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Crónica de la conquista de Granada (1 de 2). Washington Irving
Читать онлайн.Название Crónica de la conquista de Granada (1 de 2)
Год выпуска 0
isbn
Автор произведения Washington Irving
Жанр Зарубежная классика
Издательство Public Domain
La otra reina favorita de Muley, era Fátima, á quien dieron los moros el título de la “Zoroya” ó luz del alba, por lo resplandeciente de su hermosura: era cristiana de nacimiento, hija del comendador Sancho Jimenez de Solis, y siendo aun niña habia quedado cautiva de los moros.15 Enamorado el viejo Rey de esta bella española, la hizo su sultana, y se entregó enteramente á su gobierno. El fruto de este amor fueron dos príncipes, á quienes desde su nacimiento tenia determinado la Zoroya elevar á la autoridad suprema, por cuantos medios estuviesen á su alcance; pues la ambicion de Fátima no era menor que su hermosura, y el objeto de sus mas ardientes deseos era el de colocar á uno de sus hijos sobre el trono de Granada. Para este fin se valió del ascendiente que tenia sobre el ánimo cruel de su marido, y haciéndole entrar en sospechas contra sus demas hijos, á quienes achacaba los mas siniestros designios, logró perderlos en el afecto de su padre. Tanto pudieron al fin sus artificios, que mandó Muley dar públicamente la muerte á varios de sus hijos en la fuente de los leones, que está en el patio de la Alhambra, lugar muy señalado en la historia de los moros como teatro de tantos hechos sanguinarios.
No satisfecha con esto, pasó á indisponer al Rey con la virtuosa sultana Aixa, su rival, cuya belleza no era ya la misma que en su juventud primera, ni ofrecia tantos atractivos como antes á su marido; y por esto no le fue dificil persuadir á Muley que la repudiase y la encerrase con su hijo en la torre de Comáres, una de las principales de la Alhambra. Por último, viendo en Boabdil, que ya iba entrando en la edad viril, un obstáculo á sus designios, despertó de nuevo en el pecho feroz de su padre los recelos y las sospechas, recordándole la prediccion que fijaba la pérdida del imperio para cuando llegase á reinar este príncipe. Á esto, desafiando el influjo de las estrellas, decia Muley: “La cuchilla del verdugo probará la falsedad de estos horóscopos, y atajará la ambicion de Boabdil, asi como ha castigado la osadía de sus hermanos.”
Advertida secretamente de la intencion cruel del viejo Monarca, la sultana Aixa, muger de resolucion y talento, se concertó con algunas damas de su servidumbre para facilitar la fuga de su hijo. Á un criado de toda su confianza se dió el encargo de apostarse á la media noche en las orillas del rio Darro, prevenido de un ligero caballo árabe. Y al tiempo que yacian todos en un profundo reposo, y reinaban en palacio el silencio y la oscuridad, atando por los cabos los mantos y tocas de sus criadas, descolgó la sultana al jóven príncipe desde la torre de Comáres.16 Bajando á tientas aquella áspera cuesta, llegó Boabdil á las márgenes del Darro y saltando en su caballo, partió á carrera tendida para Guadix, en las Alpujarras. Aqui permaneció oculto algun tiempo; pero despues, reuniendo sus partidarios y fortificándose en aquella plaza, pudo declararse abiertamente y desafiar las asechanzas de su padre.
Tal era el estado de cosas en la casa real de Granada, cuando volvió Muley de su desastrosa expedicion de Alhama. La faccion formada entre los nobles para deponer al Rey padre y colocar en el trono á Boabdil, se habia puesto ya de acuerdo con éste: estaban tomadas las medidas necesarias, y para la ejecucion de su proyecto solo esperaban una ocasion favorable, que en breve se les presentó. Tenia Aben Hazen en las inmediaciones de Granada un sitio de recreo llamado Alejares, donde solia acudir para solazar el ánimo y distraerse de los cuidados contínuos que le rodeaban. Habia pasado alli un dia, cuando volviendo á Granada, halló cerradas las puertas de la ciudad, y proclamado Rey á su hijo Boabdil. “¡Alá achbar! ¡Dios es grande! dijo el triste Monarca: en vano es porfiar contra el destino: estaba escrito que mi hijo habia de subir al trono: Alá no permita que se cumpla lo restante del vaticinio.” Conociendo Aben Hazen que mientras durase aquella efervescencia popular, serian inútiles cuantos esfuerzos hiciera para recuperar su autoridad, volvió las riendas á su caballo y se dirigió á Baza, donde fue recibido con grandes demostraciones de lealtad.
