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un gran auxiliar de la igualdad la equivalencia; por medio de ella pueden ponerse al mismo nivel social los que tienen aptitudes, méritos, posiciones diferentes, estableciendo compensaciones armónicas y durables en vez de esas especies de rodillos que quieren pasarse por la sociedad como por las carreteras para igualar por presión, aplastando todo lo que sobresale. El que observa la variedad de aptitudes que especifica y aumenta la división de trabajo, y duda tal vez de poder hallar bastantes semejanzas para establecer la igualdad, ve un modo de suplir á la semejanza con la equivalencia, y se apresura á señalarla como poderoso elemento de equilibrio estable. Y como el ánimo al discurrir sobre los grandes problemas sociales es raro que no esté inquieto; como el asunto es carne viva que palpita, que siente, que sufre; como estas palpitaciones y estos sufrimientos se comunican al que los estudia con deseo de calmarlos, cuando se halla ó se cree hallar un calmante, es difícil que al desear su eficacia no se exagere.

      Fácil es, por tanto, caer en exageración al graduar lo que al equilibrio social puede contribuir la equivalencia; mas sin considerarla como una panacea, parécenos que puede calificarse de remedio en algunos casos, y siempre de elemento armónico de razonable igualdad. Al congratularse de que exista, y al contar con él, hay que precaverse de exagerar su poder, y, sobre todo, de no imaginar que es independiente. La equivalencia puede penetrar muy adentro en el organismo social, pero no influir sin ser influída, y sin un previo, largo y difícil trabajo para calmar pasiones, desvanecer errores, satisfacer intereses y hacer concurrir al bien elementos cuyas armonías no se sospechan al ver sus aparentes antagonismos.

      Pero si parece indudable que la equivalencia puede contribuir de un modo eficaz á establecer la igualdad, tampoco tiene duda que su cooperación ofrece dificultades cuya magnitud conviene apreciar bien, para que no se conviertan en insuperables obstáculos. Por una parte, si pueden ponerse al mismo nivel, no sólo los que son iguales, sino también aquellos que valen igualmente, claro es que aumenta el número de personas que se igualaron, socialmente consideradas; pero este aumento requiere condiciones difíciles, es más dificultoso determinar equivalencias que igualdades. Comparar dos médicos entre sí, un médico con un naturalista ó un abogado, un poeta con un piloto, un ingeniero con un albañil, un artista con un artesano, ofrece dificultades crecientes á medida de las diferencias: ya no se buscan semejanzas que se llaman igualdades, hay que observar analogías para determinar equivalencias. Este trabajo se ve claramente es mucho más delicado y difícil, aunque se hiciera con toda calma, despreocupación y justicia; pero suele faltar esta justicia, esta despreocupación, esta calma, y suele medirse el valor de las diferentes clases como miden la temperatura los que no tienen termómetro, y según sienten calor ó frío, dicen que una casa está fría ó caliente. ¿Qué escala, qué regla hay para graduar las equivalencias sociales? Si no nos pagamos de palabras y de apariencias, veremos que no existen reglas fijas; y reflexionando sobre el caso, notaremos que las escalas es inevitable que sean variables con las ideas, las pasiones, las necesidades y la manera de ser de los que las forman. El pueblo guerrero y descreído no puede conceder equivalencia entre el combatiente impávido y el piadoso sacerdote; el ignorante y vicioso, entre el sabio que le quiere instruir y el cómico, el cantante ó el torero que le divierten: donde se cree en la diferencia real de las castas y de las clases, no hay equivalencia posible entre los que figuran en las primeras y los que pertenecen á las últimas. Cada cambio en las ideas, en los intereses, en las necesidades, en las pasiones, produce otro en la escala que gradúa el valor social de los hombres; se establecen equivalencias donde antes no podían existir, se niegan las reconocidas, y se declara superior al que antes estaba más abajo, y viceversa. Mirados con desprecio los que toman parte en las representaciones teatrales, su oficio es vil, y ellos equiparados á los más indignos; pasan años, no muchos, para tan notable cambio, y el que era un histrión infame se convierte en un actor, en un artista apreciable, eminente, sublime, inmortal, según los casos, y la equivalencia que antes se buscaba en las últimas capas sociales, se establece en las primeras.

