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el oeste, donde se escondía el Puente de Miller Moon al fondo de una serie de carreteras secundarias y una pista de gravilla que parecía indicar que todos los que la transitaban estaban llegando al final de algo.

      Mientras pensaba en esas rocas manchadas de sangre al fondo del puente, la comparación le provocó un escalofrío en el corazón.

      La alejó de sí, dando marcha al motor y sacando el teléfono móvil. Si iba a obtener una respuesta definitiva sobre todo esto, necesitaba tratarlo como si fuera un caso de asesinato. Y con esa mentalidad, se imaginó que necesitaba empezar a hablar con los familiares de los recientemente fallecidos.

      CAPÍTULO SIETE

      Antes de visitar a la familia de Kenny Skinner, Mackenzie telefoneó a McGrath para obtener permiso explícito. Su respuesta fue breve, clara y concisa: No me importa si tienes que hablar con alguien del maldito equipo de béisbol de la Liga Infantil, solo que averigües lo que pasa.

      Esa confirmación le empujó a la residencia de Pam y Vincent Skinner. Por lo que McGrath le había explicado, Pam Skinner solía llamarse Pam Wilmoth. Hermana mayor del director Wilmoth, trabajaba desde casa como especialista en propuestas para una agencia del medio ambiente. Por lo que se refería a Vincent Skinner, era el propietario de la Tienda de Repuestos de Tractores y Neumáticos de Kingsville, y había empleado a su hijo Kenny desde que tenía quince años.

      Cuando Mackenzie llamó a la puerta, ninguno de los Skinner salió a recibirla. En vez de ellos, salió el pastor de la Iglesia Presbiteriana de Kingsville. Cuando Mackenzie le mostró su placa y le dijo por qué estaba allí, la dejó pasar y le pidió que esperara en el recibidor. La familia Skinner vivía en una bonita casa en una esquina de lo que asumió se consideraba como el centro urbano de Kingsville. Podía oler a algo que se estaba cocinando, cuyo aroma salía de un largo pasillo. En alguna otra parte de la casa, podía escuchar cómo sonaba un teléfono móvil. También escuchaba la voz apagada del pastor, mientras les decía a Pam y a Vincent Skinner que había llegado una señora del FBI para hacerles unas cuantas preguntas sobre Kenny.

      Llevó unos cuantos minutos, pero finalmente, salió Pam Skinner a saludarla. La mujer tenía el rostro enrojecido de llorar y daba la impresión de que no había pegado ojo la noche anterior. “¿Es usted la agente White?” le preguntó.

      “Así es.”

      “Gracias por venir,” dijo Pam. “Mi hermano me dijo que vendría en algún momento.”

      “Si es demasiado pronto, puedo—”

      “No, no, quiero contárselo ahora,” dijo ella.

      “¿Está su marido en casa?”

      “Ha optado por quedarse en la sala de estar con el pastor. Vincent se lo tomó realmente mal. Se desmayó dos veces anoche y atraviesa estos momentos en que simplemente se niega a creer lo que ha pasado y—”

      Como si llegara de la nada, un enorme sollozo se escapó de la garganta de Pam y se apoyó contra la pared. Detuvo su respiración y reprimió lo que Mackenzie podía asegurar era su pena que trataba de salir a la superficie.

      “Señora Skinner… puedo volver más tarde.”

      “No. Ahora, por favor. Me he tenido que mantener entera toda la noche para Vincent. Puedo arreglármelas para hacerlo unos cuantos minutos más para usted. Pero… venga a la cocina.”

      Mackenzie siguió a Pam Skinner por el pasillo hasta la cocina, donde Mackenzie empezó a reconocer el aroma que había percibido antes. Por lo visto, Pam había metido unos bollos de canela al horno, quizá en un intento de seguir posponiendo su sufrimiento por su marido. Pam los echó un vistazo con pocas ganas mientras Mackenzie se sentaba en un taburete junto a la barra de la cocina.

      “Hablé con la doctora Haggerty por la mañana,” dijo Mackenzie. “Ha estado presionando para que derriben el Puente de Miller Moon. El nombre de su hijo surgió en la conversación, Dijo que le parece muy difícil de creer que Kenny se hubiera quitado la vida.”

