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padres que sospechan que hay porros y al-cohol en las fiestas deben mostrar que no les gusta demasiado, y sobre todo pedirle al adolescente que no coja la moto y estudiar con él una forma de transporte para el regreso: ¿habrá un amigo fiable? Dicho de otro modo, un joven que se comprometa a permanecer sobrio por completo para asegurar el regreso de sus compañeros; si no, habrá que ir a buscarlo…

      ♦ Pequeño» consumo regular

      El «pequeño» consumidor se limita a 5, 10 o 15 g al mes, a veces con excesos el fin de semana. Recurre al cannabis en solitario para calmar sus tensiones internas y lo dice sencillamente: «Con esto, me siento mejor, estoy guay». El impacto escolar y social de su consumo depende de su capacidad para controlarlo. El «pequeño» consumo regular puede corresponder a un momento difícil de su vida y en ese caso sólo dura unos meses. Pero también puede arrastrarle de forma progresiva a la categoría siguiente. Los padres que se aperciben de este hábito deben intervenir para evitar su agravamiento, aunque con tacto, como veremos más adelante.

      ♦ Consumo autoterapéutico

      La situación es seria. El joven que recurre al cannabis con fines «autoterapéuticos» puede fumar de 20 a 60 g al mes, solo o en grupo. Este adolescente va en busca de un efecto antidepresivo, ansiolítico o hipnótico.

      Los trastornos que sufre como consecuencia de ello resultan inevitables: disminución de la concentración y la memorización, dificultades escolares, aislamiento, pérdida de referencias y de toda motivación al margen del deseo de fumar, miedo de no controlar nada…

      Los adolescentes que llegan a este punto son vulnerables y a menudo tienen problemas afectivos y de relación, sobre todo con sus padres. Estos jóvenes fumadores, más numerosos de lo que se cree y que en realidad luchan contra auténticas depresiones, necesitan psicoterapia y un tratamiento antidepresivo. La reacción de los padres, tan pronto como toman conciencia de la situación, debe ser rápida y firme.

      ♦ Farmacodependencia o toxicomanía

      El joven fuma más de 60 g al mes, y hasta 150 o 200 g. No se trata de heroína ni de cocaína, pero no deja de ser una toxicomanía. El chico que recurre a este uso anestésico del cannabis sufre a menudo trastornos graves de la personalidad, e incluso una auténtica patología psiquiátrica (esquizofrenia, trastornos bipolares graves). En poco tiempo se excluye del sistema escolar y se margina. Debe ser enviado a un centro de tratamiento especializado para toxicómanos. Estos adolescentes en apuros tienen que ser reconocidos como tales y ayudados, pero no son representativos de la masa de jóvenes que fuma cannabis hoy en día. Resulta urgente la intervención de los padres o de un adulto responsable.

      ¿Qué fuman? El cannabis examinado con lupa

      Dicen hachís, chocolate, costo, mierda, canuto, peta… Nombres familiares para un producto que se ha vuelto banal y que no dan cuenta de la diversidad de formas de cannabis que se encuentra en el mercado.

      Cannabis es el nombre latino del cáñamo, pero su uso se ha limitado a la designación del cáñamo índico (Cannabis sativa), una bonita planta verde de hojas dentadas cultivada desde hace milenios en todas las latitudes por su principio activo, el delta 9 tetrahidrocannabinol o THC. Después de distintas transformaciones, el THC puede comercializarse en forma de aceite, resina u hojas secas. Las dos últimas presentaciones son las más frecuentes.

      La resina es producida por las flores de la planta hembra y tradicionalmente es muy rica en THC. Después de secarla, calentarla y comprimirla, se mezcla con diversos productos (betún, henna…) y luego se vende en pequeños rectángulos negruzcos o marrones que se denominan piedras. El contenido de THC depende de la calidad de las mezclas. Se sospecha que así circulan bajo cuerda auténticas porquerías. Pero, para los adolescentes informados, esta circunstancia casi forma parte del juego: saber con quién proveerse, no dejarse engañar con la calidad… ¡Pueden mostrarse muy exigentes con sus proveedores! «Tu costo suelta demasiado humo»; «Fulanito sólo vende chocolate demasiado cortado». No dudan en comparar y sacar partido de la competencia.

