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aunque el fondo existiera", replicó Krog, "¿de qué nos servirá si está tan abajo que no podemos ni verlo ni oírlo? Nos podría tomar varios días llegar a él – varias semanas".

      "Además de que no es una caminata relajada", dijo Serna. "¿No has visto los acantilados?".

      Reece se dio vuelta y observó los acantilados, los muros de roca antigua del Cañón, parcialmente ocultos en los remolinos de niebla. Eran rectos, verticales. Él sabía que tenían razón; no sería fácil. Pero también sabía que no tenían elección.

      "Se pondrá peor", argumentó Reece. "Esas paredes también son resbaladizas, con niebla. Y aun cuando lleguemos a la parte inferior, tal vez no podamos subir”.

      Todos ellos lo miraban, perplejos.

      "¿Entonces también estás de acuerdo en que es una locura intentarlo?", dijo Krog.

      "Estoy de acuerdo en que es una locura", dijo Reece, con una voz retumbando con autoridad y confianza. "Pero nacimos para hacer locuras. No somos simples hombres; no somos simples ciudadanos del Anillo. Somos una raza especial: somos soldados. "Somos guerreros. Somos hombres de La Legión. Hicimos una promesa, un juramento. Juramos que nunca huiríamos de una misión por ser demasiado difícil o peligrosa, que nunca dudaríamos de hacer un esfuerzo que pudiera provocarnos daños personales. Sólo los débiles se esconden y se encogen de miedo —pero no nosotros. Eso es lo que nos hace guerreros. Es la esencia de la gallardía: uno se embarca en una causa más grande que uno mismo porque es lo correcto, lo honorable, aunque pueda ser imposible. Después de todo, no es la victoria lo que hace que algo sea valeroso, sino el intentarlo. Es más grande que nosotros. Esto es lo que somos.

      Hubo un silencio pesado, mientras el viento azotaba y los demás consideraban sus palabras.

      Finalmente, Indra dio un paso adelante.

      "Concuerdo con Reece", dijo ella.

      "Yo también", agregó Elden, avanzando.

      "Y yo", agregó O'Connor, caminando al lado de Reece.

      Conven caminaba en silencio al lado de Reece, agarrando la empuñadura de su espada, dándose vuelta para ver a los demás. "Por Thorgrin", dijo, "voy a los confines de la tierra”.

      Reece se sentía envalentonado teniendo a sus miembros de La Legión dignos de confianza a su lado, estas personas que se habían vuelto tan cercanas a él como si fueran familia, que se habían aventurado con él hasta los confines del Imperio. Los cinco se quedaron allí y miraron a los dos nuevos miembros de La Legión, Krog y Serna, y Reece se preguntó si iban a unirse a ellos. Necesitaban ayuda adicional; pero si querían regresar, entonces que así fuera. Él no se los preguntaría dos veces.

      Krog y Serna estaban allí parados, mirando hacia atrás, inseguros.

      "Soy mujer", les dijo Indra, "como se han burlado de mí antes. Y sin embargo, aquí estoy, lista para el desafío de un guerrero – mientras que ustedes están ahí, con todos sus músculos, burlándose y con miedo".

      Serna refunfuñó, molesto, peinando hacia atrás su largo cabello castaño de sus anchos y estrechos ojos y dando un paso hacia adelante.

      "Iré", dijo, "pero sólo por el bien de Thorgrin”.

      Krog fue el único que se quedó allí parado, con la cara roja, desafiante.

      "Ustedes son unos malditos tontos", dijo. "Todos ustedes".

      Pero aun así, avanzó, uniéndose a ellos.

      Reece, satisfecho, se volvió y los llevó al borde del Cañón. No había tiempo que perder.

*

      Reece se mantuvo a un costado del acantilado mientras bajaba poco a poco, y los demás iban varios metros arriba de él, haciendo difícil el descenso, como había sido durante horas. El corazón de Reece latía aceleradamente mientras se abría paso tratando de mantener el equilibrio, con sus dedos en carne viva y entumecidos de frío, con sus pies deslizándose sobre la roca resbaladiza. Él no había pensado que fuera tan difícil. Había mirado hacia abajo y había estudiado el terreno, la forma de la piedra y había notado que en algunos lugares, la roca iba directamente hacia abajo, era perfectamente lisa, imposible de subir; en otros lugares estaba cubierta de un denso musgo; y en otros, tenía una pendiente serrada, marcada, con agujeros, con espacios pequeños y remotos donde uno pudiera poner los pies y las manos. Incluso había visto una cornisa ocasional en donde descansar.