      Pam asintió con firmeza. “Y tiene toda la razón. Kenny nunca se hubiera quitado la vida. La idea es absolutamente ridícula.”

      “¿Tiene alguna razón válida y contundente para sospechar que alguien quisiera hacerle daño a su hijo?”

      Pam sacudió la cabeza, tan furiosamente como había asentido hacía unos instantes. “He pensado en ello toda la noche. Y me trajo a la mente algunas verdades desagradables sobre Kenny, por supuesto. Hay unos cuantos chicos que no le aprecian demasiado porque Kenny solía quitarles la novias a muchos de ellos. Pero nunca llegó a nada serio.”

      “Y las últimas semanas, ¿no le ha oído decir algo a Kenny o quizá le ha visto actuar de cierta manera que pudiera indicar que estaba teniendo pensamientos de hacerse daño?”

      “No. Nada de eso. Incluso cuando Kenny estaba de mal humor, se las arreglaba para iluminar una habitación. Rara vez se enfadaba por nada. No era un chico perfecto, pero por Dios santo, no creo que hubiera ni una onza de odio o de ira dentro de él. Simplemente me resulta más allá de lo comprensible pensar que se haya quitado la vida.”

      Se le escapó otro sollozo de la garganta entre las palabras quitado y la vida.

      “¿Sabe si tenía algún tipo de vínculo con ese puente?” preguntó Mackenzie.

      “No más que otros adolescentes y adultos jóvenes del pueblo. Estoy segura de que en ocasiones bebió o flirteó allá abajo, pero nada fuera de lo normal.”

      Mackenzie podía percibir cómo el dique estaba a punto de romperse dentro de Pam Skinner. Un minuto o dos más y ella se derrumbaría.

      “Una pregunta más, y por favor sepa que he de hacerla. ¿Cómo de segura está de que conocía bien a su hijo? ¿Cree que pueda haber alguna clase de secretos de una vida oculta que estuviera manteniendo a escondidas de usted y de su marido?”

      Se quedó pensativa por un instante mientras le corrían las lágrimas por las mejillas. Lentamente, dijo: “Supongo que todo es posible, pero si Kenny estaba escondiendo una segunda vida de nosotros, lo estaba haciendo con la pericia de un espía. Y aunque era un gran chico, no se comprometía mucho con las cosas. Que hubiera escondido algo como esto…”

      “La entiendo,” dijo Mackenzie. “Le voy a dejar para que procese esto ahora, pero por favor, si se le ocurre cualquier otra cosa en los próximos días, llámeme de inmediato.”

      Dicho eso, Mackenzie se puso en pie y colocó su tarjeta de visita sobre el mostrador. “Lamento muchísimo su pérdida, señora Skinner.”

      Mackenzie salió deprisa pero no de manera grosera. Podía sentir el peso de la pérdida familiar hasta que estuvo afuera, con la puerta cerrada detrás suyo. Incluso entonces, de camino al coche, podía escuchar los sonidos de Pam Skinner finalmente entregándose a su pesar. Era increíblemente abrumador y le rompió un poco el corazón a Mackenzie.

      Hasta cuando ya estaba en la salida a la carretera, el ruido de los sollozos de Pam Skinner le recorría la mente como una brisa de otoño azotando las hojas muertas en una calle abandonada.

      CAPÍTULO OCHO

      No había un solo forense en todo el condado. Lo que es más, la oficina del examinador médico se encontraba a una hora y media de Kingsville, en Arlington. En vez de conducir de regreso a DC para probablemente acabar regresando a Kingsville, Mackenzie volvió a su habitación de motel y realizó una serie de llamadas. Diez minutos más tarde, estaba llamando para comenzar una sesión en Skype con el forense que había supervisado los cadáveres de Malory Thomas y Kenny Skinner. El cadáver de Kenny Skinner todavía no estaba completamente preparado y listo para ser evaluado lo cual dificultaba las cosas todavía más. Aun así, Mackenzie comenzó la llamada y esperó a la respuesta. El hombre que le respondió era alguien con quien Mackenzie había trabajado unas pocas veces en otros casos, un hombre de mediana edad con pelo canoso enervado llamado Barry Burke. Era agradable ver un rostro familiar después de la mañana que había pasado. Todavía no se había quitado del todo de encima los sonidos de la pérdida que habían salido de Pam Skinner

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