      Con la piedra en el bolsillo, sólo falta conseguir papel para liar (cuyas ventas en España superan con gran diferencia las cantidades correspondientes al tabaco para liar…) y cigarrillos. La china de chocolate se calienta suavemente con el mechero, lo que permite desprender algunas migajas. Liado con tabaco en una hoja de papel para cigarrillos, acompañado de un trozo de cartón del paquete de cigarros, el porro está listo (véase el capítulo 3).

      La resina de hachís también puede ingerirse. Algunos adultos la cocinan y tienen recetas muy elaboradas a base de resina de cannabis. Sin embargo, los adolescentes suelen conformarse con diseminar unas migajas de chocolate en una masa de bizcocho para hacer pasteles. Salvo para el que tiene la «mala suerte» de tropezar con una parte de bizcocho poco «condimentada», el cannabis así ingerido tiene efectos retardados, pero más marcados y duraderos que uno o dos porros compartidos en una velada.

      Por último, para un efecto más fuerte, algunos consumidores experimentados confeccionan pipas de agua con botellas de plástico o trozos de bambú. El chocolate se quema con tabaco y el humo se aspira a través del agua según el principio del narguile. El efecto inicial del cannabis se ve potenciado y modificado: el canuto calma, mientras que la pipa «coloca». No obstante, esta práctica resulta más marginal, aunque es muy practicada por quienes han pasado a un consumo intensivo, e incluso toxicomaniaco, del cannabis.

      La hierba —la maría— designa las hojas, los tallos y las flores de la planta simplemente secados como heno. Antes se hablaba de marihuana… La maría, muy buscada e incluso considerada ecológica (¡!), ya que no se corta con sustancias desconocidas, se consume un poco más que el costo (hierba y costo afectan respectivamente al 91 y al 85 % de los consumidores). La hierba puede fumarse tal cual en papel de liar (el cigarrillo así obtenido es bastante áspero y quema realmente el fondo de la garganta), pero casi siempre se mezcla con tabaco para formar un porro. Puede decirse que hay dos clases de hierba: la del «comercio», procedente de Holanda y vendida al mismo precio que el costo, y la hierba «casera», cultivada en un armario del piso o en el jardín. ¡Está muy de moda fumarse la propia producción!

      El aceite de cannabis, un concentrado de THC extraído mediante disolventes, sólo afecta al 9 % de los usuarios. Es más difícil de encontrar e interesa más a los consumidores intensivos que a los jóvenes fumadores del sábado por la noche o a quienes lo prueban de forma ocasional.

      ¿De dónde vienen estos productos?

      La mayor parte del cannabis consumido en Europa proviene de Marruecos. Los Países Bajos suministran más bien hierba y los aprendices de jardinero se procuran también allí semillas y todo lo necesario para la plantación… Las semillas de los Países Bajos proceden de diversas selecciones botánicas, y algunas tienen un porcentaje de THC muy elevado. Tanto si se trata de costo como de hierba, los observadores del tráfico (aduanas, policías…) han constatado que los productos consumidos en la actualidad por los adolescentes son a veces más potentes, más fuertes en THC que hace treinta años. Dicho de otro modo, muchos de los padres que fumaban en los años setenta se quedarían «colocados» con los canutos de sus hijos.

      En contrapartida, a menos que sean expertos en botánica, los jardineros aficionados que replantan año tras año semillas procedentes de su propia producción a menudo acaban fumando… heno.

      ♦ ¿Cuánto cuesta?

      Las tarifas varían dependiendo de las zonas y las épocas, pero el precio medio se sitúa en 2 € por gramo, que da para dos o tres porros, es decir, una tarifa bastante asequible para un adolescente que cuente con una pequeña paga.

      ¿Qué hay que temer?

      ♦ ¿Qué ocurre cuando se fuma?

      El cannabis alcanza enseguida el cerebro, donde provoca los efectos perseguidos: sensación de suave euforia, relajación, modificación de las percepciones (vista, oído, tacto…). Salvo casos excepcionales (y consumo masivo), el fumador de porros no pierde

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