      Sin embargo, la escalada había demostrado que era más difícil de lo que parecía. La niebla oscurecía constantemente su vista, y mientras Reece tragaba saliva y miraba hacia abajo, estaba teniendo cada vez más dificultad en encontrar puntos de apoyo. Sin mencionar que, incluso después de todo ese tiempo escalando, el fondo, aunque existiera, permanecía fuera de la vista.

      Por dentro, Reece sentía un temor creciente, una sequedad en la garganta. Una parte de él se preguntaba si había cometido un grave error.

      Pero no se atrevía a mostrar su temor a los demás. No estando Thor, ahora él era su líder, y debía dar el ejemplo. También sabía que permitirse temer, no le haría ningún bien. Necesitaba mantenerse fuerte y permanecer concentrado; él sabía que el miedo solamente escondería sus habilidades.

      Las manos de Reece temblaban, mientras se controlaba. Se dijo a sí mismo que tenía que olvidar lo que se encontraba debajo y concentrarse sólo en lo que había delante de él.

      Un paso a la vez, se dijo a sí mismo. Se sintió mejor al pensar de esa forma.

      Reece encontró otro punto de apoyo y dio otro paso hacia abajo, luego otro, y se encontró empezando a recuperar el ritmo.

      "¡CUIDADO!", gritó alguien.

      Reece se preparó mientras pequeños guijarros caían de repente a su alrededor, rebotando en su cabeza y hombros. Miró hacia arriba y vio una gran roca cayendo; la esquivó y casi le pegó.

      “¡Lo siento!”, gritó O'Connor. "¡Roca suelta!".

      El corazón de Reece latía aceleradamente mientras miraba hacia abajo e intentaba mantener la calma. Moría por saber dónde estaba el fondo; estiró una mano y agarró una pequeña roca que había aterrizado en su hombro y, mirando hacia abajo, la lanzó.

      Observó, esperando ver si hacía algún ruido.

      Nunca se escuchó.

      Su corazonada fue mayor. Todavía no sabía dónde terminaba el Cañón. Y con sus manos y pies temblando, no sabía si podrían lograrlo. Reece tragó saliva, todo tipo de pensamientos corrían por su mente mientras continuaba. ¿Qué pasaría si Krog había estado en lo cierto? ¿Qué pasaría si no tenía ningún fondo? ¿Qué pasaría si ésta era una misión suicida imprudente?

      Mientras Reece daba otro paso, bajando de prisa varios metros, ganando impulso otra vez, repentinamente escuchó el sonido de un cuerpo raspando la roca y luego oyó que alguien gritaba. Hubo una conmoción a su lado, y al mirar vio a Elden, empezando a caer, resbalando por delante de él.

      Reece instintivamente extendió una mano y logró asir la muñeca de Elden mientras resbalaba. Afortunadamente Reece tenía un agarre firme en el acantilado con la otra mano y fue capaz de sostener a Elden con firmeza, impidiéndole resbalar hasta abajo. Pero Elden colgaba, incapaz de encontrar el equilibrio. Elden era demasiado grande y pesado, y Reece sintió que su fuerza se le escapaba.

      Indra apareció, escalando hacia abajo rápidamente y estiró la mano y sujetó la otra muñeca de Elden. Elden se movió rápidamente, pero no pudo encontrar el equilibrio.

      "¡No encuentro de dónde asirme!", gritó Elden, con pánico en su voz. Pateó salvajemente, y Reece temió que también perdería su sujeción y caería con él. Pensó rápidamente.

      Reece recordó la cuerda y rezón que O'Connor le había mostrado antes de su descenso, la herramienta que solían usar para escalar paredes durante un asedio. En caso de necesitarse, dijo O'Connor.

      "¡O'Connor, tu cuerda!", gritó Reece. "¡Arrójala!".

      Reece miró hacia arriba y vio a O'Connor

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