Pero en el carácter entero y firme de Muley Aben Hazen, no cabia la debilidad de rendir el cetro sin resistencia: confiaba en la lealtad de una gran parte del reino que aun le reconocia; y se lisongeaba que presentándose repentinamente en la capital con una fuerza regular, conseguiria intimidar al pueblo y hacerle volver á su observancia. Tomada esta resolucion, procedió á llevarla á efecto con la destreza y osadía propias de su carácter, y á la cabeza de quinientos hombres escogidos se presentó una noche bajo los muros de Granada: escaló la Alhambra, y entrando con furor sanguinario por aquellos silenciosos aposentos, se arrojó sobre sus pacíficos habitadores, cebando en ellos el alfange exterminador, que no perdonaba edad, calidad, ni sexo. Despertaron aquellos infelices para volver los mas de ellos á cerrar los ojos en la muerte: resonaban en todo el castillo sus alaridos, y las fuentes corrian ensangrentadas. El alcaide Aben Comixer se retrajo á una torre fuerte, y se encerró con algunos soldados; pero Muley, sin perder tiempo en perseguirle, bajó con su feroz cuadrilla á la ciudad, para vengarse de los rebelados. Alarmáronse los habitantes, corrieron á las armas y encendiendo luces por todas partes, pudieron reconocer el corto número de los autores de tanto estrago. Muley se habia equivocado en sus conjeturas; porque la masa del pueblo indignado de su tiranía, se manifestó decididamente, en favor de Boabdil. Siguióse por las calles y plazas un combate terrible, pero corto, en que murieron muchos de los partidarios de Muley: los demas se salvaron con la fuga, y en compañía de su soberano, se dirigieron á la ciudad de Málaga.
Tal fue el principio de aquellos bandos y disensiones intestinas, que apresuraron la ruina de este imperio. Divididos los moros entre sí, formaron desde aquel dia dos partidos, mandados por el padre y el hijo; pero con todo eso, cuando la ocasion se presentaba, nunca dejaron de unir sus respectivas fuerzas para dirigirlas contra los cristianos, como á enemigo comun.
CAPÍTULO VIII
En un consejo de guerra convocado por el Rey Fernando en Córdoba, se trataba de lo que debia hacerse con Alhama, y ya el parecer de los que aconsejaban que se desamparase aquella fortaleza, por estar situada en el centro del territorio moro y expuesta en todo tiempo á un ataque, empezaba á prevalecer, cuando llegó la Reina. Instruida Isabel de estas deliberaciones, se presenta en el consejo y tomando la palabra: “No quiera Dios, dice, que asi se malogre el primer fruto de nuestras victorias: ¿tan fácilmente habiamos de abandonar la primera plaza que hemos arrancado al enemigo? Lejos de nosotros semejante idea; ¿pues qué otra cosa seria el hacerlo, sino descubrir la debilidad de nuestros consejos, é inspirar mayores brios á los infieles? No se vuelva pues á tratar de abandonar á Alhama, y sí solo de conservar y extender nuestras conquistas, hasta dar glorioso término á tan santa guerra con la destruccion total del imperio de los moros en España.”
El discurso de la Reina infundió nuevo ánimo en el consejo real, y al punto se tomaron las medidas convenientes para mantener á Alhama á todo trance: por alcaide de esta plaza nombró el Rey á Luis Fernandez Portocarrero, señor de Palma; se le agregaron Diego Lopez de Ayala, Pedro Ruiz de Alarcon y Alonso Ortiz, capitanes de cuatrocientas lanzas, con mil hombres de infantería y vituallas para tres meses.
Deliberó Fernando entonces emprender el asedio de Loja, ciudad fuerte, no muy distante de Alhama. Con este intento intimó á todas las ciudades y pueblos de Andalucía y Extremadura, al reino de Toledo y á las órdenes militares, le enviasen para un tiempo señalado, á su campo delante de Loja, cierta cantidad de provisiones, segun sus respectivos repartimientos. Los moros por su parte, no fueron menos diligentes en sus preparativos: enviaron al África á solicitar socorros, y á impetrar el auxilio de los príncipes berberiscos
15
Crónica del gran Cardenal, c. LXXI.
16
Salazar, Crónica del gran Cardenal, c. LXXI.