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de Tirus, quienes estaban allí parados, también paralizados por la conmoción, presenciando todos el evento. Reece se preparó para la muerte. Sin embargo, no se arrepentía. Se sentía agradecido por haber tenido la oportunidad de matar a este hombre, quien se atrevió a pensar que Reece le ofrecería una disculpa.

      Reece sabía que la muerte era inevitable; era minoría en esta habitación, y las únicas personas en esta gran sala que estaban a su lado eran Matus y Srog. Srog, herido, estaba atado con cuerdas, preso, y Matus estaba parado al lado de él, bajo la atenta mirada de los soldados. Serían de poca ayuda contra este ejército de hombres leales a Tirus, de las Islas Superiores.

      Pero antes de que Reece muriera, quería completar su venganza y matar a tantos hombres de estas Islas Superiores como pudiera.

      Tirus cayó a los pies de Reece, muerto, y Reece no vaciló: extrajo su daga e inmediatamente giró y cortó la garganta del general de Tirus, quien estaba de pie junto a él; con el mismo movimiento, Reece había apuñalado a otro general en el corazón.

      Cuando todos los que estaban en shock en la sala comenzaron a reaccionar, Reece se movió rápidamente. Sacó dos espadas de las fundas de los dos hombres moribundos y fue a atacar al grupo de soldados que estaban frente a él. Mató a cuatro antes de que tuvieran oportunidad de reaccionar.

      Cientos de guerreros finalmente entraron en acción, descendiendo sobre Reece de todos los lados posibles. Reece convocó a toda su formación en la Legión, todas las veces que había sido obligado a luchar contra grupos de hombres, y cuando lo cercaron, levantó su espada con ambas manos. Él no se sentía abrumado por la armadura, como los otros hombres, o por un cinturón lleno de armas, o por un escudo; era más ligero y más rápido que todos ellos y estaba furioso y arrinconado y luchando por su vida.

      Reece luchaba valientemente, más rápido que todos ellos, recordando esos tiempos en que había peleado contra Thor, el más grande guerrero con el que había luchado en la vida, recordando cuántas de sus habilidades había mejorado. Derribó hombre tras hombre, blandiendo su espada contra muchos otros, las chispas volaban mientras luchaba en todas direcciones. Giró y giró hasta que le pesaron los brazos, derribando a una docena de hombres antes de que pudieran parpadear.

      Pero llegaron más y más  hombres. Eran demasiados. Por cada seis que caían, una docena más aparecía, y la muchedumbre creció mientras se unían y lo presionaban desde todos lados. Reece respiraba con dificultad mientras sentía el corte de una espada en su brazo y gritó, la sangre salía de su bíceps. Giró y apuñaló al hombre en las costillas, pero el daño ya había sido hecho. Ahora estaba herido, y todavía más hombres aparecieron de todos lados. Sabía que había llegado su momento.

      Se dio cuenta, agradecido, de que por lo menos, sería capaz de morir en un acto de valor.

      "¡REECE!".

      De repente se oyó un grito en el aire, era una voz que Reece reconoció inmediatamente.

      Era una voz de mujer.

      El cuerpo de Reece se adormeció, mientras se daba cuenta de quién era esa voz. Era la voz de la única mujer que quedaba en el mundo que podría llamar su atención, incluso en medio de esta gran batalla, aun en el momento en que estaba muriendo:

      Stara.

      Reece miró hacia arriba y la vio parada a lo alto de las gradas de madera que estaban alineadas a los costados del salón. Ella estaba muy por encima de la multitud, con su expresión feroz, sus venas saltando en su garganta, mientras ella le gritaba. Él vio que ella sostenía un arco y una flecha, y observaba cómo apuntaba a lo alto, a un objeto en la habitación.

      Reece siguió la mirada de ella y se dio cuenta a qué estaba apuntando: a una cuerda gruesa, de quince metros de largo, anclando una inmensa araña de metal de nueve metros de diámetro, cayendo en un gancho de hierro en el suelo de piedra. El aparato era tan grueso como el tronco de un árbol y sostenía varios cientos de velas llameantes.

      Reece se dio cuenta: Stara quería tirar la cuerda. Si lograba atinarle, haría caer la araña estrepitosamente – y aplastaría a la mitad de los hombres en ese salón. Y cuando Reece miró hacia arriba, se dio cuenta de que estaba parado debajo de la araña.