      Un gran número de artes y oficios vedados por la ley ó por la opinión á toda persona digna, y hoy apreciados ú honrados, han variado la graduación de la escala y los elementos de la equivalencia. Estudiándolos se ve que crecen estos elementos, que cada descubrimiento, cada invención, cada camino que se abre á la actividad inteligente del hombre, es un nuevo medio de equipararle á otros que ocupaban una posición más aventajada, y aumenta el número de los que, siendo equivalentes, pueden ser y son considerados como iguales: la rapidez del progreso en este sentido no puede desconocerse. No es necesario subir mucho en la historia de los pueblos para ver que no había equivalencia social respecto á las clases elevadas más que en dos: el sacerdote y el guerrero. Entre éstas y las demás mediaba un abismo; la equivalencia era imposible. Después la toga se equiparó al hábito y á la coraza; así pasó mucho tiempo, y aún los ancianos recuerdan aquel en que ninguna persona noble que no tuviera lo suficiente para vivir de sus rentas podía dedicarse más que á las armas, á la iglesia ó al estudio de las leyes: la equivalencia, que se había extendido un poco, se limitaba, no obstante, al derecho, la teología y la milicia; hoy han dilatado su esfera las ciencias, las artes, la industria, el comercio, modos infinitos de desplegar dignamente la actividad humana, que, manifestándose de diferente modo y aplicándose á objetos diversos, tienen igual utilidad y merecen igual aprecio.

      No es posible observar, siquiera sea muy por encima, la marcha de la civilización sin ver como factor creciente de la igualdad la equivalencia, y sin notar que este crecimiento es constante, graduado, sólido, resulta de causas poderosas y permanentes, es lógico, en fin.

      Pero quien dice lógica, dice encadenamiento ordenado y necesario de verdades, dice un inmenso poder y una regla severa, una gran fuerza y una estrecha sujeción, y para que las consecuencias sean irresistibles es indispensable que las premisas sean ciertas. No es una escuela, un club, un orador de tribuna ó de esquina los que pueden decir á un hombre ó á una multitud tú vales tanto como otra multitud ú otro hombre: esta declaración puede hacerse aplaudir en una hora da entusiasmo, ó servir de bandera en un día de motín; pero no constituirá un derecho si no recae sobre hechos positivos y constantes. Nuevas ideas, nuevas necesidades físicas, morales é intelectuales, y quien las satisfaga realmente, es condición precisa para aumentar de un modo estable el número de los equivalentes sociales, ó variar el lugar de la escala que ocupan. La adivinación no se ha convertido en buenaventura descendiendo del oráculo á la gitana, sino porque son ya pocos y de los que están muy abajo los que creen que hay artes ocultas para predecir lo futuro. El ingeniero no se ha puesto á nivel de las profesiones más honradas sino porque satisface una necesidad generalmente sentida. El cómico no pasó de histrión infame á actor apreciado sino porque se ha hecho artista en un pueblo que gusta del arte; y donde el torero recoge aplausos y dinero, y el filósofo vive olvidado en la miseria, es porque la falta de ideas y el trastorno de las pocas que hay produce la inversión de las escalas sociales y que los últimos sean los primeros, y viceversa.

      Así, pues, la equivalencia, auxiliar poderoso de la igualdad, crece constante pero lógicamente; tiene poder, pero está sujeta á leyes; puede influir mucho, pero no puede prescindir de necesidades, de ideas y, lo que es más triste, ni aun de errores é injusticias. En vano un individuo ó una colectividad dirán á otra colectividad ó á otro individuo: valemos tanto como vosotros, y será cierto y lo probarán; si los demás no lo comprenden así, si hay quien tiene interés en negarlo y medios de hacer que su interés prevalezca, la equivalencia, por más justa que sea, no será menos imposible. No la realiza, pues, quien pretende imponerla; antes la desacredita, contribuyendo á que se la declare imposible, cuando no es más que prematura.

      Resumiendo. No se debe confundir la igualdad con la identidad, porque no existen dos personas entre las cuales no haya diferencia alguna.

      Igualdad no es una cosa absoluta y fija, sino relativa y variable, según el objeto con que se establece; así hemos podido definirla aquel grado de semejanza necesario para el fin á que se destinan las cosas ó las personas comparadas.

      Equivalencia es el valor igual que tienen las cosas ó las personas, no por sus muchos grados de semejanza, sino por ser igualmente apreciadas del que las califica.

      Tendremos ocasión de recordar más adelante estas verdades y necesidad de apoyarnos en ellas.

      

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