió aliviado momentáneamente—hasta que oyó un chapoteo y giró su cabeza hacia otro lado: justo junto a él, otra criatura emergió, pequeña, con una cabeza amarilla y cuatro tentáculos. Tenía una cabeza cuadrada, y nadó hacia él, gruñendo y temblando.  Parecía una serpiente de cascabel que vivía en el mar, excepto porque la cabeza era demasiado cuadrada.  Thor se preparó mientras se acercaba, preparándose para ser mordido— pero de repente abrió su boca ampliamente y lanzó agua de mar en él. Thor parpadeó, tratando de quitarla de sus ojos.

      La

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