      Ella le estaba advirtiendo que se moviera.

      El corazón de Reece se aceleró lleno de pánico, mientras se daba vuelta y bajaba su espada e iba a la carga hacia el grupo de atacantes, corriendo para salir antes de que la araña cayera. Pateó y dio codazos y cabezazos a los soldados para quitarlos del camino, mientras atravesaba el grupo. Reece recordó de su niñez la gran tiradora que era Stara – superando siempre a los chicos – y sabía que su tiro sería perfecto. Aunque corrió dando la espalda a los hombres que lo perseguían, confió en ella, sabiendo que atinaría.

      Un momento después, Reece escuchó el sonido de una flecha surcando el aire, una gran cuerda que se rompía, luego un enorme pedazo de hierro liberándose, cayendo en picado a través del aire, a toda velocidad. Se escuchó un ruido tremendo, todo el salón vibró, la vibración hizo caer a Reece. Reece sintió viento en su espalda, el candelabro estuvo a punto de caerle a unos pocos centímetros, mientras caía en la piedra sobre sus manos y rodillas.

      Reece escuchó los gritos de los hombres, y miró sobre su hombro y vio el daño que Stara había ocasionado: docenas de hombres estaban en el suelo, aplastados por el candelabro, había sangre por todos lados, gritaban sujetados hacia sus muertes. Ella le había salvado la vida.

      Reece se abrió paso, mirando a Stara, y vio que ahora ella estaba en peligro. Varios hombres se acercaban a ella, y mientras apuntaba con su arco y flecha, sabía que sólo tenía algunos tiros para lanzar.

      Ella giró y miró nerviosamente a la puerta, pensando evidentemente que podrían escapar por ahí. Pero mientras Reece seguía su mirada, su corazón se detuvo cuando vio a docenas de los hombres de Tirus corriendo hacia adelante y bloqueándola, cerrando las dos enormes puertas dobles con una gruesa viga de madera.

      Estaban atrapados, todas las salidas estaban bloqueadas. Reece sabía que morirían ahí.

      Reece vio a Stara mirando alrededor del salón, frenética, hasta que su mirada se posó en las gradas de madera que estaban en la pared posterior.

      Hizo un gesto a Reece mientras corría hacia ella, y él no tenía idea de qué era lo que tenía en mente. No veía una salida. Pero ella conocía este castillo mejor que él, y tal vez tenía una ruta de escape en mente que él no veía.

      Reece se dio vuelta y corrió, luchando por abrirse camino entre los hombres, mientras empezaban a reagruparse y a atacarlo. Mientras corría entre la multitud luchó lo menos posible, tratando de no participar demasiado, sino tratando de cortar camino a través de los hombres y abrirse paso para ir a la esquina extrema de la habitación.

      Mientras corría, Reece vio a Srog y a Matus, decidido a ayudarlos también, y estaba gratamente sorprendido de ver que Matus le había quitado las espadas a sus captores y los había apuñalado a ambos; mientras veía cómo Matus cortaba rápidamente las cuerdas de Srog, liberándolo, y éste tomó una espada y mató a varios soldados que se acercaron.

      "¡Matus!", gritó Reece.

      Matus se volvió y lo miró, y vio a Stara en el otro extremo de la pared y vio hacia dónde estaba corriendo Reece. Matus tiró de Srog, y se dieron vuelta y también corrieron hacia él; ahora todos iban hacia la misma dirección.

      Mientras Reece luchaba por abrirse paso por la habitación, ésta comenzó a abrirse. No había tantos soldados aquí, en esta esquina extrema del salón, lejos de la esquina opuesta, de la salida cerrada con barrotes donde todos los soldados convergían. Reece esperaba que Stara supiera lo que estaba haciendo.

      Stara corrió hacia las gradas de madera, saltando más y más alto de las filas, pateando hombres en la cara, cuando se acercaban a sujetarla. Mientras Reece la observaba, tratando de alcanzarla, no sabía exactamente hacia dónde iba o cuál sería su plan.

      Reece llegó a la esquina lejana y saltó sobre las gradas, hacia la primera fila de madera, después a la siguiente, luego a la otra, saltando más y más alto hasta que estuvo a tres metros arriba de la multitud, en la banca

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